MONOGRAFÍAS FILOSÓFICAS CRÍTICAS I
Patricio
Valdés Marín
CONTENIDO
1. Una metafísica del universo
2. Las categorías metafísicas
3. Causalidad y estructuración
4. La energía
5. Energía cuantificada
6. Contradicciones de la teoría general de la
relatividad
7. Una cosmología
Lo
biológico - https://unihummono3.blogspot.com
8. La esencia de la vida
9. El instinto de dominio – una teoría
10.
El sistema de la afectividad
11.
El cerebro y la conciencia
Lo
epistemológico I - https://unihummono4.blogspot.com
12.
La psiquis
13.
El discurso filosófico histórico
14.
Una teoría del conocimiento I
15.
Una teoría del conocimiento II
16.
Los límites del conocimiento humano
17.
Crítica de la ciencia a la epistemología filosófica
18.
La filosofía y la ciencia
19.
El lenguaje
Lo
transcendente I - https://unihummono6.blogspot.com
20.
Una cosmovisión
21.
Cuestiones religiosas
22.
Dios
23.
La eternidad
24.
La línea divisoria
Lo
transcendente II - https://unihummono7.blogspot.com
25.
Reflexionando sobre el significado de la existencia de Jesús
26.
Jesús de Nazaret y el cristianismo
27.
Breve historia de la humanidad y su relación con lo divino
Lo
socio-político I - https://unihummono8.blogspot.com
28.
Antecedentes antropológicos de la sociedad
29.
El ser humano y la sociedad
30.
Fundamentos antropológicos de la política
Lo
socio-político II - https://unihummono9.blogspot.com
31.
La política
32.
La guerra
33.
El Leviatán y los Estados Unidos
Lo
económico - https://unihummono10.blogspot.com
34.
El derecho de propiedad privada
35.
La ética del capitalismo
36.
La tecnología
37.
En el espíritu de El Capital de Karl
Marx
38. Las
peculiaridades de la economía de los Estados Unidos
1. UNA METAFÍSICA DEL UNIVERSO
LA COMPLEMENTARIEDAD ESTRUCTURA-FUERZA
EN LA ENERGÍA, LA MATERIA, EL TIEMPO Y EL ESPACIO
Introducción
La estructura y la fuerza como los dos
lados complementarios de las cosas
El universo entero y sus cosas son estructura y fuerza,
que están compuestas por materia, energía, tiempo y espacio. Además, la
naturaleza de estos elementos primordiales es esencial para una verdadera
comprensión de la realidad y la naturaleza.
La estructura y la fuerza son las dos caras del ser de la
metafísica y constituyen una complementariedad. Naturalmente emanan de los
conceptos de materia y energía, que son las manifestaciones primarias del
universo. Esta complementariedad constituye el principio universal, unificador
y ordenador de todas las cosas. La multiplicidad de cosas adquiere unidad en
esta complementariedad, porque todo es simultáneamente estructura y fuerza,
todo se origina en la materia y la energía, y forma parte de otras estructuras
según proporciones progresivas. Percibimos que las cosas del universo mutan y
podemos concluir que la relación causal es una fuerza que transforma la energía
y produce el cambio y que las fuerzas que se liberan dependen de la
funcionalidad de las estructuras de acuerdo con las leyes naturales que se
pueden conocer científicamente. En el curso de la evolución del universo, las
estructuras se vuelven progresivamente más complejas y funcionales en escalas
cada vez mayores.
El universo no es el contenedor de las cosas en un
referente espacio-temporal, ni tampoco es el campo espacio-temporal de la
causalidad. El universo consiste principalmente en la interacción de
estructuras y fuerzas que producen la organización de la materia mientras van
desarrollando el espacio-tiempo. Los parámetros dimensionales del tiempo y el
espacio se entienden precisamente a partir de los dos términos de esta
complementariedad.
La base empírica para establecer que la fuerza y la
estructura son los dos aspectos complementarios, universales, constitutivos y
transformadores del universo reside en la distinción entre materia y energía.
Para la materia (como masa) y la energía, Albert Einstein descubrió su
convertibilidad y equivalencia, que expresó en la famosa ecuación E = m c ². Y
como en el caso de la masa, la equivalencia con la energía se ha establecido en
cargas eléctricas.
La estructura
Para entender el concepto "estructura", primero
hay que analizar la noción de "masa". Esta noción fue introducida por
Isaac Newton para explicar tanto la gravedad como el principio de inercia de
Galileo. La abstracción y la simplificación son necesarias para describir
físicamente los fenómenos de fuerza y cambio, pero esto interfiere con una
verdadera comprensión de la materia. A pesar de ser evidente que un conjunto de
puntos de masa que conforman un cuerpo tiene volumen, no avanzaríamos mucho si
la masa sólo se ve en su capacidad de ocupar lugares en espacios por el hecho
de pertenecer a cuerpos.
Aunque una estructura puede ser concebida como un punto
material sin ninguna extensión, como en la teoría de la gravitación, la
ubicación de un centro de gravedad, la distancia a otro cuerpo y la cantidad de
masa son propiedades de la materia. Una estructura es determinada por materia
organizada, y recíprocamente, la materia no existe a menos que constituya una
estructura. Uno podría imaginar que una estructura es un conjunto de puntos
masivos sin extensión, ocupando un espacio determinado en un momento
determinado de un espacio-tiempo preexistente. Pero lo importante no es cuán
pequeño sea un corpúsculo, sino que es funcional y tiene aptitud para
relacionarse con otros corpúsculos en la misma proporción. La relación de dos o
más corpúsculos genera una estructura así como un espacio-tiempo particular.
Aunque una estructura, en la perspectiva de la dinámica,
se reduce a masa y desde el punto de vista de masa no encontramos nada más que
masa, la energía básica se condensa en materia que contiene masa y otras
propiedades. Todo esto produce una extraordinaria funcionalidad que permite a
la estructura diversos grados de funcionalidad y complejidad a partir de las
partículas fundamentales. Estas propiedades son extensión, volumen, carga
eléctrica, un compuesto de diversos tipos de partículas subatómicas, poseyendo
cada una de ellas spin, teniendo muchas de las cuales la forma de corpúsculo y
también de onda, estando relacionadas con otras partículas por al menos un tipo
específico de las cuatro fuerzas, subsistiendo en el tiempo si no están
experimentando cambio. Aún tan simple como pueda ser la masa estructurada,
genera espacio-tiempo y posee algún tipo de funcionalidad a través de la cual
es capaz de ser una causa o un efecto, de ser fuente o receptor de fuerzas, y
de contener, aceptar o ceder energía.
Una estructura es fundamentalmente la relación o el
vínculo causal que se establece entre dos o más estructuras que, además de
otras funciones específicas, son funcionales entre sí, y se convierten en sus
subestructuras. Además, dicha estructura adquiere su propia funcionalidad en
virtud de la funcionalidad de sus subestructuras y la relación que establecen
dichas subestructuras. Por ejemplo, dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno se
relacionan debido a algunas de sus respectivas funciones, produciendo la
estructura de una típica molécula de agua, que posee también sus propias
funciones, entre éstas que tienen peso específico, gravedad y así
sucesivamente.
Debido a su funcionalidad, la materia tiene la capacidad
de ensamblarse, ordenarse, construirse y organizarse, es decir, de
estructurarse. Cuando pensamos en la idea de «estructura», comprenderemos
también las ideas de grupo, constitución, orden, montaje, construcción y
organización, disposición, disposición, sistema, distribución, esquema, etc.,
que constituyen sinónimos de posibilidades de la materia, se refieren a las partes constitutivas de las
escalas inferiores y se incluyen en unidades de escalas superiores.
Una estructura no debe ser vista
como rígida, como un edificio, o como algo geométrico, como una molécula, o
como algo estático y permanente. Una estructura incluye las cosas más
intangibles de la naturaleza, tales como percepciones e ideas, sinfonías y
sociedades. De la misma manera, una estructura es capaz de generar fuerza, y la
fuerza es capaz de estructurar la masa y la carga eléctrica. La
masa-carga-eléctrica operada por la fuerza adquiere la calidad de la
estructura.
La fuerza
En la naturaleza la energía no puede existir en sí misma:
o bien se "condensa" en la materia como masa y carga eléctrica o
participa en el nexo causal entre dos o más estructuras (gravedad, radiación
electromagnética, etc.). Por lo tanto, ella necesita la intermediación de la
materia. Ella es un poder que posee una estructura; ninguna estructura puede
existir ni actuar sin ella. Cada estructura puede ceder o adquirir energía. En
esta acción una estructura necesita de al menos otra estructura, y la relación
que establecen es la de una causa y su efecto. Cuando una estructura produce
energía, se habla de causa; cuando la estructura adquiere energía, se habla de
efecto. Pero la energía que una estructura adquiere, mientras que ésta es un
efecto, puede ser tan grande que la misma estructura puede ser destruida. Cada
transmisión de energía cambia tanto la estructura causa como la estructura
efecto.
Como la física lo entiende, la energía es la capacidad
que un cuerpo tiene para realizar trabajo. Esta capacidad depende de la
velocidad y la masa de un cuerpo -también en su carga eléctrica-. Según su
definición, la energía es el trabajo máximo que un cuerpo es capaz de hacer y
es la mitad de su masa multiplicada por el cuadrado de su velocidad. Así vemos
que la energía del cuerpo aumenta con el cuadrado de su velocidad. Por otro
lado, la velocidad de un cuerpo no tiene un marco absoluto de referencia; debe
referirse necesariamente al menos a un segundo cuerpo y sólo tiene validez con
respecto a este segundo cuerpo.
La estructura y la escala
El origen del universo fue el
Big Bang. Éste consistió en la cuantificación de la energía primigenia.
Contenida en el punto atemporal y adimensional del Big Bang, la infinita
cantidad de energía comenzó a transformarse en materia, generándose su enorme
condensación a una extremada elevada temperatura. Después de este singular
acontecimiento que produjo la adquisición de energía infinita por parte de la
materia, su consecuente expansión a la velocidad de la luz y la generación del
tiempo y el espacio, el beneficio neto fue que la materia ha seguido
experimentando una estructuración creciente y a escalas cada vez mayores. Como
consecuencia, si la materia es la forma de condensar la energía, la materia
cada vez más estructurada aprovecha la energía de una manera cada vez más
eficiente.
Para entender la relación causal entre las estructuras
debidas a la fuerza, se debe introducir el concepto de "función".
Cualquier estructura es funcional porque ejerce fuerza o porque obtiene
fuerzas. La función es lo que permite que una estructura sea una causa o un
efecto. Es la combinación específica de fuerzas de una estructura particular,
es decir, esta estructura es particularmente funcional porque es causa o efecto
de una combinación específica de fuerzas. Una función de cualquier estructura
de nuestro universo que esté compuesta de partículas masivas es la de ejercer
peso. Sin embargo, una estructura puede distinguirse por funciones que dependen principalmente de
fuerzas electromagnéticas, como la relación lógica de las ideas en la
estructura humana.
De la misma manera que una estructura es afectada en un
modo determinado por una fuerza particular, una estructura tiene un modo particular
de ejercer la fuerza, o, de ser una causa. La fuerza no es una entidad que
exista independientemente de la estructura, porque ambas –estructura y fuerza-
son complementarias. Si toda fuerza está necesariamente ligada a alguna
estructura, la fuerza se ejerce según la funcionalidad de esta estructura
particular. La fuerza actúa según el funcionamiento de su estructura
complementaria. De manera similar, la fuerza actúa sobre otra estructura según
su configuración particular para la cual es funcional como efecto.
La función puede definirse como la forma específica que
una estructura tiene de ser una causa o un efecto, es decir, es la capacidad
específica de interactuar con la manera de funcionar de otras estructuras. La
relación causal se establece por la predeterminación de la funcionalidad de
ambas estructuras que intervienen en la transferencia de energía por medio de
la acción de la fuerza. Una estructura es funcional en el sentido de que es
capaz de entregar energía, así como de recibir energía. La fuerza pertenece a
la funcionalidad tanto de la causa de la estructura como del efecto de la
estructura. Sin la funcionalidad de ambas, no puede haber transferencia de
energía. Si la emisión y recepción de energía no existe en un tiempo dado, la
relación causal no tiene lugar. Tal como cualquier combinación específica de
fuerzas está relacionada con una estructura específica, ésta es funcional ya
sea como causa o como efecto. Una relación causal necesita al menos una
estructura que funcione como causa y de una estructura que funcione como
efecto. Si esto no sucede, la funcionalidad será sólo potencial. El grado de
funcionalidad de una estructura depende de la eficiencia en el uso de energía,
y una estructura tendrá mejores posibilidades de sobrevivir si es más
funcional. La funcionalidad es imperfecta en las relaciones causales más
complejas.
La relación causal es determinista y funciona de la misma
manera en todas las situaciones donde las condiciones son las mismas. La base
para la existencia de las leyes naturales es precisamente el hecho de que todos
los seres o cosas del universo son simultáneamente estructuras y fuerzas. Las
funciones específicas o los modos del comportamiento particular de las
estructuras son la base para la existencia de una determinada ley natural.
Las cosas del universo son estructuras que se ordenan
jerárquicamente en escalas según el espacio y la complejidad. Desde las
partículas fundamentales y hasta incluir la totalidad del universo, cualquier
estructura es una subestructura de alguna estructura de escala superior y
contiene a su vez subestructuras de una escala inferior. Las subestructuras de
la escala inmediatamente inferior son sus unidades digitales o discretas,
mientras que la propia estructura es el esquema analógico para ellas,
determinando su conducta individual mediante la estadística. La estructura de
la escala más baja posible relaciona y organiza las partículas fundamentales.
La estructura de la escala más alta posible es el mismo universo, ya que es la
única estructura existente que contiene la totalidad de las estructuras.
Las estructuras se ordenan en modos
progresivos y jerárquicos según la dimensión o complejidad de las escalas. Una
estructura es superior que sus subestructuras, ya que las contiene. Además, una
estructura es más compleja que sus subestructuras, puesto que, además de poseer
las funciones de sus subestructuras, posee su propia funcionalidad. Cada
estructura pertenece a una cierta escala y está compuesta por estructuras
relativamente heterogéneas de escalas inferiores. A su vez, como una
subestructura, pertenece a una estructura de escala superior.
Si se tiene en cuenta un punto de vista evolutivo, se
puede distinguir dos procesos. El primero es la funcionalidad de las
subestructuras, que permite la existencia de estructuras de escalas superiores,
y que integran. El segundo es la funcionalidad de una estructura que permite
tanto su propia subsistencia como la creación de un entorno para sus propias
subestructuras. Estos dos procesos recíprocos hacen posible la explicación de
la evolución: Por un lado, la funcionalidad permite el salto a una escala
superior cuando dos o más estructuras de una escala dada se relacionan, dando
lugar a una estructura de esta superior escala; Por otro, la funcionalidad súper-estructural
hace posible la existencia de estructuras en escalas inferiores. En una
perspectiva más amplia, el entorno del universo permite la
"estructuración" en cualquier escala, siempre que las escalas
inferiores ya hayan sido estructuradas.
Dos tipos de órdenes jerárquicos pueden distinguirse
dentro de la estructura del universo. Primero, desde el punto de vista espacial
(de la cantidad), las estructuras, incluidos los seres humanos, pueden ubicarse
en un lugar determinado entre las estructuras más pequeñas de todas, que son
las partículas fundamentales, y la estructura más grande de todas, el mismo
universo. En segundo lugar, cada estructura se ubica en un lugar según su grado
de funcionalidad y complejidad. En consecuencia, mientras el universo, como
estructura, se va expandiendo, conteniendo en sí una diversidad cada vez mayor
de estructuras, la materia se ha vuelto más compleja a lo largo del tiempo al
verse estructurada en cosas con mayores grados de funcionalidad, siendo el ser
humano la estructura más compleja de todas.
Las estructuras de todas las escalas posibles del
universo están básicamente constituidas por partículas fundamentales, como los
ladrillos de un edificio. Y los edificios también están constituidos por
paredes, techos, pisos puertas y ventanas. Las cosas del universo no están
compuestas por conjuntos finitos de partículas fundamentales combinadas de
manera particular, sino que siempre están fundadas en dichas partículas. Esto
indica que las partículas fundamentales no sólo son funcionales en sí mismas,
sino que contienen cierta especie de clave por la cual la materia ha llegado a
estructurarse hasta generar la inteligencia. La funcionalidad básica de las
partículas fundamentales, caracterizada por la capacidad de ejercer fuerza, permite
la propia funcionalidad de la estructura particular, independientemente de su
escala. Todas las fuerzas conocidas en el universo provienen de las partículas
fundamentales, y básicamente una función no es otra cosa que una combinación
particular de las fuerzas básicas.
El hecho de que todas las estructuras del universo estén
compuestas por el mismo tipo de partículas fundamentales tiene una triple
significación. Primero, es el cimiento que funda la unidad de todo el universo;
las partículas fundamentales tienen el mismo comportamiento en todo el
universo, lo que permite el descubrimiento de las leyes naturales universales.
Segundo, las cuatro fuerzas fundamentales que explican el funcionamiento de
todas las cosas del universo provienen de las partículas fundamentales.
Tercero, es la base lo que nos permite explicar la mutabilidad de las cosas;
las cosas se transforman en otras cosas, porque sus componentes en la escala
fundamental pueden interactuar unos con otros y generar estructuras de escalas
superiores.
El hecho de que exista una jerarquía estructural de
complejidad indica que existe un orden progresivo con respecto a la escala
superior. De esta manera, la estructura de un quark está compuesta por
partículas fundamentales; la de un nucleón, por quarks; la de un núcleo
atómico, por nucleones; la de un átomo, por el núcleo y los electrones; la de
una molécula, por átomos; la de un ácido o sal, por moléculas; y si procedemos
en el camino de la biología, la de una proteína, por aminoácidos; la de los órganos
celulares, por proteínas; la de una célula, por órganos celulares; la de
tejidos y fluidos, por células; la de un órgano, por tejidos y fluidos; la de
aparatos y sistemas fisiológicos, por órganos; la de un organismo vivo, por
sistemas fisiológicos; la de un grupo social, por individuos vivos; la de una
especie biológica, por grupos sociales; la de un ecosistema, las especies
biológicas, etc. Si consideramos la escala "organismo vivo", podemos
llegar hasta la máxima complejidad conocida, que también es propiamente el ser
humano.
Las cosas del universo son organizaciones de muchas
escalas de tamaños muy diversos, algunas contenidas dentro de otras, de modo
que cada escala está encerrando sucesivamente las escalas inferiores que
contiene. Así podemos entender que cada estructura, exceptuando a las
partículas fundamentales, está constituida por subestructuras como unidades
discretas (o digitales). Si una serie de estructuras dentro de la misma escala
forma parte de una estructura viable y subsistente, la nueva estructura
constituida es funcional. Las subestructuras de la escala inmediatamente
inferior son las unidades discretas de una estructura y son a su vez
estructuras ya que están compuestas por unidades discretas en una escala
inferior. Una estructura está compuesta por las unidades discretas de la escala
inmediatamente inferior, y éstas están compuestas por las unidades discretas de
la escala sucesivamente inferior, por el camino que llega a las unidades
fundamentales, supuestamente las subestructuras de la escala absolutamente
inferior.
Esquema cuántico al esquema
fenomenológico
El descubrimiento de Max Planck de que la energía
fundamental se transmite discretamente, junto con la interpretación
probabilística de Max Born, llevó a Werner Heisenberg a formular en 1927 la
hipótesis de que la emisión de radiaciones es un fenómeno estadístico. Una vez
que se conoce la condición de una partícula, sólo es necesario definir la
probabilidad de su localización, ya que, a escala subatómica, cualquier medida
real implica perturbar el objeto medido. El "principio de
incertidumbre" de Heisenberg afirma la incapacidad simultánea y precisa de
determinar la posición y la velocidad de cualquier partícula subatómica.
Por tanto, podemos decir que en un esquema fenomenológico
o analógico los sistemas y los procesos se describen en términos de hechos que
pueden medirse directamente en una escala superior, mientras que en un esquema
cuántico o digital los acontecimientos son particulares y necesitan para su
formulación el uso de la noción de cuantos. Las estadísticas son necesarias
para saltar del esquema cuántico al esquema fenomenológico. Pero este salto
significa pasar de una escala inferior a una escala superior, es decir, desde
un conjunto de unidades digitales discretas y separadas hasta un proceso
analógico constante. El indeterminismo ocurre en todas las escalas posibles,
pero su determinación se resuelve a mayor escala por medio de la estadística.
El problema de la mecánica cuántica es que a su propia escala, la más
fundamental de todas, no puede existir una resolución estadística de los
fenómenos cuánticos, ya que no hay escala inferior. Esta conclusión nos obliga
a asignar el indeterminismo para situaciones particulares. Si la transmisión de
energía, que es la forma en que tiene lugar la relación entre una causa y su
efecto, no es un flujo constante, sino un flujo de cuantos o unidades
discretas, en la escala de estas unidades discretas no hay necesidad de
que a tal unidad deba ser transmitida en
tal momento. Desde el punto de vista de una escala superior, la transmisión de
energía es un proceso perfectamente analógico, ya que es estadístico.
El espacio-tiempo
Las siguientes son proposiciones básicas sobre el tiempo
y el espacio. La dimensión de estos parámetros está relacionada con la
cantidad, ya que ambos pueden ser medidos y ambos pueden ser usados como
medidas. Ambos son las mediciones del movimiento de la materia y a través del
movimiento el tiempo se relaciona con el espacio. El tiempo es lo que demora a un
cuerpo a moverse a cierta velocidad en el espacio. Un reloj, que es un
instrumento analógico que nos indica el tiempo que fluye, tiene esta capacidad
porque sus engranajes giran a una velocidad constante, y los espacios cubiertos
por cada engranaje en cada engranaje son similares. La regularidad de este
movimiento está dada por el péndulo, que está determinado por la constante de
la gravedad. El tiempo parece fluir a una velocidad constante. Pero su flujo
está determinado por un cambio que varía según la energía. El agua se evapora a
una velocidad constante si el aporte de calor permanece constante.
La interacción de dos cuerpos crea una distancia. Tres
cuerpos crean un triángulo que se encuentra en un plano bidimensional. Cuatro
cuerpos que interactúan y no coinciden en el mismo plano generan seis planos,
conformando un espacio tridimensional. En el universo este espacio particular
es común a todas sus cosas que se relacionan de alguna manera con los cuerpos
mencionados. La capacidad para interactuar es posible porque los cuerpos
relacionados causalmente pertenecen a un presente común que corresponde al
mismo espacio-tiempo relativo a su origen común en el Big-Bang. La velocidad de
la luz es la máxima velocidad posible en la interacción de dos cuerpos. Si la
velocidad de la luz fuera infinita, el tiempo sería nulo y el espacio vacío y
la interacción entre las estructuras sería instantánea.
Desde Einstein sabemos que el tiempo absoluto no puede
existir en el espacio. En el universo, las cosas se mueven en relación con un
observador desde cero hasta la velocidad de la luz. El espacio y el tiempo son
medidas universales para cualquier movimiento, y ambos están enmarcados por la
velocidad de la luz como referencia absoluta. Dado que la magnitud del
movimiento máximo posible en el universo tiene un límite absoluto, es decir, la
velocidad del fotón, Einstein concluyó que el espacio y el tiempo son
relativos, es decir, ambos parámetros son correlativos con respecto a este
movimiento con valor absoluto. Él introdujo el concepto de
"espacio-tiempo" [5] como dos parámetros relativos que están
relacionados entre ellos y tienen la velocidad de la luz como su referencia
absoluta.
En el extremo más alejado de la
escala, la distancia mínima entre dos partículas, la más pequeña que pueda
existir, es dada por el número de Planck. En consecuencia, el tiempo y el
espacio no son infinitamente pequeños, como se ha supuesto generalmente. Ambos
parámetros comienzan a existir a partir de la cantidad mencionada. Ni el tiempo
infinitesimal ni el espacio infinitesimal son posibles. En el universo hay un
límite inferior y un límite superior para la causalidad. El límite inferior es
la dimensión de energía dada por la constante de Planck, que determina la
escala más baja posible para la existencia de la relación causal. El límite
superior para esta relación se refiere a la velocidad máxima que el movimiento
puede tener, que es la velocidad de la luz.
Lo que subyace a todo movimiento es el cambio, que es la
causa del movimiento. El movimiento es el lado visible y mensurable del cambio.
Por lo tanto, tanto el tiempo como el espacio son las medidas de la extensión y
la duración de un proceso. En ambos casos, el tiempo y el espacio miden una
causa en relación con su efecto. Por un lado, el tiempo mide cuánto tarda una
causa en afectar algo, es decir, cuánto tarda un cambio mientras sucede. En
este sentido, la duración puede durar un breve instante, o puede durar mucho
más, de acuerdo con la regla de las leyes naturales. Por otro lado, el espacio
mide la distancia entre la posición de una causa y la posición de su efecto.
Cuando el cambio se mide a través de la relación causal, el tiempo se vuelve
irreversible, porque hay gasto de energía y recuperación de energía, la
"estructuración" de algo y la generación de fuerza. El tiempo no
puede ser identificado con el devenir, como Heráclito asumió. Llegar a ser es
propio del movimiento. Pero el movimiento es una particularidad del cambio. El
cambio está tras el tiempo, ya que se refiere al proceso termodinámico completo
donde hay movimiento, pero también transformación. Una cosa cambia de una
manera tan típica que podemos inferir una ley universal, que hace que una
relación causal sea determinista. Aún así, cualquier cambio particular posee
una indeterminación fundamental.
El razonamiento anterior demuestra que la existencia de
tiempo y espacio depende de la interacción de las estructuras, que es la base
del cambio. El siguiente paso es que ni el tiempo ni el espacio pre-existen a
las cosas. El tiempo y el espacio no existen antes de la materia y la energía,
sino que se desarrollan o se expresan en cada interacción de cuerpos
materiales. Si la materia y la energía se manifiestan en estructura y fuerza,
ni el tiempo ni el espacio pueden existir independientemente, pero sus
existencias dependen de la existencia de la complementariedad. El tiempo y el
espacio no sólo dependen de la estructura y la fuerza, sino que son temporal y
naturalmente a posteriori. El tiempo
es la velocidad a la cual la energía se transfiere entre las estructuras en la
relación causal. El espacio es el lugar configurado por las estructuras, ahora
como subestructuras de su relación causal.
En el primer instante, al principio de los tiempos y
cuando el espacio ni siquiera se comprimía en lo infinitamente pequeño, sólo
existía la infinita energía primigenia. Ella es primigenia porque es
naturalmente anterior al universo; ella es el principio activo de todo; no
posee ni tiempo ni espacio y no tiene ni peso ni volumen; no puede existir por
sí misma y debe estar contenida o en dependencia de algo; en el universo ese
algo es la materia y su transformación; en el instante del comienzo del
universo, que fue el Big Bang, ella fue cuantificada. Desde este primer
instante, cuando esta energía primitiva empezó a ser "condensada" en
la materia y sus estructuras fundamentales, que son la masa y la carga
eléctrica, ejerce fuerza a partir de la escala cuántica. Entonces se hizo
posible el devenir de la materia, el desarrollo del tiempo y la extensión del
espacio. Este desarrollo y esta extensión no fueron entonces, ni son ahora
independientes de la conversión de energía en masa y carga eléctrica. Las
partículas fundamentales responsables de estas dos propiedades son altamente
funcionales y generan sus propios campos espaciales de fuerza dentro de los
cuales pueden interactuar causalmente.
La energía primigenia, que contenía los códigos de todas
las leyes de la naturaleza, ha dado lugar a la subsecuente
"estructuración" de la materia desde su primera condensación en
partículas fundamentales hasta la inteligencia humana, en un acto de creación
que no tiene ninguna conclusión conocida. Así como la estructura de la materia
forma el espacio (el espacio es inconcebible si no es parte de una estructura),
la funcionalidad de las estructuras que transforman la energía en fuerza hace
posible el tiempo (el tiempo es generado por la relación causal). Así, así como
la estructura genera espacio, la fuerza genera tiempo.
Si la fuerza se define en términos de la alteración del
movimiento de la materia en el espacio-tiempo, y la materia se define como su
«estructuración» según las coordenadas espaciales, entonces la fuerza tendrá
que definir el tiempo. En esta ecuación la fuerza se libera del espacio, puesto
que el espacio es anulado por estar en ambos lados de esta ecuación.
Inversamente, esto significa no sólo que el tiempo depende de la fuerza, sino
que la fuerza desarrolla el tiempo. Vimos que la energía pre-existe a la
fuerza. La energía que proviene de una causa es siempre tiempo futuro, es
potencialmente existente. Cuando entra en el parámetro espacial, la energía,
mediada por la complementariedad estructura-fuerza, se convierte en fuerza y el
tiempo se desarrolla.
Esta idea es comprensible si pensamos que la fuerza, que
lleva energía especificada o diferenciada, es el nexo interestructural
necesario entre la causa y su efecto; es el punto de encuentro entre la
estructura causa y la estructura efecto. Para que un efecto ocurra, es
necesario que su causa sea mediada por una fuerza si tanto la causa como el
efecto son identificados por estructuras funcionales. En la relación causal la
causa genera una fuerza que el efecto consume y, en esta acción, ambas se
modifican de alguna manera. La fuerza genera la relación causal cuando se
realiza la transferencia de energía.
Puesto que en cualquier relación causal se produce una
secuencia temporal, la fuerza es la instancia que interviene entre el
"antes" y el "después" del suceso; constituye el
"ahora" del acontecimiento que modifica irreversiblemente la
estructura. En cualquier cambio hay una transferencia de energía según la
primera ley de la termodinámica; cualquier cambio es irreversible, según su
segunda ley. Por lo tanto, podemos subrayar que la fuerza genera el devenir y el
desarrollo del tiempo.
Un acontecimiento aislado, una relación de causa y efecto
única, no nos dice mucho sobre el espacio-tiempo. Sólo se las arregla para
decirnos que un evento separa lo anterior de lo siguiente en algún lugar. La
dimensión espacio-temporal es el conjunto de los múltiples eventos particulares
que se relacionan sucesivamente porque están siendo actualizados en un momento
determinado, que es el presente para un cierto lugar en el espacio. Pero esta
dimensión no puede ser lineal. El tiempo no es independiente del espacio. La
sucesión de acontecimientos no se da sólo en un punto espacial. Incluye un
tejido interdependiente de diferentes acontecimientos cuya correlación es una
cuestión de la posición en el espacio no sólo del observador, que es una
referencia particular, sino del Big Bang, que es la referencia absoluta de todo
el universo. El universo es el conjunto de las interrelaciones causales que se
originaron en el Big Bang. Y debido a este origen común, el universo tiene
unidad y sus leyes naturales se cumplen para todo tiempo y lugar.
He tratado de mostrar que el espacio está relacionado con
la estructura y el tiempo está relacionado con la fuerza. El universo no es el
campo del espacio-tiempo donde las fuerzas y las estructuras juegan, pero el
juego mismo es el espacio-tiempo desarrollado por la interacción de la
estructura-fuerza. Si el origen primigenio fue una energía infinita contenida
en un no-espacio, su evolución en el transcurso del tiempo ha seguido el camino
de una constante y cada vez más compleja "estructuración", que ha ido
continuamente desarrollando espacio y transformando energía en complejidad.
2. LAS CATEGORÍAS METAFÍSICAS
ESTRUCTURA, FUERZA Y FUNCIÓN
El problema gnoseológico
La búsqueda del orden racional en una realidad que se
presenta caótica por su multiplicidad y mutabilidad ha sido una inquietud
humana permanente. La realidad es de cosas concretas e individuales que se
relacionan de diversas maneras y nuestra mente es de ideas abstractas y
universales que nosotros sintetizamos efectuando diversas relaciones. Así como
las moléculas de un cristal líquido se alinean ordenadamente al ser
polarizadas, la cuestión ha sido encontrar la polaridad. Desde Tales de Mileto
(630-545 a.
C.), que supuso que el principio de todas las cosas del universo es el agua, la
explicación para la multiplicidad y mutabilidad de las cosas que percibimos se
ha centrado en torno a la naturaleza del universo y sus cosas, y no en mitos.
Algún tiempo después, Parménides de Elea (530-515 a. C.) revolucionó la
filosofía cuando propuso al ser como este principio fundamental. Las cosas
múltiples adquieren unidad por referencia a la inmutabilidad connatural del
ser, constituyéndose éste, por lo tanto, en el principio de racionalidad. Pero
al someterse lo múltiple a la unidad del ser, se pasa a identificar a su
correlativo, lo inmutable, con lo inteligible. Parménides generaba así un doble
prejuicio que ha asolado la historia de la filosofía: 1. la idea comenzó a
tener existencia propia, ajena de lo que representa y hasta separada del
sujeto; 2. lo verdadero es inmutable y, por tanto, estático y eterno.
La representación del objeto de la metafísica tradicional,
el ser, llegó a convertirse en algo atemporal, sin pasado ni futuro, y
puramente nominal o abstracta referente a las cosas de la realidad. Ni siquiera
Aristóteles (384-322 a.
de C.), que estaba profundamente preocupado por explicar el cambio, pudo
advertir la íntima relación del ser con su causa, sino sólo de modo tangencial,
cuando postuló una causa final, una teleología, como causa del acontecer. Por
el contrario, para la edad científica, el ser inmutable, atemporal y nominal es
perfectamente irreal. La ciencia reconoce las cosas justamente por sus
relaciones causales, preocupándose tanto por el origen de ellas como por lo que
transforman. Más que andar tras los trascendentales del ser (unidad, verdad,
bondad, belleza), está en su mira la materia, la energía, la causa, el efecto,
el tiempo, el espacio, el cambio, la evolución y la transformación. La ciencia
ha centrado su interés en la relación entre la causa y su efecto precisamente
de lo mutable, llegando a descubrir experimentalmente en las cosas el orden
racional con el carácter universal de leyes naturales. No debe extrañar, en
consecuencia, que ella haya encontrado irrelevante al ser metafísico y carente
de sustento real las categorías puramente de carácter racional y lógico que los
diversos sistemas metafísicos tradicionales han construido, deducidos
únicamente del contenido conceptual del ser y plenos del prejuicio de una
realidad sensible supuestamente caótica. En consecuencia, desde el auge de la
ciencia moderna, mientras los filósofos se empecinaban en mantener vigente el
concepto de ser, nuestra cultura iba quedando huérfana de sistemas conceptuales
unificadores que dieran racionalidad a una realidad que, para el gusto
tradicional, se iba tornando excesivamente compleja, dinámica y tanto
macroscópica como microscópica.
Conocimiento progresivo
Al tiempo de empezar el tercer milenio de la Era
cristiana, en muchos científicos se ha apoderado la sensación de que la época
del descubrimiento científico, que tuvo sus inicios hace unos cuatro siglos
atrás, estuviera terminando. Pareciera que desde Copérnico y Galileo el
sostenido crescendo de brillantes descubrimientos habría tenido, desde nuestro
punto de vista ubicado en el presente, su apogeo con Darwin, Planck, Einstein y
otros más. Para muchos pensadores recientes las décadas que han seguido hasta
ahora no han mostrado algo parecido que pudiera rivalizar con tales creaciones
del ingenio humano cuando se enfrenta a las maravillas del universo. Desde esta
novedosa perspectiva, ¿será que la naturaleza ya no contiene otros grandes
misterios que develar y que la mayor parte de sus secretos nos es ya conocida?
Esta pregunta tiene un trasfondo de vital importancia, por cuanto nuestra época
ha dependido del descubrimiento científico para intentar dar respuesta a las
interrogantes más profundas que el ser humano se hace. Una sensación similar se
produjo al finalizar el siglo XIX. Se pensó que en el conocimiento científico
fundamental sólo quedaban detalles menores que dilucidar. El físico alemán,
Heinrich Hertz (1857-1894), en 1887, demostró experimentalmente la validez de
las ecuaciones de Maxwell respecto a la naturaleza de las ondas
electromagnéticas. Supuso que el conocimiento del andamiaje físico estaba
virtualmente terminado, restando sólo una cuestión en apariencia carente de
mayor importancia. Si la luz es una perturbación electromagnética, ¿qué es lo
que queda perturbado? No podía imaginar entonces que la respuesta a esta simple
pregunta produjo las revolucionarias teorías de la mecánica cuántica y la
relatividad. Al comenzar el siglo XXI, también algunas incógnitas han quedado
sin respuesta, como la naturaleza del conocimiento racional y abstracto, la
explicación última de la gravitación y la compatibilidad de los dos pilares de
la física del siglo XX, que son las teorías de la mecánica cuántica y de la
relatividad, la síntesis de las cuales se intenta resolver en una teoría
unificadora de las fuerzas fundamentales. Hasta ahora se han avanzado una gran
cantidad de ideas, teorías e hipótesis, pero nada que satisfaga plenamente el
rigor científico. Es posible que las teorías pendientes que den cuenta de estas
incógnitas sean tan revolucionarias como las de Planck y Einstein. Sin duda,
este tipo de teorías abre anchas puertas para el desarrollo del conocimiento,
como subrayando que el progreso de la ciencia no es homogéneo.
Sea que el universo se nos ha desnudado en todo lo que es
posible observarlo con la inteligencia de seres humanos, sea que nuestro
conocimiento de aquél esté radicalmente incompleto, la historia se caracteriza
justamente por intensos desarrollos temporales que, mientras se viven como si
en eso consistiera la existencia, parecieran que nunca tendrán fin. Así, otros
periodos de ella, que se suponía que no acabarían jamás, han quedado
registrados en sus páginas sin vida. Refirámonos, por ejemplo, a las invasiones
germánicas que trajeron siglos de tinieblas a nuestra cultura, o a la edad de
los descubrimientos geográficos que brindaron epopeyas, penurias, riquezas y
devastación, mientras extendían el espacio del ámbito occidental y contactaban
una diversidad de pueblos, culturas y razas de otras latitudes, o al género de
la ópera que debe su sublime expresión a unos pocos compositores (Mozart,
Rossini, Bellini, Donizetti, Verdi, Wagner, Puccini y otros pocos más),
principalmente de la segunda mitad del siglo XVIII y de la primera mitad del
siglo XIX. No obstante esta constante histórica, todavía es probablemente
pronto para afirmar algo que aún es futuro, y la idea del término de la edad
científica no es más que especulación sin base alguna. Cualquiera que sea el
caso, si el turno de quedar impresa en las páginas de la historia le ha llegado
a la ciencia o, lo que es altamente probable, si la humanidad se verá
recurrentemente impactada por nuevas teorías de la magnitud de la evolutiva, la
cuántica o la de la relatividad, podemos decir que la brillante acción del
saber científico ha transformado nuestra cultura en forma completa e
irreversible, dándole al conocimiento objetivo tradicional, que descansaba en
la filosofía ―y también en la teología— un tan fuerte remezón que a muchos
parece del todo evidente que el segundo dejó de existir o que su discurso no
tiene sentido alguno.
Conocimiento frustrado
A pesar de su crítica completamente devastadora sobre la
filosofía, la ciencia no ha logrado sustituir el objetivo de este antiguo saber
dedicado a dar respuesta a las preguntas más fundamentales de la existencia.
Aunque día a día ella devela más trozos de verdad de aquella realidad que nos
parece a primera vista tan caótica, la realidad como totalidad y unidad siempre
permanecerá inasible. De hecho no sólo no ha sido capaz de dar respuesta
satisfactoria a las preguntas que más nos inquietan, sino que su accionar ha
corroído en tal grado a la filosofía que nuestra época se encuentra sin un
rumbo definido. Comprender la existencia a través del conocimiento racional
había sido precisamente el objetivo perenne y principal de la filosofía, y este
vacío la ciencia ha pretendido ocuparlo, pero ha conseguido sólo que el
prosaico e interesado comercio, con su implacable publicidad, se encargue de
decirnos a cada instante qué es la felicidad y cómo alcanzarla, mientras la identifica
con ninguna otra cosa que no sea el consumo de algún producto de la economía,
incluidos los temas científicos de moda, como agujeros negros, dinosaurios,
vida extraterrestre, y los pseudo científicos, como la Atlántida, Pié Grande,
el Triángulo de las Bermudas, el tarot, Nessie y otras banalidades que
apasionan a multitudes. El mito de nuestra época es la creencia que la ciencia
terminará por darnos las respuestas a las preguntas más profundas, como
indicarnos cuál es el sentido de una vida que termina necesariamente en la
muerte, cuál es la relación entre el ser humano y la naturaleza, qué conocemos,
qué hace que la persona sea la finalidad del Estado, y otras preguntas aún más
fundamentales como también más abstractas, como qué son el ser y la existencia,
la esencia y la realidad y, principalmente, la energía. Para ello nuestra época
ha puesto todo el empeño en el descubrimiento científico en la suposición que
cuando el universo termine por ser develado, se habrá encontrado la luz. El
mito científico es que recopilando y analizando datos y más datos ad infinitum
a través de la observación y la experimentación, se podrá progresivamente
llegar a tener aquel conocimiento universal que buscaba Aristóteles y que
Platón daba el carácter de absoluto. Tan temprano como Roger Bacon y mucho
después los positivistas y empiristas ingleses, la cultura contemporánea ha
seguido fielmente el sendero trazado por aquellos que aborrecen cualquier
atisbo de abstracción y filosofía por sinsentido.
Ya en 1959, un conocido ensayista y físico británico, C.
P. Snow (1905-1980), describió en su libro Two
Cultures el fenómeno de la coexistencia en nuestra cultura de dos discursos
enteramente distintos sobre la misma realidad. Resaltando la divergencia que
existía entre el discurso filosófico y el discurso científico, indicaba que
cada uno de ellos producía una apreciación y una actitud muy característica
sobre el universo y las cosas. El tránsito de un discurso al otro era difícil
para una misma persona que recibía una marcada impronta, dependiendo del
énfasis en el tipo de formación académica que había adquirido y de sus
intereses y aptitudes, si “humanista” o “matemática”. Desde entonces, en la
cultura occidental, a causa de su acelerado ímpetu la ciencia se ha superpuesto
a la filosofía respecto al conocimiento objetivo. Como vimos, en la actualidad,
ella ha llegado virtualmente a suplantarla, liderando el ámbito intelectual.
La paradoja es que en una cultura científica el sustento del andamiaje
científico no puede ser establecido sólidamente debido a su ideología
positivista que le impide valorar la necesidad de la abstracción y la teoría.
Resultaría ridículo pensar ahora que de la observación de la caída de una
vulgar manzana Newton intuiría la ley de la gravitación universal, o que
Darwin, de observar picos de pinzones de las islas Galápagos, abstraería la
teoría de la evolución biológica, y que estas teorías fueran aceptadas rápida y
universalmente. Ambos pertenecieron a una cultura cuando la abstracción y la
filosofía eran valoradas. De aquella época surgen también los conceptos que
ahora la ciencia utiliza acríticamente, como materia, energía, espacio, tiempo,
movimiento, cambio, causa, etc. También ahora los editores, entre otros, se
encargan de indicarnos qué es lo propio o lo impropio del conocimiento que
compartimos, siendo la abstracción algo atávico. Sin embargo, son justamente la
óptica y la metodología de la vilipendiada filosofía las que nos pueden
proporcionar tales respuestas.
Hacia una solución
Aunque se llenen infinitos megabytes de información
científica en la memoria de supercomputadores y se los haga funcionar
interminablemente en análisis de datos, en esta escala seguiremos siendo muy
ignorantes. La sabiduría se puede alcanzar sólo tras hacer funcionar nuestra
capacidad de abstracción en el silencio de la reflexión y aún así será muy
limitada. No es la cantidad de datos, sino su relevancia y aquello que nuestra
mente consigue entrever lo que resulta importante. En la pura escala de las
relaciones de causa efecto entre cosas, de las descripciones de cosas, del
ordenamiento de cosas, del observar la evolución de cosas no es posible llegar
al entendimiento que demanda nuestro cuestionar más profundo. El mundo
conceptual más penetrante es necesariamente más abstracto. Es de relaciones
ontológicas cada vez más universales. Esto no quiere decir que la referencia
del mundo conceptual con el mundo real sea menor, ya que la pluralidad de cosas
individuales posee un ordenamiento o una unidad que el pensamiento abstracto es
capaz de desentrañar. La unidad de las cosas del universo puede ser
descubierta, ya que todas estas cosas del mundo real no sólo se relacionan
ontológicamente, sino que, principalmente, de maneras causales y en formas muy
determinadas, fruto de leyes naturales de carácter universal, y pertenecen a
distintas escalas incluyentes. Esta unidad no le viene al ser ni por su esencia
ni por la imposición de ésta por el sujeto que conoce. Por el contrario, tal
como la ciencia ha venido descubriendo, las cosas poseen unidad por sí mismas.
Todas las cosas del universo tienen un origen común, están constituidas por el
mismo tipo de partículas fundamentales, pueden transformarse unas en otras, se
afectan causalmente entre sí, están sometidas al mismo tipo de fuerzas,
transfieren energía entre sí, existen en campos de fuerza comunes, se comportan
de acuerdo a leyes universales que les son comunes y basadas en el modo
específico de funcionamiento de las fuerzas y estructuras. Esto es, las cosas
del universo tienen unidad en sí mismas por origen, funcionamiento y
composición.
Las consecuencias en la sociedad, la economía y la
política de valorar sólo la cultura científica y el positivismo que la acompaña
son enormes, en especial si consideramos que la revolución tecnológica es fruto
de la ciencia moderna. Lo que pocos perciben es que el capital nutre a la
ciencia y la tecnología para dominar. Por ejemplo, el capital –casi
exclusivamente privado– invierte en ciencia y tecnología para suplantar trabajo
y adquirir mayores ventajas comparativas. La relación capital-trabajo es la
base de la injusticia más extraordinaria, ya que mientras siempre hay oferta de
trabajo, siempre hay demanda por capital. Si el trabajo llega a encarecerse,
nueva tecnología lo llega a reemplazar. Del capital invertido en tecnología,
protegido jurídicamente por patentes, se valen las corporaciones transnacionales
para dominar las naciones. A su vez el capital privado está protegido por la
legalidad que rige cada país. En fin, invirtiendo en tecnología y ciencia de la
publicidad, el capital logra dominar la voluntad de los consumidores, mientras
el inhumano y pragmático neoliberalismo ha llegado a reducir toda actividad
humana al mercado. Tras la intensa incursión de la ciencia en nuestra cultura,
el saber objetivo, ya en el dominio filosófico, se enfrenta a dos problemas
correlacionados. Uno de ellos se refiere a la más completa ausencia de un
sistema conceptual que unifique la pluralidad de la realidad con el objeto de
hallar su racionalidad. La razón de que este sistema no exista en la actualidad
se debe a que el sistema conceptual tradicional (léase idealismo, racionalismo,
existencialismo, fenomenología, etc.), que ya alcanzaba alturas absolutas de
conocimiento, terminó por caer desde aquellos mundos ideales y nominales,
destruido estrepitosamente por la lógica de la ciencia y la certeza del
conocimiento empírico. Un posible sistema de la unificación del saber tendrá
que ser compatible con el nuevo y deslumbrante conocimiento científico.
Nuestra época, bautizada ya de posmoderna por su
escepticismo y relativismo, ha tomado conciencia de dos hechos correlacionados:
el derrumbe del saber filosófico a causa de la revolución científica, y el
reconocimiento que el puro saber científico no puede reemplazar el saber
filosófico. Los escritores que describen el fenómeno posmodernista destacan que
la realidad para nuestros contemporáneos ya no se concibe bajo un solo patrón
racional, sino que se encuentra desintegrada en múltiples significantes sin explicación
racional posible. La realidad aparece como una multiplicidad de fragmentos de
imágenes y emociones carentes de sentido y, en consecuencia, resistentes a una
comprensión totalizadora, negándose, por tanto, nuestra posibilidad para
conocerla. La razón que estos escritores aducen para que el sujeto que conoce
haya perdido su relación con la realidad es que el discurso relativista actual
no se está refiriendo a objetos reales, sino que a objetos construidos por los
medios de comunicación controlados por el poder del capitalismo y también,
desde el punto de vista psicológico, por los sujetos que se refugian subjetiva
y cómodamente en sus mentes. Sin desmerecer la explicación de orden
comunicacional, podemos pensar, por el contrario, que en el fondo se encuentra
la histórica destrucción de la tradición filosófica que ha buscado desde su
origen la unidad cognoscitiva de una realidad que naturalmente nos aparece
desintegrada. Es claro que las teorías científicas construidas no alcanzan a
dar racionalidad al conjunto del universo, que no es por lo demás el propósito
de la ciencia, sino solamente a aspectos parciales del mismo, aunque aún ronda
el mito que en un futuro la ciencia terminará por encontrar la fórmula
unificadora del universo, intento que produjo muchas noches de insomnio a
Einstein. Además, por mucho que se concilien todas las teorías científicas en
una gran teoría general que las englobe, ésta nunca podrá reemplazar a algún
principio universal y necesario que pueda producir un orden racional para todas
las cosas, como pretendió serlo el concepto de ser, aunque, como se dijo más
arriba, tampoco dicho principio podrá ser contradictorio con el conocimiento
científico.
La complementariedad
En “Una metafísica del universo” de esta colección de Monografías filosóficas críticas se
propone justamente como el sistema conceptual unificador de la pluralidad de la
realidad cuyo objeto es hallar su racionalidad y que es compatible con el
conocimiento científico. Se trata de la complementariedad estructura y fuerza.
Por una parte, dicha complementariedad no contradice el concepto del ser
metafísico, sino que lo hace justamente compatible para la ciencia. Por la
otra, también ella resulta ser el producto de lo develado por la ciencia
referido a la causalidad y a las leyes universales de la naturaleza y en una
escala superior aquélla que posee la trascendentalidad de lo universal y lo
necesario. Desde esta nueva perspectiva, las teorías científicas podrán obtener
su significación en vista al conjunto del universo, superando la profunda
contradicción epistemológica contemporánea que subraya el hecho de que aunque
aumente la incontable cantidad de datos informáticos y análisis científicos
correspondientes a la “n” potencia, no se podrá alcanzar nunca la racionalidad
última de las cosas en la pura escala del conocimiento científico. Esta complementariedad
estructura-fuerza no es ni esencialista
ni reduccionista, y se presenta como la única salida al pesimismo, al
escepticismo y al relativismo en la que está sumergida nuestra cultura “posmoderna”,
pues ella puede representar el universo en su totalidad y reencontrarle el
sentido que ha ido perdiendo con la degradación de la filosofía y la conciencia
más clara sobre la limitación de la ciencia. Los conceptos estructura y fuerza
no constituyen novedad alguna. Lo que es nuevo es su unión y su identificación
con el ser de la metafísica tradicional. Mediante esta nueva perspectiva, se
adquiere la clave que puede abrirnos la comprensión del universo y del hombre.
La multiplicidad de cosas adquiere unidad en la
complementariedad, porque cada cosa es estructura y fuerza a la vez, y porque
todas ellas tienen un origen único en la materia y la energía, se transforman
unas en otras, se afectan entre sí, y son partes unas de otras dentro de
escalas estructurales progresivas. Ciertamente, nosotros percibimos que las
cosas del universo son mutables. De ahí la ciencia concluye que la relación
causal es una fuerza que transforma la energía y produce el cambio, y que todo
cambio es energía en transformación que obedece a fuerzas que se pueden
determinar. También mientras el origen de la fuerza es siempre la funcionalidad
de la estructura, el producto del cambio es la estructuración y la
desestructuración de la materia y, en el curso de la evolución del universo, su
estructuración en escalas progresivamente más complejas y funcionales. A la
vez, las cosas son inteligibles sin perder su condición de mutables. La
racionalidad en las cosas no la impone la razón; está en ellas mismas. La razón
puede encontrar la racionalidad en las cosas del mismo modo como el ojo ve los
objetos. El filósofo empirista inglés del siglo XVII, George Berkeley
(1685-1753), más a tono con el prejuicio racionalista, supuso que el ojo
ilumina los objetos. Por el contrario, sabemos ahora que el ojo recibe no sólo
la luz emitida por los objetos, sino que, además, está adaptado para ver la
luz. De la misma manera la razón está adaptada para conocer las cosas, siendo
las ideas que ella produce sus representaciones más o menos fieles. Las cosas
múltiples adquieren racionalidad cuando las relacionamos naturalmente en
nuestra mente, abstracta y racional, en forma ontológica y lógica. Por su
parte, la mutabilidad de alguna cosa adquiere racionalidad cuando conocemos su
relación causal, es decir, cuando conocemos la causa del cambio. El universo no
es solamente el contenedor de las cosas como referente espacio-temporal, como
tampoco es únicamente el campo espacio-temporal de la causalidad entre las
cosas. El universo resulta ser principalmente el desarrollo espacio-temporal de
la interacción estructura-fuerza que produce la estructuración de la materia.
Cuando hablamos de estructuras y fuerzas, descubrimos también funciones y
escalas. Las cosas se relacionan entre sí causalmente de dos maneras: entre
cosas dentro de una misma escala, y jerárquicamente cuando están referidas a
una cosa de escala superior que las contiene. Esta teoría general del universo es
el eje universal que permite la comprensión de la realidad en forma sistemática
y unificada y es la clave para comprender la realidad del universo.
La complementariedad de la estructura y la fuerza explica
metafísicamente la realidad del universo material, superando el concepto de
“ser”, pero no logra incluir otros aspectos de una realidad no sensitiva, como
el espíritu y la eternidad. El capítulo “Una cosmología” de esta misma
colección de Monografías filosóficas
críticas incursiona en un concepto aún más universal o amplio para
abarcarlos. Se trata de la idea de energía. Todo lo que existe es energía,
desde el mundo material hasta el mundo espiritual.
EL CAMBIO Y LA RELACIÓN CAUSAL
La relación causal está detrás de todo cambio y se
explica por la estructura y la fuerza. El cambio sucede entre una estructura
causa y una estructura efecto, donde el vínculo es la fuerza. La combinación
específica de fuerzas, que dependen de cada estructura particular, es la
función. Una cosa cambia de un modo tan característico que se puede inferir una
ley universal, por lo que la relación causal es determinista y este principio
se constituye en el fundamento de las leyes naturales universales. Exceptuando
la acción intencional humana, el cambio en la naturaleza no se produce en la
persecución de una finalidad, sino que proviene de las funcionalidades tanto de
la causa como del efecto. El cambio genera estructuración en una escala
superior. Si el universo está constituido en la escala más pequeña de todas por
partículas fundamentales, está a su vez determinado en sus posibilidades por la
funcionalidad de dichas partículas.
El movimiento ha sido el objeto
del estudio de varios pensadores, entre ellos Aristóteles, que pensaba de modo
erróneo que
cada cosa tiende por naturaleza
a determinada posición y que el movimiento de un cuerpo se detiene cuando la
fuerza que lo empuja deja de actuar, Galileo Galilei, que apreció la influencia
de la fuerza en el movimiento acelerado, Newton, que descubrió las leyes del
movimiento rectilíneo para el que incluye la masa y la velocidad. Un cuerpo se
mueve cuando cambia de lugar. Un espacio es el marco de referencia de un
conjunto de cuerpos que éstos generan en su interactuar. Luego, el movimiento
se explica en relación a otros cuerpos. Sin embargo, el movimiento es distinto
del cambio. El cambio es la alteración del movimiento uniforme de un cuerpo
respecto al marco de referencia y requiere la aplicación de fuerza. Tras el
movimiento se encuentra el cambio, que es lo que caracteriza el universo.
Heráclito (540-480a.C.) fue el primer filósofo que afirmó que el fundamento de
todo está en el incesante cambio en un proceso de continuo devenir, de
nacimiento y destrucción al que nada escapa.
Formalmente se plantea el problema filosófico de si acaso
todo lo que ocurre se debe a una causa. La respuesta es ciertamente positiva.
Ningún cambio resulta de la nada. Un efecto procede de una causa. Tanto la
causa y como el efecto están relacionados con necesidad. Más precisamente, un
efecto ocurre cuando se dan una cantidad de condiciones o, más precisamente,
causas. Por ejemplo, la combustión ocurre sólo cuando un material combustible
se encuentra en un medio con oxígeno y en presencia de una llama. No sólo una
causa es una condición necesaria para que ocurra un efecto, sino que para que
ocurra un efecto se requiere corrientemente de una cierta cantidad de otras
causas, siendo necesarias cada una y todas ellas. El principio universal de
causación establece que para cualquier evento en el universo existe un conjunto
de condiciones. Si estas condiciones son satisfechas, entonces el evento ocurre
invariablemente. Cuando se desconocen las causas, no se dice que un evento
sucede sin que éstas existan, sino que se acepta teóricamente su existencia, y
se adquiere conciencia de la necesidad de su descubrimiento.
La ciencia tiene por objeto descubrir las causas para los
distintos fenómenos, y la mayor parte de las veces, éstos resultan muy
complejos por la cantidad de condiciones que van apareciendo en este proceso de
descubrimiento. Sin embargo, como la ciencia es un proceso progresivo que se va
construyendo sobre anteriores descubrimientos, ella no parte de cero. Además,
muchas veces quedan numerosas incógnitas para resolver en algún futuro.
Para comprender el funcionamiento del universo, no basta
con constatar el hecho de la causalidad; es necesario responder primeramente al
“cómo” se da la relación causal. Esta pregunta es lo que distingue a la ciencia
de cualquier otro tipo de conocimiento. A partir del conocido fenómeno de la
ebullición del agua cuando se le aplica calor, la ciencia llega a descubrir,
por ejemplo, que estando sometida a la presión de una atmósfera, ésta ebulle
con necesidad cuando la temperatura alcanza los 100º centígrados. Comprende que
toda la energía adicional que se aplica se transforma en vapor. Llega a medir
el calor para evaporar cada gramo de agua y descubrir que será necesario
aplicar unas 565 calorías cuando la presión es de una atmósfera. Descubre los
requerimientos de calor según las variaciones de presión; y así sucesivamente.
Existe también una perspectiva filosófica a la relación
causal cuando se busca responder al “por qué” se da ésta. En este sentido se
puede decir ̶ que es el caso que aquí
interesa a la filosofía– que las cosas son mutables porque están compuestas de
estructuras y fuerzas. La explicación de la relación causal, que es el
fundamento de lo mutable, deberá encontrarse en la complementariedad
estructura-fuerza. Aunque los términos “estructura” y “función” han sido
sacados de la biología, en este ensayo han recibido un contenido conceptual que
los hace trascendentales y, por tanto, aplicables a todas las cosas y fenómenos
del universo.
Afirmar que las cosas son estructura y fuerza es un paso
muy grande sobre el solo identificarlas con el ‘ser’, como lo hace la filosofía
tradicional. Esta afirmación penetra en lo más profundo de las cosas, llegando
a definirlas íntimamente por lo que son y no sólo por lo que aparecen a través
de sus funciones. Establece verdaderamente qué es la cosa en sí, la que Kant
aseguraba que era imposible de conocer. En síntesis, esta afirmación es el
resultado de relacionar ontológicamente los componentes de una de las dos
identidades más trascendentales de las cosas, es decir, la complementariedad de
la estructura y la fuerza, la que podemos identificar con el ser desmenuzado
íntimamente. La otra identidad es ciertamente la existencia, la que ha sido
hasta ahora el único objeto material de la filosofía tradicional del ser que
permanece en toda su relevancia.
En el curso de la historia del universo, cuyo origen
estuvo en una cantidad infinita de energía primigenia contenida en un punto sin
tiempo ni espacio en energía cuántica, generando en un determinado instante lo
que el físico ruso, George Gamow (1904-1968), llamó “big bang”, y produciendo la transformación de esta energía
en materia, o condensación de energía en materia. Después de este singular
acontecimiento, y mientras, desde el punto de vista del big bang, el universo
así originado –y no el espacio como se inclinan muchos cosmólogos a suponer–
sigue expandiéndose a la velocidad de la luz, el resultado neto es que la
materia ha sido objeto de una creciente estructuración, que contiene escalas
incluyentes y cada vez mayores, hasta generar seres humanos, supuestamente las
cosas del universo más complejas y funcionales. En consecuencia, si la materia
es la forma de condensar energía, la materia cada vez más estructurada ha sido
la forma de contener y aprovechar la energía de modo cada vez más eficiente,
llegando a transformarse en energía psíquica.
La naturaleza de enorme complejidad que observamos en las
cosas que nos rodean, tales como el hecho que organismos puedan vivir, crecer,
desarrollarse, reproducirse, actuar en forma multifuncional, etc., no obedece a
que este tipo de seres son productos directos de un “diseño inteligente”, sino
que Dios, dotando a la energía con el código de las leyes naturales, creó el
universo con la capacidad para que a partir de la enorme funcionalidad de las
mismas partículas fundamentales se llegara a seres tan complejos como los
mismos humanos. El mecanismo causal ha sido el de la evolución tanto física
como biológica. Esta evolución se explica por la capacidad que tiene la materia
para estructurarse gracias a la fuerza en escalas inclusivas cada vez mayores y
más complejas.
Tanto el cambio como la inmutabilidad tienen una
importancia profunda para nuestro acercamiento cognoscitivo a la realidad. La
inmutabilidad de las cosas nos permite conocer, ya que las relaciones
ontológicas que efectuamos con nuestro pensamiento abstracto nos devela una
realidad plena de maravillosas significaciones y sentidos que no son para nada
evidentes si el pensamiento permanece inactivo, observando el entorno, como lo
hace cualquier animal. Constatamos al mismo tiempo que lo único que existe en la
realidad es el cambio mismo, que fue lo que llamó tan poderosamente la atención
a Heráclito, y que si aplicamos allí también nuestro pensamiento abstracto –y
el método empírico–, descubrimos que las relaciones causales propias de la
realidad que observamos se rigen por leyes universales inmutables, de las que
además su conocimiento nos sirve para desarrollar la tecnología. Así, en el
cambio podemos precisamente encontrar los elementos inmutables o invariantes
específicos que nos permite conocer la realidad.
Pero no es tanto la epistemología el centro de nuestra
atención de este momento, sino el cambio. Esencialmente, el cambio reside en
las modificaciones estructurales, muchas de las cuales resultan en nuevas
estructuraciones. Incluso una desestructuración tan radical y profunda como la
muerte de un organismo viviente produce la estructuración de sus depredadores y
organismos descomponedores. En consecuencia, el cambio está relacionado con
estructuras y fuerzas, y también con relaciones causales, y no se genera por sí
mismo, sino que depende de la relación causal. Toda relación causal implica
cambio. Cuando algo ocurre, algo ha precedido a aquel suceso. El vínculo entre
ambos es la fuerza. Una causa es una fuerza que tiene por término un efecto.
Para comprender el funcionamiento del universo, no basta
con constatar el hecho de la causalidad; es necesario responder primeramente al
“cómo” se da la relación causal. Esta pregunta es lo que distingue a la ciencia
de cualquier otro tipo de conocimiento. Por ejemplo, a partir del fenómeno de
la ebullición del agua cuando se le aplica calor, la ciencia llega a descubrir,
que estando sometida a la presión de una atmósfera, ésta bulle con necesidad
cuando la temperatura alcanza los 100º centígrados. La ciencia llega a comprender
que toda la energía adicional que se aplica al sistema particular consigue que
el agua a temperatura en ebullición se transforme en vapor. Llega a medir el
calor para evaporar cada gramo de agua y descubrir que será necesario aplicar
565 calorías cuando la presión es de una atmósfera. Descubre los requerimientos
de calor según las variaciones de presión; y así sucesivamente.
Existe también una perspectiva filosófica de la relación
causal cuando se busca responder al “por qué” se da ésta. En este sentido se
puede decir –cuál es el caso que aquí nos interesa como filósofos– que las
cosas son mutables porque están compuestas de estructuras y fuerzas. La
explicación de la relación causal, que es el fundamento de lo mutable, deberá
encontrarse en la complementariedad estructura-fuerza. Aunque los términos
“estructura” y “función” han sido sacados de la biología, en este ensayo han
recibido un contenido conceptual que los hace trascendentales y, por tanto,
aplicables a todas las cosas y fenómenos del universo.
Afirmar que las cosas son estructura y fuerza es un paso
muy grande sobre el solo identificarlas con el ‘ser’, como lo ha hecho hasta
ahora la filosofía tradicional. Esta afirmación penetra en lo más profundo de
las cosas, llegando a definirlas íntimamente por lo que son y no sólo por lo
que aparecen a través de sus funciones. Establece verdaderamente qué es la cosa
en sí, la que Kant aseguraba que era imposible de conocer. En síntesis, esta
afirmación es el resultado de relacionar ontológicamente los componentes de una
de las dos identidades más trascendentales de las cosas, es decir, la
complementariedad de la estructura y la fuerza, la que podemos identificar con
el ser desmenuzado íntimamente. La otra identidad es ciertamente la existencia,
la que ha sido hasta ahora el único objeto material de la filosofía tradicional
del ser que permanece en toda su relevancia.
El origen del universo fue una infinita cantidad de
energía primigenia que estaba contenida en un punto sin tiempo ni espacio, que
en un determinado instante se cuantificó en lo que el físico ruso, George
Gamow, llamó “big bang”, produciendo la
transformación o la condensación de esta energía en materia. Después de este
singular acontecimiento, y mientras, desde el punto de vista del big bang, la
materia –y no el espacio como se inclinan muchos cosmólogos a suponer– sigue
expandiéndose a la velocidad de la luz, el resultado neto es que la materia ha
sido objeto de una creciente estructuración, que contiene escalas incluyentes y
cada vez mayores, hasta generar seres humanos, supuestamente las cosas del
universo más complejas y funcionales. En consecuencia, si la materia es la
forma de condensar energía, la materia cada vez más estructurada ha sido la
forma de contener y aprovechar la energía de modo cada vez más funcional.
La naturaleza de enorme complejidad que observamos en las
cosas que nos rodean, tales como el hecho que organismos puedan vivir, crecer,
desarrollarse, reproducirse, actuar en forma multifuncional, etc., no obedece a
que este tipo de seres son productos directos de un “diseño inteligente”, sino
que Dios, dotando a la energía con el código de las leyes naturales, cuantificó
el universo con la capacidad para que a partir de la enorme funcionalidad de
las mismas partículas fundamentales se llegara a seres tan complejos como los
mismos humanos. El mecanismo causal ha sido el de la evolución tanto física
como biológica. Esta evolución se explica por la capacidad que tiene la materia
para estructurarse gracias a la fuerza en escalas inclusivas cada vez mayores y
más complejas.
Cambio y fuerza
Las cosas son estructuras espaciales sostenidas en el
tiempo por las fuerzas que las integran. Pero las cosas cambian cuando se
relacionan causalmente entre sí, afectándose. Las cosas cambian por diversos
motivos. Algunas de las subestructuras que las constituyen pueden ser afectadas
por alguna causa externa. También ellas pueden afectarse mutuamente entre sí,
alterando la estructura de la cual forman parte. En fin, puede ocurrir que se
produzca una transformación en la estructura de la cual la cosa es una
subestructura.
Una causa, que es el ejercicio de fuerza, requiere
previamente contener energía de alguna forma, ya sea acumulada, como portadora
(energía potencial), o en movimiento, como transmisora (energía cinética). Un
efecto es producido por la fuerza, recibiendo la energía que ésta porta.
Podemos imaginar la fuerza como el vehículo de la energía que transita a lo
largo de un acontecimiento y en un tiempo entre una causa y un efecto. Un
acontecimiento es cambio porque es transferencia de energía por medio de la
fuerza que produce estructuraciones y desestructuraciones.
En la escala más fundamental de todas, el de las
partículas subatómicas fundamentales, el cambio es en realidad un intercambio
de partículas con niveles cuánticos de energía. Una partícula subatómica es
emitida por la causa, y el efecto que se opera es la estructuración de otra
partícula. Si la partícula estructurada es más compleja, hay absorción de partículas
con energía; si se opera la desintegración de una partícula, se emiten
partículas energéticas más simples.
También en la escala más fundamental de todas se
distinguen cuatro tipos de fuerzas. La primera en ser reconocida fue la fuerza
gravitatoria. Newton la definió como aquella que atrae a dos cuerpos de modo
directamente proporcional al cuadrado de sus masas e inversamente proporcional
al cuadrado de la distancia que los separa. La fuerza gravitatoria es muy
débil, pero tiene alcance infinito. En el siglo antepasado se descubrió la
fuerza electromagnética. Esta es definida como la fuerza que atrae o repele
directamente dos cuerpos cargados eléctricamente, según tengan respectivamente
carga de signo opuesto o igual, con una intensidad inversamente proporcional al
cuadrado de la distancia que los separa. Es mucho mayor que la fuerza
gravitatoria y su alcance es también infinito. En el curso del siglo pasado, a
través de la experimentación con núcleos atómicos, se descubrieron dos nuevas
fuerzas fundamentales. Así, la fuerza de interacción fuerte actúa para mantener
a los nucleones unidos dentro del núcleo atómico. Es más intensa que la fuerza
electromagnética, que hace que los protones se separen por repulsión, y su
radio de acción es de corto alcance. Por último está la fuerza de interacción
débil. Esta es más débil que la fuerza electromagnética, pero es más fuerte que
la gravitacional. Su alcance es muy corto e interactúa con los leptones
(neutrino, electrón-positrón y muón).
Lo que es importante advertir aquí es que en
absolutamente todas las escalas las fuerzas que actúan en el cambio son
combinaciones de las cuatro fuerzas fundamentales anotadas, no existiendo otro
tipo de fuerza actuante –al menos que aún no haya sido descubierta–. Las cuatro
fuerzas fundamentales son las únicas que explican todos los fenómenos que
observamos y experimentamos en el universo. Así, a través de su combinación, en
sus distintas escalas de estructuración, no sólo nuestra acción intencional
ejerce sus efectos en el medio que nos rodea, sino que también intencionamos
una acción, por mucho que supongamos que alguna fuerza de un ámbito no material
estaría detrás de la deliberación de nuestra acción libre e intencional. Si
aceptamos la complementariedad de la fuerza y la estructura para explicar lo
que hay detrás de todo ser existente, no es necesario postular ámbitos
distintos al natural, como por ejemplo, el espiritual. Absolutamente todo
fenómeno posible de ser experimentado y de ejercer fuerza pertenece al mundo
natural. El mundo espiritual es un ámbito que transciende el mundo natural de
relaciones causales y tiempo y espacio y al cual se accede mediante la energía
psíquica que cada ser humano estructura (ver “Una cosmovisión” en esta
colección).
Una relación causal tiene un tiempo para efectuarse. Este
depende de la cantidad de energía que se transfiere y de la velocidad de la
transferencia. Un cambio puede ser tan imperceptible como la evaporación del
agua de un vaso en el ambiente de una pieza o tan explosivo como la oxidación
de un volumen de hidrógeno, produciendo agua. Una relación causal puede medirse
según la energía transferida y su velocidad de transferencia, que es lo que
hacen físicos e ingenieros, quienes emplean términos como fuerza, trabajo,
potencia, y unidades para medir fuerzas, espacios, tiempos, temperaturas,
presiones, velocidades, etc. Pero no hacen distinción más allá que la
cuantitativa entre, por ejemplo, la potencia requerida para pulverizar una tonelada
de roca y la ocupada en la replicación del ADN.
Función
Para comprender la relación causal entre estructuras
debido a la fuerza, es debe introducir el concepto “función”. Función es lo que
permite a una estructura ser causa o efecto. Así, toda estructura es funcional
porque ejerce fuerza o porque es receptora de fuerzas. La función es la
combinación específica de fuerzas de una estructura particular, es decir, ésta
es particularmente funcional porque es causa o efecto de una combinación
específica de fuerzas. Una función de cualquier estructura de nuestro universo
ejerce peso, ya que todas las estructuras se componen de partículas masivas. No
obstante una estructura puede tener otras funciones aún más decisivas que la
distinguen, como tener extensión o reflejar y absorber ondas lumínicas, y también
algunas como concebir ideas. La velocidad del movimiento de una estructura con
respecto a otra le confiere una energía potencial proporcional. Una función
puede ser algo tan simple y directo, como un mazazo contra un cráneo, donde la
fuerza principal proviene de la energía cinética que adquiere el mazo con
respecto al cráneo. Puede ser asimismo algo tan complejo y sutil, como el
pensar abstracto dentro del cráneo, donde intervienen fuerzas provenientes de
energías químicas y eléctricas, millones de neuronas entrelazadas, y
neurotransmisores muy particulares.
De la misma manera como una estructura se ve afectada de
un modo determinado por una fuerza particular, una estructura tiene una forma
particular de ejercer fuerza y ser por tanto una causa. La fuerza no es una
entidad que existe independientemente de la estructura, ya que ambas son
complementarias. Si toda fuerza está necesariamente vinculada con una
estructura, la fuerza es ejercida de acuerdo a la funcionalidad de esta
estructura particular. La fuerza actúa de acuerdo a la forma de funcionar de su
estructura complementaria. Del mismo modo, la fuerza actúa sobre otra
estructura según su configuración particular para el que es funcional como
efecto. La función puede definirse como la forma específica en que una
estructura actúa ya sea como una causa ya sea como un efecto, es decir, como la
capacidad específica para interactuar con otras estructuras según sus formas de
existir. La relación causal se establece por la predeterminación de la
funcionalidad de las estructuras que intervienen en la transferencia de energía
por medio de la acción de la fuerza. En la realización de la conexión causal la
estructura causa y la estructura efecto se transforman en subestructuras de una
estructura de una escala superior. Si una estructura tiene funciones distintas
de otra estructura, a pesar de que en ambas actúan los mismos tipos de fuerzas
fundamentales, se explica porque ejerce su acción según una combinación
específica de las mismas, distinta de la combinación que tendría la otra
estructura. Una estructura puede verse azul, mientras otra nos parece roja. La
diferencia se encuentra en que la primera absorbe toda la gama de la luz
blanca, excepto la radiación de ondas de color azul, la que refleja, en tanto
que la estructura roja hace exactamente lo mismo, excepto que refleja el color
rojo. Por esta diferencia, las estructuras son distintas en una de sus
múltiples funciones, la de reflejar luz.
Una estructura es funcional en el sentido de que es capaz
tanto de generar energía como de recibir energía. La fuerza pertenece a la
funcionalidad tanto de la estructura causa como de la estructura efecto. Sin la
funcionalidad de ambas estructuras no puede haber transferencia de energía. Si
no existe emisión y recepción de fuerza en un tiempo dado, la relación de
causalidad no se produce. Tal como toda combinación específica de fuerzas está
relacionada con una estructura específica, una estructura es funcional ya sea
como causa, ya sea como efecto; y una relación causal requiere al menos de una
estructura que funcione como causa y de una estructura que funcione como
efecto. Mientras ello no suceda, la funcionalidad será sólo potencial. El grado
de funcionalidad de una estructura depende del eficiente uso de energía, y una
estructura tendrá mayor posibilidad de subsistir si es más funcional. Por
función podemos entender asimismo la configuración espacial de una estructura
con respecto a otra por la cual se puede dar traspaso de energía. Existiendo un
calce entre ambas estructuras se puede hablar de funcionalidad de ambas, pues
la acción de la fuerza es posible. Esto significa también que una estructura es
funcional únicamente con respecto a otra estructura, careciendo de sentido el
hablar de función sin referencia a una segunda estructura, aunque sea tácita.
Estas fuerzas fundamentales, que son funcionales como
tales precisamente en las estructuras más fundamentales, se combinan de un modo
determinado desde el instante en que las partículas fundamentales entran a
formar parte de estructuras en calidad de sus unidades discretas o
subestructuras fundamentales. La nueva estructura que ha surgido ya no opera
únicamente según la funcionalidad de las partículas fundamentales que la
integran, sino que a través de ellas, obtiene un modo distintivo de operar o de
ser funcional. Una mesa tiene masa y por tanto, al actuar junto con la masa
terrestre, ejerce un peso determinado sobre el suelo, lo que le impide, entre
otras cosas, volar. Pero también consiste en un plano horizontal que se yergue
a cierta distancia sobre el suelo mediante patas, permitiéndole ser
particularmente funcional para sostener, por ejemplo, platos, copas y
cubiertos.
Al integrar estas nuevas estructuras, en calidad de
unidades subestructurales, a formar parte de estructuras de una escala aún
superior, las fuerzas fundamentales, ya especificadas, se especifican aún más,
de modo que resulta difícil asegurar, aunque en realidad así es, que la función
propia de la nueva estructura pueda depender de las fuerzas fundamentales. Un
ejemplo podrá servir para entender el concepto de función en tanto
especificación de fuerza. Un átomo de hidrógeno, o uno de oxígeno, deriva su
respectiva función de la estructuración de su núcleo y sus mantos electrónicos
a partir de la funcionalidad específica de los nucleones que lo compone. Éstos,
a su vez, dependen de los quarks estructurados a partir de la funcionalidad de
las partículas fundamentales. Por su parte, la funcionalidad específica de
estos átomos permiten que de la combinación de dos de hidrógeno por uno de
oxígeno, dentro de un determinado rango de temperaturas, resulte la estructura
molecular H2O, la que obtiene funciones específicas ampliamente
conocidas no sólo por físicos y químicos, sino que por todos nosotros, aunque
tal funcionalidad derive de las sucesivas combinaciones de fuerzas que dependen
de las estructuraciones particulares sucesivas y que tienen su origen
primordial en las fuerzas fundamentales. Además, dicha molécula ejerce una
determinada fuerza gravitacional en otros cuerpos a causa de la masa que
contiene. También posee una determinada carga eléctrica según el equilibrio de
cargas de las partículas fundamentales cargadas eléctricamente que contiene, y
que la hace ser funcional respecto a otras moléculas y átomos.
De lo visto podemos establecer, no obstante, que en la
progresiva estructuración de la materia únicamente las fuerzas gravitacional y
electromagnética tienen la capacidad para intervenir, pues ambas generan campos
espaciales donde interactúan. En cambio, el alcance de las fuerzas de
interacción fuerte y débil se reduce a los núcleos atómicos. Además, tanto la
gravitacional como la electromagnética son fuerzas que permiten tanto un
intercambio permanente de energía como un consumo consecuente de energía; en cambio,
la fuerte y la débil son fuerzas que, una vez efectuado el intercambio
energético, se mantiene el vínculo de interacción a la manera de un candado
que, una vez consumida la energía en cerrarlo, se mantiene cerrado.
Cambio estructural
La relación causal es determinista y funciona del mismo
modo en todas las situaciones donde las condiciones son las mismas. La base
para la existencia de las leyes naturales es precisamente el hecho de que todos
los seres o cosas del universo son estructuras y fuerzas a la vez. La función
específica o el modo de un comportamiento particular de una estructura es la
base de la existencia de una ley natural determinada. Virtualmente todas las
cosas del universo –exceptuando fotones y neutrinos–, incluyendo el mismo universo,
están compuestas de partículas fundamentales masivas, por lo que responden a la
ley natural de la gravitación universal. Del mismo modo, la floración en
primavera de las plantas obedecen a las leyes naturales de la biología, y el
correcto pensamiento racional de una mente humana cumple con las leyes
naturales de la lógica.
Una estructura se mantiene en un delicado equilibrio.
Este no es necesariamente precario. Pero por su misma naturaleza, es
provisorio, aunque en algunos casos su duración se mida en miles de millones de
años. Para subsistir una estructura depende de fuerzas que le permiten una
estabilidad relativa y una tendencia al equilibrio. Todo equilibrio es
connatural a un estado particular de entropía, y dicho estado es permanente
mientras no intervenga alguna fuerza externa. En un sistema cerrado y sin
aporte nuevo de energía las fuerzas tienden a equilibrarse y las estructuras a
estabilizarse, llegando a una entropía máxima. Pero un sistema cerrado es
teórico. En la práctica, en la naturaleza, no se dan sistemas perfectamente
cerrados. En la realidad los sistemas son abiertos y allí los equilibrios se
rompen y se producen tanto estructuraciones como desestructuraciones. Un
sistema ecológico, por ejemplo, no puede considerarse de hecho cerrado; podrá
ser así considerado sólo en teoría y sólo para fines de análisis, pero siempre
está sometido a fuerzas externas, en lo que se denomina modificación del medio.
El clima y los accidentes geográficos pueden cambiar, especies endógenas pueden
evolucionar o extinguirse, especies exógenas pueden ingresar al sistema.
Las estructuras son, desde luego, más funcionales cuando
existe una mejor oportunidad para que se relacionen causalmente entre ellas, es
decir, cuando mejora la ocasión de un encuentro en algún punto espacio-temporal
particular. Una superficie mojada se seca más rápidamente si es barrida por un
chorro de aire más veloz y más caliente. Las relaciones causales aumentan
cuando mejoran las condiciones para que las estructuras se encuentren. En este
caso, el chorro de aire y la superficie mojada. La evolución biológica no es
otra cosa que mecanismos de transmisión genética que permiten, no sólo mejorar
estos encuentros para que los procesos ocurran con mayor rapidez, sino ser controlados
para aumentar la seguridad de estos encuentros, pues un organismo vivo es una
estructura ávida de aquellas relaciones causales destinadas a su auto-estructuración,
lo que le permite ser aún más funcional para sobrevivir. En un organismo
viviente muchas de sus subestructuras de su medio interno consisten
principalmente en sistemas de transporte interno de fluidos y señales, y las de
su medio externo, en sistemas de locomoción o de captación que le permiten
apropiarse de los nutrientes existentes allí.
Podríamos preguntarnos que si todo cambia, cómo es que
existen cosas de alguna manera. La respuesta es doble. Por una parte, la
existencia favorece el equilibrio que se consigue por entropía, es decir, por
el uso de la fuerza para la estructuración, de modo que si hay cosas que
existen, es porque han conseguido estructurarse y mantenerse en equilibrio. Por
la otra, las cosas existen porque el cambio de una estructura no afecta
necesariamente a las estructuras que son sus unidades discretas, e. d., sus
subestructuras. Las gotas de agua que fluyen en una corriente que cambia
mantienen su propia identidad, mientras que el curso de agua mantiene su propia
identidad a pesar de que las gotas que fluyen son distintas. Por otra parte, una
estructura puede no afectar a otra si la fuerza ejercida sobre ella es
insuficiente. En tal caso, se puede decir que ninguna llega a ser funcional. Un
trabajador no podrá pintar todo un alto muro si la escalera que ocupa es muy
corta. En el extremo opuesto, una estructura puede ser destruida si es sometida
a una fuerza demasiado intensa para su capacidad de resistencia. En este caso,
las fuerzas que la integran y la sostienen se ven superadas por la excesiva
fuerza externa. El pintor del caso puede darse un costalazo si la escalera que
usa es demasiado débil. En fin,
distintas fuerzas internas y externas van lenta o rápidamente transformando una
estructura, y tarde o temprano terminarán por desintegrarla si acaso antes
fuerzas adicionales no la destruyen primero. Una fuerza irrumpe en una estructura
por el punto de menor resistencia. Una estructura se desintegra por el eslabón
más débil.
La fuerza que transforma una estructura puede actuar de
tres maneras distintas, dependiendo de la escala. Así, ella puede actuar en una
escala inferior y cambiar o destruir una o más subestructuras que son
necesarias para la subsistencia y funcionalidad de la estructura del caso, como
una pata carcomida de una silla. También ella puede ser ejercida sobre ésta
desde fuera y en la misma escala, como la misma silla del ejemplo que se ve
obligada a sostener un peso mayor que su capacidad de resistencia y termina
haciéndose trizas. Por último, ella puede pertenecer a una escala superior y
actuar sobre una estructura, en tanto su subestructura, como el repintado del amoblado
del comedor, del cual la silla en cuestión forma parte.
Una estructura puede verse afectada por poderosas fuerzas
desintegradoras, o también en su propio funcionamiento se pueden producir
directamente fuerzas que la pueden ir desintegrando. Cuando las fuerzas para
funcionar se obtienen de sí misma, ella acabará por desintegrarse totalmente.
Pensemos por ejemplo en un combustible. Cuando se oxida quemándose, su
estructura se transforma aportando energía y partes desintegradas a otras
estructuras que las vuelven a integrar, hasta que se consume por completo,
punto en el cual cesa de existir. Cuando el funcionamiento de una estructura
produce su propia desintegración (segunda ley de la termodinámica), su producto
va a la integración de otra estructura (primera ley de la termodinámica). La
producción de energía es proporcional a la velocidad de desintegración de una
estructura. El proceso inverso ocurre cuando una estructura se construye. El
aporte de energía al sistema no sólo le permite funcionar, sino que conduce a
su mayor estructuración. La eficiencia del consumo de energía es proporcional a
la funcionalidad de una estructura que se va integrando o que simplemente
subsiste. También existen estructuras que para funcionar obtienen energía del
medio circundante. En este caso, tenemos, por ejemplo, los organismos
biológicos y las máquinas. En ambas la reposición de la energía consumida se
obtiene del medio. Si es una máquina, el aporte de energía la utiliza para la
transformación estructural de otras cosas. Cuando la energía se obtiene
activamente del medio, como es el caso de los organismos biológicos, la
subsistencia se denomina supervivencia.
El universo no es una realidad de paz, armonía y
convivencia, propios de la inmutabilidad, sino de lucha y conflicto, que
caracterizan el cambio. En el cambio la estructuración de la materia requiere
la energía que se encuentra en la materia ya estructurada. Así, la
construcción, la estructuración y la vida surgen de la destrucción, la
desestructuración y la muerte.
Funciones múltiples y
multifuncionalidad
Se pueden distinguir varios tipos de funciones. Éstas
dependen de la forma cómo una estructura es funcional y del tipo de fuerza que
es ejercida. A pesar de que toda estructura es multifuncional en el sentido de
que puede ser causa y efecto de numerosas relaciones causales, existen
determinadas funciones fundamentales y simples. Éstas las resumiremos como
sigue: Los conductores son estructuras que funcionan meramente como
transmisores de energía y no cambian durante el proceso. Las válvulas son
estructuras que detienen o liberan energía. Los conmutadores son estructuras
que, usando energía para operarlo, transfieren mayor cantidad de energía entre
otras estructuras. Incluso, pueden existir conmutadores automáticos y/o
reguladores cuya energía para operarlos proviene de parte de la energía
conmutada. Un caso particular son los amplificadores que son estructuras que,
consumiendo energía, controlan energías mayores. Los catalizadores son
estructuras que por su sola y necesaria presencia una fuerza actúa. Los
acumuladores son estructuras que mantienen energía en ellos mismos, almacenada
como energía potencial, para después poder liberarla. Los motores y generadores
son estructuras que transforman la energía de una escala a energía de otra
escala. Las máquinas son estructuras que aplican energía a otras estructuras
para transformarlas, permaneciendo ellas mismas inmutables al final del
proceso. Los seres vivos son estructuras que utilizan la energía para desarrollar
nuevas partes integrantes y regenerar partes desgastadas. Estas funciones son
algunas de las múltiples formas que emplean las diversas estructuras para
utilizar la energía según los principios de la termodinámica. Exceptuando la
funcionalidad de los seres vivos, la tecnología ha reproducido los mecanismos
funcionales que se encuentran en la naturaleza y le ha dado nombres apropiados.
La inteligencia del ser humano es un desarrollo ulterior
de un mecanismo biológico sensor y elaborador de la información del medio
externo y de control motor, y que ha evolucionado hasta adquirir la capacidad
de pensamiento abstracto y racional. Estas funciones especiales le han
permitido crear una diversidad de tecnologías para explotar nuevos y más
recursos, entendiéndose por explotación la intencionalidad en el encuentro
causal con estructuras que le son beneficiosas. Con su inteligencia los seres
humanos estructuran y controlan, cada vez con mayor eficiencia, sistemas de
transportes y comunicaciones, redes de abastecimiento y distribución, sistemas
de procesamiento y transformación de estructuras, como líneas de producción y
de montaje, los que proliferan y se agigantan, respondiendo al esfuerzo por
optimizar y aumentar las oportunidades de encuentros causales controlados que
le son beneficiosas, pues producen bienes y servicios que ellos mismos
consumen. En las últimas décadas hemos estado asistiendo a un acelerado proceso
industrial de automatización y de remplazo de trabajo humano con la adición de
sistemas computacionales, comunicacionales y automáticos.
Una estructura puede desempeñar varias funciones a la
vez. En este sentido, una estructura es multifuncional. El caso natural es que
los procesos y fenómenos son muy complejos y esa complejidad se debe a la
multifuncionalidad de las estructuras y la intervención de múltiples
estructuras en cualquier simple proceso. La cantidad de funciones que puede
desempeñar cualquier estructura depende de su propia complejidad. Por una
parte, estas funciones no corresponden a la sumatoria de las funciones propias
de las subestructuras que la componen, sino que a aquellas que le son
peculiares por la combinación particular de sus propias subestructuras
funcionales. Por ejemplo, dentro de las funciones propias de un animal, no está
la de producir bilis, aunque ésta sea la función principal del hígado, órgano
constituyente de la estructura del animal en cuestión, y sin el cual no puede
subsistir, pues no podría digerir y metabolizar el alimento. Por la otra, las
funciones dependen de la existencia de otra estructura que pueda interactuar
con la primera, que pueda ser o bien causa o bien efecto de la funcionalidad de
la primera. Esto significa que tanto la primera estructura como aquélla con la
que interactúa deben pertenecer de algún modo a una estructura de escala
superior. A la inversa, existen estructuras distintas que pueden ejercer
idénticas funciones. Así, por ejemplo, la función alar para volar la desempeñan
eficientemente estructuras tan disímiles como las alas de un avión, una mariposa,
un ave, un pterodáctilo, un murciélago, las aspas de un helicóptero. La función
de todas ellas es aprovechar la fuerza de sustentación que se genera cuando el
plano de la estructura alar se desplaza a través del aire en un cierto ángulo
positivo con respecto a la dirección del movimiento y a una cierta velocidad.
Una característica de la interacción entre estructuras y
fuerzas reside en la capacidad funcional, o viabilidad, de las primeras. Esta
capacidad es directamente proporcional a la complejidad de la estructura e
inversamente proporcional a la fuerza empleada. Por ejemplo, la complejidad de
los átomos aumenta con el número atómico hasta el límite en que la fuerza
nuclear requerida para su estabilidad llega a ser insuficiente, siendo superada
por las fuerzas electromagnéticas repulsivas de la gran cantidad de protones
que tienden a desintegrarlo. Asimismo, las moléculas son más funcionales cuanto
más complejas sean, pero también se tornan menos viables y más inestables. Sin
duda, en forma similar, debe existir un límite para la longitud de un puente
hecho de acero, o para la altura máxima de un edificio de hormigón armado. En
general, la estabilidad de una estructura es directamente proporcional a su
dependencia con la estructura de escala mayor de la que forma parte, y a su
simplicidad. Las complejísimas moléculas proteicas, por ejemplo, se desintegran
rápidamente si no obtienen las condiciones adecuadas para su subsistencia. Una
estructura se torna inestable cuando se hace más compleja. Una sociedad moderna
multitudinaria, por ejemplo, no puede tener una estructura tribal, aunque
podría no obstante contener elementos tribales en su seno. Simplemente sus
unidades discretas, las personas, no tienen las posibilidades materiales para
poder entrar en contacto con las otras y convivir. Una mayor complejidad no
significa necesariamente mayor funcionalidad en cierto sentido si no se
considera la eficiencia en la utilización de la fuerza y el aprovechamiento de
la energía. Por ejemplo, un fino reloj podría funcionar también como martillo y
clavar un clavo en la pared con él. Toda estructura, además de ser funcional,
es más o menos eficiente. Una determinada funcionalidad depende, en último
término, de la eficiencia con que una estructura particular utilice la fuerza,
aun cuando la relativa eficiencia de una estructura está relacionada con su
mayor o menor complejidad.
Complementariedad de lo múltiple y lo mutable
La multiplicidad es una propiedad que pertenece tanto a
las estructuras como a las fuerzas. La cantidad es una cualidad de la duración
y de la extensión, esto es, del tiempo y del espacio. Tanto la estructura, que
es espacial, como la fuerza, que actúa en el tiempo, son cuantificables y
medibles. Sin embargo, ambas son cuantificables y medibles en relación a su
complementario. Así, cuando hablamos de multiplicidad de fuerzas, nos estamos
refiriendo a las estructuras-causas en su relación a las estructuras-efectos.
La intensidad y la magnitud de una fuerza son cuantificables sólo en la
estructura-causa y en la estructura-efecto. El punto desde donde se ejerce, la
dirección, el sentido y el alcance de una fuerza, como también su duración y su
velocidad están obviamente relacionadas al espacio de las estructuras. Lo
central es que cualquier relación causal entre estructuras se identifica con la
transferencia de energía que se verifica por la fuerza en el espacio-tiempo.
La mutabilidad de las cosas no es continua, sino
discreta. Las estructuras y las subestructuras de las que están compuestas van
cambiando discretamente, en forma de unidades, según la escala en la que
constituye una unidad discreta. Por ejemplo, una hoja respecto a la rama, una
rama respecto al árbol o un árbol respecto al bosque. Así, una rama subsiste
aunque haya perdido una o más hojas. Un bosque es un conjunto de pocos o muchos
árboles que están naciendo, creciendo y muriendo, y la pérdida o ganancia de
unidades no afecta esencialmente al conjunto y su funcionalidad. En este
sentido, la mutabilidad vista desde una escala superior es continua, aunque
muchas veces imperceptible. Por ejemplo, los átomos de uranio 238 de una roca
se van transmutando continuamente, pasando a torio 234, a protactinio 234, a uranio 234, hasta
convertirse en plomo 206, aunque cada conversión de cada átomo se realiza en
forma brusca a causa de las instantáneas pérdidas o ganancias de partículas
subatómicas, y el conjunto va cambiando dependiendo de la vida media de cada
clase de átomo.
Vimos que en toda relación causal una cantidad de energía
generada por una estructura que actúa como causa es absorbida por otra
estructura que actúa como efecto. Por este hecho, ambas estructuras pasan a
pertenecer a una misma escala dentro de la cual interactúan. Lo que constituye
un hecho especialmente fundamental es que al vincularse dentro de una escala
ambas estructuras se integran como subestructuras en una estructura de escala
superior a la que por esta relación causal llegan a conformar. De este modo,
una estructura de escala superior emerge y adquiere existencia cuando una
fuerza vincula dos o más estructuras en una relación causal. Es así que la sola
relación causal entre dos estructuras conforma una nueva estructura de escala
superior, cuya vigencia depende de la duración del vínculo causal.
Recíprocamente, la funcionalidad específica de toda estructura depende de su
inserción en un medio estructural de escala mayor que posibilite la relación
física, tanto espacial como temporal, para permitir la acción de la fuerza.
Esto explica la estructuración del universo, el que da origen a la
multiplicidad de cosas y escalas. También explica que toda estructura nunca se
encuentre en reposo, y permanentemente se esté modificando, aunque el cambio
sea frecuentemente imperceptible para la vista y para nuestra relativamente
agitada y corta existencia. En su seno sus subestructuras se relacionan
causalmente, produciendo el cambio.
El origen de las estructuras y las fuerzas está en lo más
fundamental de la materia, esto es, en las partículas fundamentales. Por
consiguiente, el origen de la estructuración debe buscarse en las estructuras
fundamentales, las que generan las cuatro fuerzas fundamentales, descritas más
arriba. Una fuerza fundamental siempre es generada por un tipo fundamental de
estructura, en tanto causa, y siempre afecta y modifica el mismo tipo
fundamental de estructura, en tanto efecto. A partir de las estructuras
fundamentales, que se relacionan causalmente, se erige la progresiva
estructuración que observamos en el universo. La funcionalidad de las
estructuras de escalas mayores depende, en último término, de la funcionalidad
fundamental. Las fuerzas que intervienen en la causalidad de estructuras de
escalas mayores son las mismas que encontramos en la escala fundamental, pero
en proporciones y cantidades distintas. Así, toda estructura de toda escala
depende de la funcionalidad de las estructuras fundamentales. Ello constituye
la base de la unidad del universo. Este hecho se generaliza para la totalidad
de las estructuras y escalas contenidas en el universo. La importancia
filosófica de esta explicación es que la relación causal, que vincula la
estructura con la fuerza en una complementariedad, integra estructuras desde
las partículas fundamentales hasta el mismo universo, pasando por innumerables
escalas. Así, la relación causal explica el universo y las cosas que contiene.
Anteriormente se había afirmado que la fuerza estructura la masa. Ahora
correspondió explicar el modo cómo la fuerza estructura la materia.
3. CAUSALIDAD Y ESTRUCTURACIÓN
Determinismo
Una cosa no cambia de cualquier manera, sino de un modo
característico que podemos conocer cuando descubrimos todos los elementos que
intervienen en dicho cambio por los cuales podemos concluir una ley universal,
no bastando la inducción, que permite obtener una conclusión
general a partir de premisas con datos particulares. Por ejemplo, el
saber que el sol amanece todos los días no proviene de observar siempre el
mismo suceso, ya que podría suceder que algún día el sol no amaneciera, sino en
saber que la Tierra, que está a cierta distancia del Sol, gira en el espacio en
torno a su propio eje en un ciclo diario de 24 horas debido a su propia
inercia. Todo cambio obedece a una ley universal que se sostiene mientras un
hecho distinto no venga a demostrar lo contrario. En tal caso la particular ley
deberá modificarse para incluirlo.
La relación entre una causa y su efecto es determinista.
Es idéntica en todo momento y lugar del universo bajo las mismas condiciones.
En la base existe un doble hecho: primero, toda fuerza tiene un modo dinámico
absolutamente específico de actuar, pues se ejerce desde un punto, hacia una
dirección, con una magnitud, una intensidad, una duración, un sentido, un
alcance y una velocidad muy determinados; y, segundo, toda estructura tiene un
modo absolutamente específico de ser funcional ante una fuerza, ya sea como
causa, ya sea como efecto. Una fuerza interviene de una manera tan distintiva
con relación a una estructura que esa acción la caracterizamos como una ley
natural, y siempre ella actuará de la misma manera si las condiciones se
mantienen o se reproducen. Las leyes son particulares según la escala de que se
trate: las partículas fundamentales que estudia la física nuclear, los átomos
que describe la física atómica, los elementos y las moléculas que analiza la
química, las moléculas y las células que examina la biología, y así
sucesivamente.
Es ilusorio suponer que la relación causal pueda tener
otro resultado que el determinado por la ley natural. Por ejemplo, la economía
capitalista es un sistema productivo cuya finalidad es retribuir el máximo de
beneficio posible al capital, y no debe esperarse que sirva para distribuir
equitativamente la riqueza según las necesidades de cada cual o que persiga un
desarrollo sustentable. Tampoco puede esperarse equidad de parte de un sistema
legal y jurídico destinado a la preservación de privilegios de una minoría. Una
manzana caerá verticalmente a tierra de la rama del manzano con una velocidad
de 1 G. De
modo similar, este párrafo, por el solo hecho de haber sido escrito, no
conseguirá necesariamente ser leído si no concurren otras condiciones, como que
sea interesante, actual, accesible, recomendable, etc.
Estas leyes naturales no tienen sentido alguno sin
referencia a la fuerza, pues están directamente relacionadas con la
funcionalidad de las estructuras. De este modo, el determinismo de la
causalidad, base de la ley natural, se fundamenta en la fuerza y en la
funcionalidad de las estructuras. Una causa puede tener un solo tipo de efecto si
todas las demás condiciones permanecen iguales. Por ejemplo, siempre que se
aplique calor al agua, ésta terminará por evaporarse. El límite de la
universalidad lo constituye únicamente la variación de las condiciones. Dicho
principio es el fundamento de la validez de la experimentación que demanda el
método científico.
En la escala fundamental, podemos encontrar la acción de
las cuatro fuerzas fundamentales del universo, de las cuales todas las
restantes derivan. Las fuerzas más complejas, como, por ejemplo, aquellas que
conciben un poema, provienen, en último término, de las fuerzas fundamentales,
y el poema podrá teóricamente analizarse según estas fuerzas, según las leyes
que las determinan y según cómo ha ido actuando para llegar a estructurar al sujeto
poeta. Pero el poeta, el crítico de arte o el lector no necesitan conocer las
leyes a esas escalas para escribir, criticar o emocionarse por el poema en
cuestión. En la escala del poema las fuerzas fundamentales fusionan en una
multiplicidad de escalas incluyentes estructuras tan complejas como los seres
humanos, quienes comprenden y sienten signos y conceptos que pasarían
desapercibidos a seres tan complejos, pero algo menos inteligentes, como los
perros. El sonido que sale de los parlantes de la disquetera es transportado a
mis oídos de la misma manera que cualquier otro sonido, esto es, por vibración
de las moléculas del aire. Pero para un auditor particular se trata de la
sublime música del Doble Concierto de Brahms que produce profundos sentimientos
en su mente.
En su descripción de los mecanismos y los procesos
dinámicos que transforman las estructuras la ciencia necesita descubrir y
definir las leyes que norman y regulan las fuerzas. Las leyes naturales puedan
ser descubiertas mediante la alternancia entre la hipótesis y la
experimentación, y a través de la rigurosa verificación de la relación causal
que se analiza. A partir de Newton, la ciencia pudo concluir que las fuerzas
actúan en forma determinista, definida por la funcionalidad estructural, según
leyes válidas para todo el universo. Newton había descubierto que las leyes
mecánicas que rigen la caída de una manzana son las mismas que gobiernan el
movimiento de la Luna
alrededor de la Tierra,
y, por consiguiente, que aquellas leyes pueden aplicarse también en dimensiones
cósmicas para todo el universo.
Frente al determinismo el azar corresponde al
entendimiento humano y subjetivo del cambio que observa en la naturaleza y no
pertenece a la realidad objetiva. Somos demasiado limitados para observar la
multiplicidad de fuerzas que operan en un fenómeno particular, sin contar la
intencionalidad humana que no se rige por leyes naturales y que afecta el
devenir natural. No pudiendo comprender el complejo conjunto de fuerzas,
atribuimos al azar los resultados que observamos. Sólo Dios en su omnisciencia
puede saber todas las causas que operan, incluyendo la intencionalidad humana,
en todos los cambios de toda la historia del universo y sabe lo que le deparará
en el futuro, ya que existe en la eternidad. En esta englobante perspectiva que
abarca todo tiempo y lugar Dios es la causa de todo, exceptuando la
intencionalidad humana.
Predictibilidad
En contraste con la conclusión científica acerca del
cambio, que lo hace depender únicamente de la causa eficiente aristotélica,
para Aristóteles el estudio de la naturaleza constituyó una indagación de la
causa final, del telos, de la
finalidad de la acción, que para él es la causa más importante y la causa de
todas las otras causas. Él deseaba aclarar el mecanismo de cómo la razón, en el
sentido de ordenamiento, funciona en la naturaleza. Las estructuras no pueden
ser explicadas simplemente mediante relaciones causales mecánicas. Las cosas
poseen una potencialidad que puede ser actualizada solamente a través de la
“información” de la materia, que es la causa formal aristotélica. La naturaleza
funciona gracias a una adaptación continua de la materia prima a la variedad de
formas, su causa material. La peculiaridad de sus funciones no es comprensible
sin referencia a la forma que tiene que producirse. Él intentó descubrir la
adaptación de los medios a los fines. Utilizó la función para explicar la
estructura.
Posteriormente, en la Edad Media, los escolásticos
estuvieron interesados en resaltar aún más la causa final como la causa de
todas las demás causas por una razón adicional. La causa final explicaría el
cambio en función del plan divino de salvación. Todo el acontecer tendría una
explicación en la voluntad divina que interviene en la existencia para la salvación
o la condenación eterna de las almas. El hacer depender la historia de la
teología requería, no obstante, de una autoridad que pudiera interpretar, sin
error, la voluntad divina. Sin embargo, este conocimiento, que es imposible en
nuestro universo, es la base de la creencia de todo tipo de integrismo, sea
judío, cristiano o musulmán. Para un integrista la democracia aparece como una
aberración, por cuanto la voluntad popular resta soberanía al Dios omnipotente.
El siguiente paso lógico lo daría Juan Calvino (1509-1564), quien, con una
importante dosis de maniqueísmo agustiniano, proponía la doctrina de la
predestinación. El cambio ya no tiene importancia, excepto como una señal de la
voluntad divina, puesto que ésta, en su omnisciencia eterna, ya había decidido
desde el principio de los tiempos sobre el las consecuencias del cambio.
Ya en el siglo XIX, Jean Baptiste Lamarck (1744-1829)
exhibía una primitiva teoría de la evolución biológica. Esta debía mucho a las
ideas de Aristóteles sobre estructura y función. Su postulado “la necesidad
crea al órgano” es lo mismo que afirmar que la estructura sigue a la función, o
que el uso genera el propósito, o que el medio se adapta al fin. Su teoría se
vio superada definitivamente por la de Charles Darwin (1809-1882), quien
explicó el mecanismo de la evolución biológica mediante la “selección natural”
en la adaptación al medio, postulando “la supervivencia del más apto”. Una
estructura más funcional al medio logra transmitir sus cualidades genéticas a
la especie a través de su progenie. El cambio no es una respuesta a un fin,
sino a una fuerza que se manifiesta en el medio ambiente.
Sin embargo, cuando la acción es intencional, como en el
único caso conocido que es la acción racional y libre del ser humano, la estructura
que crea sigue a la función que es capaz de concebir previamente como
finalidad. Por ejemplo, el ser humano construye intencionalmente (y no
instintivamente) una casa con el propósito de habitarla; concibiendo primero la
función que debe cumplir el artefacto, (en este caso satisfacer la necesidad de
cobijo), diseña, proyecta y planifica una estructura que cumpla con la función
demandada. Posteriormente ajusta su acción a esa finalidad, construyendo el
artefacto casa. Análogamente, a Dios se le supone una intención cuando creó el
universo. De ahí que sea explicable la creencia de ciertos grupos de fieles en
la causa final para el cambio y la evolución en el universo. El problema es que
a través de la filosofía o la ciencia nosotros no tenemos acceso al
conocimiento de la intencionalidad divina, como sí lo tenemos para explicar el
cambio y la evolución sin recurrir a causas finales.
Aun cuando la comprensión del cambio y su determinismo
nos posibilita adecuar nuestra acción con efectividad para alcanzar los fines
que nos proponemos, liberándonos de la dependencia de mitos que hablan del
destino y el futuro gobernado por potencias sobrenaturales, no poseemos la
seguridad absoluta del acontecer futuro. La razón es que el determinismo de la
causalidad, en la perspectiva del tiempo, existe, metafóricamente hablando, en
una sola dirección: hacia el pasado, hacia la causa. Todo efecto tiene una
causa, y la segunda ley de la termodinámica nos enseña que los acontecimientos
son irreversibles. A pesar de que la historia es una sucesión de
acontecimientos relacionados causal y secuencialmente, no es determinista, sino
en sentido regresivo, puesto que no existe conocimiento necesario de los
efectos a partir de las causas, pero sí de las causas a partir de los efectos.
En el conocimiento de la historia es posible trazar el camino hacia las causas
y llegar a comprender el acontecimiento, explicándonos de este modo lo
ocurrido. Pero frecuentemente erramos cuando predecimos el futuro. Ni el más
eximio arquero puede asegurar que su flecha dará precisamente en el blanco.
Esto ocurre por dos razones complementarias.
En primer término, la causalidad en la historia es de
hechos individuales cuánticos y es, por lo tanto, indeterminada. El
determinismo de la complementariedad de la estructura y la fuerza, que explica
“cómo” una fuerza específica actúa sobre una estructura específica, no logra,
como ya señaló Werner Heisenberg (1901-1976), indicarnos “cuándo” ni “dónde”
una fuerza de hecho actuará en el nivel estrictamente individual. En este
sentido, existe para nosotros un indeterminismo en la relación de la
causalidad. Observamos que los sucesos individuales ocurren por azar. No
obstante, en una escala superior la cantidad de sucesos es englobada por la
estadística; y cuanto mayor sea la cantidad de sucesos contabilizados, mayor
será el grado de certidumbre y de predictibilidad de la ocurrencia de un
fenómeno en la escala superior. Sin embargo, puesto que los acontecimientos
históricos son en general muy particulares a causa de las innumerables
condiciones que los determinan y, sobre todo, por la acción libre e
indeterminada de los actores humanos, no es posible situarse en una escala
superior que permita predecir el acontecer por inferencia estadística. No
obstante, ello no es obstáculo para que podamos aprender de los acontecimientos
del pasado para comprender el presente y especular sobre el futuro.
En segundo lugar, aun cuando se pueda conocer el origen
de un acontecimiento, no es posible predecir el futuro de una acción, al menos
a escala cuántica, porque en todo proceso actúa la segunda ley de la
termodinámica. El exacto estado de entropía es imposible de establecer para un
tiempo futuro a causa de lo aleatorio del devenir. Podemos predecir que el
contenido de un río desembocará en el mar, pero no podemos predecir qué
ocurrirá con alguna molécula de agua individual que ubiquemos en su curso. Esta
puede muy bien evaporarse, infiltrarse en el lecho, ser absorbida por algún
arbusto de la orilla, bebida por un pez o llegar después de todo al mar.
Podríamos ciertamente calcular la probabilidad de lo que le puede ocurrir a
dicha molécula de agua si conociéramos bien el comportamiento del agua del río
en cuanto al caudal que porta en el punto de medida, a los que afluyen y efluyen
en los distintos puntos del curso, a la pérdida de caudal en el curso, y al
caudal que llega final y efectivamente al mar.
En un orden relacionado de cosas, conviene añadir que la
historia es relevante en la medida que exista estructuración, como la creación
de una nueva estructura política, y también que exista desestructuración, como
una derrota bélica. La repetición interminable de sucesos homogéneos de
estructuración y desestructuración dentro de una misma escala llega a ser
irrelevante, aunque ciertamente histórico en cuanto a cronología, ocupando
muchas veces los titulares de periódicos. Pero estos titulares podrían incluso
transcender el tiempo y ser leídos significativamente en cualquier tiempo, tan
irrelevante es lo que tendrían que decir. De esta manera, podríamos decir que
un pueblo carece de historia cuando los únicos sucesos son las interminables
acciones repetitivas de subsistencia, pero que nada nuevo logran estructurar.
En general, la historia se interesa más bien por los acontecimientos que han
originado cambios significativos que repercuten en el acontecer, des-homogeneizándolos.
Funcionalidad fundamental
Toda la extraordinaria maravilla y complejidad del
universo parte de la especial funcionalidad de algunos contados tipos de partículas
fundamentales, como significando en su intrínseca simplicidad la majestuosidad
de su Creador. Sin esta ciega e inequívoca funcionalidad, la estructuración de
la materia por la acción de la fuerza hubiera sido imposible. Incluso, si
hubiera sido posible, una funcionalidad distinta de las partículas
fundamentales hubiera generado un universo que no sólo nos sería imposible de
imaginar, sino que simplemente en éste no habríamos existido para poder
imaginarlo. Por lo tanto, nuestro universo es, en lo que nos concierne al menos
como especie biológica, el mejor posible, siendo nosotros el puro efecto de la
funcionalidad de las cosas. En este respecto, nosotros somos la especie
biológica más exitosa que subsiste en la actualidad, al menos en el planeta Tierra.
Lo más extraordinario del universo no es tanto que los
bloques más básicos con los que todas sus cosas han sido construidas sean las
partículas fundamentales, ni que estas partículas tan simples estén en la
constitución de cosas tan complejas, sino que estas partículas fundamentales
sean tan específicamente funcionales que a partir de ellas todas las cosas del
universo que han existido, que existen y que existirán hayan podido ser
estructuradas. El plan maestro de la diversidad y de la evolución del universo
entero se basa en la funcionalidad simple y específica de las partículas
fundamentales, las que se encuentran sosteniendo la estructuración de la
materia en sus sucesivas escalas de estructuración, pasando por partículas
subatómicas, átomos, moléculas, hasta llegar a los complejos organismos
vivientes, algunos de los cuales tienen incluso cerebros capaces de pensamiento
abstracto y racional que permiten además la constitución de las complejas
sociedades humanas. La materia, en el transcurso del tiempo, con el
enfriamiento del universo, se ha ido diferenciando y estructurando en formas
cada vez más complejas y funcionales, aunque su composición contenga el mismo
tipo y variedad de partículas fundamentales simples que por su particular
funcionalidad sufren determinadas combinaciones para conformar toda la
diversidad del universo. La simplicidad original contuvo en su origen las
infinitas posibilidades de estructuras y organizaciones estructurales que han
surgido, que surgirán o que pudieron haber surgido.
Aquello que Leucipo y Demócrito omitieron en su teoría
atomista fue que tales átomos no son pasivos, según se desprende de sus
postuladas características como entes eternos, indestructibles e inmutables,
sino por el contrario, son extraordinariamente funcionales. Fue correcto
suponer que si uno divide la materia progresivamente se llega a un punto en que
ya no es posible seguir dividiéndola sin que esa muy pequeña partícula
resultante pierda las propiedades mantenidas en común con el resto de dicha materia;
pero entonces lo relevante resulta ser no precisamente la magnitud de la
partícula, sino sus propiedades, aquello que la hace funcional.
Por otra parte, las partículas fundamentales no pueden
ser de ninguna manera consideradas como aquellas “mónadas” de Gottfried Leibniz
(1646-1716), o “átomos formales”, como las llamó también, pues éstas son
definidas como puntos inextensos, absolutamente simples, imperecibles,
incausados, espontáneamente activos y, recogiendo el prejuicio cartesiano de
separar las cosas entre extensiones y pensamientos, serían también anímicos a
pesar de ser considerados verdaderas fuerzas funcionales. Las mónadas no son
más que una abstracción de la mente de este filósofo sin base alguna en la
realidad, pero demandada para dar una explicación por esta dimensión de las
cosas cuando la ciencia nada sabía aún de lo muy pequeño, excepto por los
primeros titubeos de Antonio van Leeuwenhoek (1632-1723) y sus primitivos
microscopios.
Progreso y teleología
En los dos siglos recién pasados la idea de progreso
ingresó en la cultura occidental cuando se adquirió conciencia histórica del
evidente desarrollo en el largo plazo que experimenta la naturaleza a la luz de
la ciencia moderna y en el mediano plazo que sobrelleva la misma civilización
occidental a causa de la tecnología. Pero el concepto se ideologizó.
Posteriormente, el jesuita y paleo-antropólogo Pierre Teilhard de Chardin
(1881-1955) acuñó la palabra “complejificación” para referirse a la evolución
progresiva que él observaba en la evolución de la especie homo y, por analogía,
en toda la naturaleza. Para él la evolución no sólo es biológica, sino que
también es de la materia, y obedece a un movimiento teleológico cuya dirección
culmina en la conciencia y su mayor adquisición cualitativa.
Ciertamente, esta última conclusión tiene un carácter
filosófico. No puede ser científica, pues es refractaria a la verificación
empírica. De este modo, si nos remitiéramos sólo a la ciencia para explicar la
naturaleza del universo, nuestro avance sería bastante acotado, aunque esta
rama del saber adhiere de manera entusiasta a la afirmación que en el universo
ha existido efectivamente progreso desde su inicio. Basta remitirnos a la
historia de nuestro planeta Tierra para constatar la evidente progresión, en
especial biológica.
La explicación entregada en la monografía anterior es que
estructuras de cualquier escala han requerido la estructuración previa de las
estructuras de escalas menores que la constituyen, como sus subestructuras, y
así sucesivamente hasta llegar retrospectivamente a las estructuras primeras en
la escala más ínfima, que son las partículas fundamentales. Por su parte, las
estructuras de escalas superiores son posteriores y más multifuncionales que
las estructuras de escalas inferiores, pues no sólo poseen las funciones o
capacidades de las estructuras que contiene, sino que también sus funciones
propias.
También es posible deducir, como lo hace Teilhard de
Chardin, que en la evolución progresiva de las cosas existe finalidad. Esta
monografía lo explica diciendo que por una parte, siendo la acción de la fuerza
determinista en razón de la funcionalidad específica de cada cosa, una cosa
interactúa con otra de manera perfectamente previsible y determinista. Por la
otra, siendo que las cosas de una misma escala pueden interactuar entre sí,
llegan a conformar una estructura subsistente de una escala nueva y superior, y
esta nueva estructura posee una función propia que es original y más compleja.
Así, pues, de las posibles formas imaginables que la materia puede tomar, son
posibles únicamente aquellas que son funcionales, e incluso son más favorecidas
aquellas que resultan ser aún más funcionales que el resto. En consecuencia, la
funcionalidad permite, en primer lugar, que exista estructuración y, en segundo
lugar, que la estructuración avance en el sentido de una mayor funcionalidad,
concepto que se presenta secundariamente como complejidad, o complejificación.
Es manifiesto que la explicación de la creciente
estructuración de la materia necesita de un mecanismo de orden teleológico, es
decir, educido por una finalidad, pues es impensable que sea el puro azar la
causa de la complejificación de la materia, siendo el azar fruto de nuestra
humana incapacidad para conocerlo y
comprenderlo todo. Y este mecanismo presupone una especie de ortogénesis, esto
es, una evolución lineal entre un origen simple y un fin complejo.
Adicionalmente, tal complejificación presupondría un propósito en ambos
extremos: al inicio, la causa eficiente de la creación; al término, una causa
final intencional. Esta es precisamente la visión del jesuita Teilhard de
Chardin, quien simboliza ambos extremos con el Alfa y el Omega respectivamente
y que identifica con Dios mismo.
Sin tomar en cuenta la enseñanza de Aristóteles de que la
causa de todas las causas es la causa final, es decir, que todo cambio se
efectúa por un propósito preexistente al cambio, el problema de la visión
teilhardiana es que, aunque el conocimiento de la materia nos indica una
evidente estructuración en el tiempo y una posible finalidad radicada en su
origen y en su estructura fundamental, que incluso podría ser una mayor
conciencia, la ciencia moderna no está en condiciones para presuponer,
objetivamente hablando, ninguna intencionalidad, ni menos para conocerla. Se
podría decir que la visión de teilhardiana en este aspecto no es científica,
sino que teológica.
Es posible sólo percibir azar en el tránsito entre un
punto original y un punto de destino o, más precisamente, entre una causa y su
efecto. Incluso pertenece al azar que ese destino sea más complejo que su
origen. Ello nos es perfectamente comprensible y es lo que observamos en la
naturaleza. Así, en la perspectiva de la ciencia empírica el advenimiento del
ser humano ha sido producto del más extraordinario azar. Sin embargo, en esta
misma perspectiva, en dos instancias cabe la necesidad. Por una parte toda
relación de causa-efecto está sujeta a las leyes naturales y este cambio ocurre
necesariamente según dichas leyes. En otras palabras, esta necesidad está
contenida en la energía primigenia del big bang, la que fue dotada de un
estricto código que llamamos leyes naturales. En una segunda instancia la
necesidad aparece en una escala superior cuando se refiere a sus unidades
discretas. El azar que ocurre en la escala de las unidades discretas se torna
en necesidad en la escala de la estructura y pasa a ser un asunto estadístico.
Por lo tanto, la filosofía de la complementariedad
estructura-fuerza puede concluir que la complejificación no necesita de una
aristotélica causa final si suponemos que la materia surgió con una capacidad
intrínseca desde el big bang para organizarse en estructuras funcionales cada
vez más complejas, que la causa de todas las causas es la energía primigenia y que
en el mismo acto del big bang hubo una finalidad que se imprimió a la energía
cuántica.
Esta idea es distinta de la del deísmo, que concibe un
universo como una máquina que funciona por sí misma, sin la intervención de su
fabricante, en la imagen del relojero, que fabrica un reloj, le da cuerda y lo
deja funcionando por sí mismo. Es distinta, pues un reloj, o una máquina, no
sólo no evoluciona progresivamente hacia un fin, sino que su funcionamiento
está tan determinado a ser un reloj que no tiene posibilidades de modificarse
en algo distinto. Desde su inicio el universo ya contuvo un rumbo prefijado, el
que nos puede parecer ser azaroso, y los naturalistas sólo constatan el
mecanismo de relojería sin ser capaces de admitir su ortogénesis. También la idea
de la complementariedad estructura-fuerza es distinta del concepto “máquina autopoiética”, de
Humberto Maturana R. (1928-) y Francisco Varela G. (1946-2001), que significa
producirse a sí mismo y que definiría específicamente un organismo biológico.
Así, pues, la estructuración de la materia sigue un curso que es ortogénico y
en cierto sentido determinista. Pero como vimos más arriba, no es educida por
una causa final, sino que es producto de la especialísima funcionalidad de las
partículas fundamentales, ladrillos básicos de todas las estructuras y
fundamento de las estructuras más inimaginables. Tampoco las partículas
fundamentales son semejantes a la materia prima aristotélica, que requiere tan
solo ser informada para llegar a existir. Lejos de tal concepción, la materia
no requiere forma y su potencialidad proviene exclusivamente de la
funcionalidad de las estructuras que se llegan a organizar.
Es moda en la actualidad extrapolar el mecanismo de la
evolución biológica a las otras escalas en el cambio que se observa en el
universo. Sin embargo, tal extrapolación no es legítima. La evolución biológica
ocurre en la estructura ‘ecosistemas’ y sus dos unidades discretas son el
ambiente y las especies biológicas o biocenosis, que están compuestas por
organismos biológicos. Mientras el ambiente no cesa de cambiar, ya sea suave o
bruscamente, una especie biológica se ve obligada a adaptarse para no sucumbir
y a apoderarse de algún nicho ecológico, y lo hace paulatinamente, según el
‘accidente’ de la mutación genética. Cada estructura ‘especie biológica’ se
compone de unidades discretas que son los organismos biológicos que son capaces
de interactuar sexualmente para reproducirse y transmitir a su descendencia sus
propios caracteres. Así, los descendientes contienen una mezcla de caracteres
de ambos progenitores. Existen caracteres favorables, desfavorables y neutros
para la supervivencia individual en un medio dado, y la profusión de caracteres
se debe a las esporádicas mutaciones que ocurren accidentalmente en la
replicación del código genético. Aquellos caracteres que son más favorables
terminan por ser incorporados al banco genético de la especie, posibilitando
que sus unidades puedan sobrevivir y reproducirse mejor, y la especie obtener
mayores probabilidades para prolongarse en el tiempo y el espacio.
Inteligencia
Sería tal vez demasiado antropocéntrico suponer que el
universo fue creado de modo que evolucionaría necesariamente hasta fructificar
en el ser humano, considerado por éste mismo su máxima expresión y única
cúspide. Lo que sí podemos establecer es que la estructuración de la materia
sigue la ruta de la funcionalidad, y que, hasta donde llega nuestro
conocimiento del universo, en el aquí y ahora de la historia del sistema solar
los seres humanos somos las estructuras existentes más funcionales. La
conclusión que se puede derivar es que la estructuración de la materia
perseguirá necesariamente la mayor funcionalidad posible, pero como la
estructuración sigue caminos aleatorios e indeterminados, en estos milenios de
historia y en esta región del universo los seres humanos pretendemos ser la
máxima expresión de la estructuración de la materia. Probablemente, en otros
lugares y épocas otras criaturas ocuparon u ocuparán el puesto, tan elevado o
mucho mayor, que nosotros estamos ocupando transitoriamente, mientras dure
nuestra especie.
Si el ser humano, tal cual es, ha llegado a existir, es
porque se han dado una extraordinaria cantidad de condiciones favorables que
hacen absolutamente improbable que puedan ser repetidas en otra parte y en otro
tiempo del universo para producir seres humanos como nosotros. Pero por otra
parte, probablemente, en algún otro lugar del universo se podría estar
estructurando, si acaso no ha ocurrido aún, otra serie de organismos vivientes
más extraordinarios y, supiera alguien, con qué brillantes inteligencias, pues
nada hay en la materia que impida tal posibilidad.
El punto es que el ser humano podría perfectamente
desaparecer de la faz de la Tierra y el universo seguir su marcha sin verse
afectado para nada por ello. En cambio, si así no fuera, las majestuosas y
antiquísimas galaxias, por ejemplo, no tendrían otro propósito que la de ser
observadas por algún astrónomo humano ocasional, aunque lo que realmente se
esté observando son las gigantescas fuerzas desplegadas para seguir
estructurando el universo en escalas progresivas y cada vez más complejas.
Desde luego, ello no ocurre de esa forma en una perspectiva filosófica, pues,
en la dicotomía sujeto-objeto, el objeto es naturalmente anterior y preexiste
al sujeto observador. Tampoco se puede suponer que Dios, a la manera de un
ególatra, creó a los seres humanos para que lo alabaran cuando contemplaran la
maravilla de su creación. En realidad, la inmensa mayoría de éstos están más
ocupados en ellos mismos, dirigiéndose a Dios sólo para pedirle ayuda cuando
las cosas les van muy mal. En conclusión, se puede establecer que la razón de
ser de un universo que no necesita de testigos para testimoniar su grandeza es
precisamente la estructuración que puede llegar hasta la conciencia más
profunda.
Tal es el punto de vista permitido a nuestra razón en su
necesidad de objetividad. No puede aceptar aquello que no obedece a una
relación de causa-efecto como base objetiva para una proposición científica. No
obstante, no puede dejar de impresionarnos y causarnos la más profunda
admiración el hecho de que la estructuración máxima jamás alcanzada por la
materia, al menos hasta donde llega el conocimiento científico, y haciendo
abstracción de aquellos magníficos hombrecitos verdes y sus platillos
voladores, esté ocurriendo justamente en un lugar del espacio y en un momento
del tiempo absolutamente únicos y exclusivos: la biosfera del planeta Tierra,
aquella zona de unos 6 a
12 kilómetros
de espesor que rodea su superficie sólida, desde hace unas cuantas decenas de
miles de años. Es tan improbable que semejantes condiciones tan particulares se
encuentren en algún otro tiempo y lugar del vasto universo que la vida
inteligente como la conocemos, materializada en homo sapiens, es virtualmente
una singularidad, sin olvidar que la vida y la inteligencia son justamente
resultados de la capacidad de la materia para estructurarse.
La vida humana depende de requisitos tan únicos como, por
ejemplo, la existencia de agua líquida, una temperatura relativamente estable
de 15° C de promedio, una presión de 1 atmósfera, el suministro de energía de
unos 5 kWh/m² día del Sol, la forma absolutamente aleatoria y multicausal de
cómo ha evolucionado la vida en sus 3.500 millones de años de existencia y de
una infinidad de condiciones más. Así, si la materia ha llegado a estructurase
en vida inteligente como la conocemos, se ha debido a condiciones virtualmente
irrepetibles.
Podemos establecer en este sentido que si la materia ha
llegado a estructurarse como inteligencia en el planeta Tierra, de ninguna
manera se puede deducir que ésta sea la manera determinista en que
necesariamente evoluciona su estructuración. Esto es imponer un modo muy
antropométrico a las posibilidades de la estructuración. Además, a pesar de que
la materia tiene la potencialidad para estructurarse en cosas tan complejas y
funcionales como los seres humanos, ello ha sido posible a causa de la larga
historia particular de la formación de nuestra Tierra y no a un determinismo
intrínseco de las partículas fundamentales. Esta ilusoria idea surge
naturalmente de observar el determinismo en las escalas más simples de las
partículas, átomos y moléculas que se dan en todo el universo, pero cuando se aumenta
la escala, la ocurrencia en el tiempo y en el espacio para la estructuración va
disminuyendo al tiempo que aumentan las posibilidades de estructuraciones
distintas.
Potencial estructurador
El que la estructuración de la materia obedezca o bien al
azar o bien a la intencionalidad divina es un problema que no está en nuestra
capacidad de explicación racional. Aquello que sí es propio de una explicación
racional es la posibilidad de que la materia haya llegado a estructurarse en la
forma de un homo sapiens a partir de quarks y electrones. Lo que escapa a una
explicación científica es que tal estructuración sea teleológica, por la
sencilla razón de que no tenemos evidencias experimentales y, por tanto, a
posteriori de tal posibilidad. Si la ciencia no puede procurar una explicación
para el sentido que ha seguido la estructuración de la materia, cualquier
acusación de deísmo es inoficiosa. Ocurre que mientras la causa ‘eficiente’,
que es la que podemos conocer experimentalmente, actúa de un modo determinado
en un medio indeterminado, la causa ‘final’, que no podemos conocer, actuaría
según el determinismo divino. En consecuencia, a pesar de que estamos
capacitados para afirmar que la capacidad que posee la materia para
estructurarse provino desde su creación, en el origen mismo del universo, de
ninguna manera estamos en condiciones para negar que la particular
estructuración que la materia haya tenido ha sido educida por una causa final,
necesariamente de origen divino, pues la materia nada tiene en sí misma que la
obligue a estructurarse en un determinado sentido, según su principio de
indeterminación fundamental.
Independientemente de lo que se pueda creer acerca de la
intención del Creador, la capacidad que posee la materia para estructurarse en
infinitas formas proviene del hecho de que toda estructura es esencialmente
funcional, esto es, es capaz de dirigir y controlar la fantástica prodigalidad
de la fuerza de modos muy determinados que permiten, sino siempre, la
subsistencia de estructuras, al menos su resurgencia en una cadena continua
entre lo simple y lo complejo, y desde la escala subnuclear hasta la escala
supergaláctica. Desde el punto de vista de la estructura, ésta posee
finalidades, propósitos u objetivos que le son enteramente particulares. En
este sentido, función y finalidad son equivalentes. En el curso del tiempo el
tránsito evolutivo que va desde la fuerza pura hasta la estructura más compleja
se ha realizado ̶ desde el instante de la
creación hasta la actualidad ̶ a través
de dos procesos distintos: el uno, dentro de una misma escala y el otro,
saltando de una escala a otra superior. En ambos, el producto surge a partir de
cosas ya existentes, conteniéndolas.
En primer término, existe el tránsito evolutivo dentro de
una misma escala. No se trata de una simple agregación de unidades homogéneas
que no logran generar estructuras más complejas, ni funcionalidades
cualitativamente distintas, como sería el caso de aumentar una mayor cantidad
de agua en un recipiente. El proceso evolutivo dentro de una misma escala
consiste en una agregación de unidades discretas funcionales que producen no
sólo estructuras más complejas o más grandes, sino en funcionalidades
distintas, como, por ejemplo, el sistema periódico. Dentro de este sistema se
encuentra desde el hidrógeno, el átomo funcional más simple de todos, hasta los
transuránidos, átomos que no sólo contienen mayor cantidad de unidades subatómicas,
sino estructuras internas más complejas y mayor cantidad de capas electrónicas.
Y probablemente sea el carbono el átomo más funcional de todos los de la tabla
periódica, aunque sea de los más simples. En el tiempo el tránsito va desde lo
más simple a lo más complejo, y lo más complejo supone ya que lo más simple
existe o ha existido. En nuestro ejemplo, antes de que se estructuraran los
transuránidos, se estructuró el hidrógeno. Las unidades discretas que
estructuran un átomo (neutrones, protones y electrones) son bastante más
funcionales para estructurar el hidrógeno que, digamos, el radio. Además, a
partir del hidrógeno estructurado fue posible estructurar el helio, el litio,
el berilio y así sucesivamente, en un proceso de fusión atómica.
En segundo lugar, la evolución se da de una escala a otra
mayor. Este paso evolutivo se verifica mediante síntesis evolutivas de
estructuras de escalas inferiores, produciendo estructuras que contienen, como
unidades discretas, estructuras de la escala inferior. Este hecho genera tanto
mayor complejificación como funcionalidades radicalmente nuevas. El producto
generado no sólo contiene la funcionalidad de las unidades que lo estructuran,
sino que también posee la nueva función adquirida por la nueva estructuración.
Por ejemplo, un átomo de hidrógeno es menos complejo que una molécula de agua,
puesto que ésta lo contiene como subestructura y posee una funcionalidad de
otro orden de la que es dable esperar de los elementos de la tabla periódica.
Las estructuras de escalas superiores que han emergido en el curso de la
historia suponen la preexistencia de estructuras de escalas inferiores. En el
ejemplo, es suficiente que los átomos de hidrógeno y de oxígeno se hayan
estructurado previamente para que la molécula de agua tenga, a su vez, la
posibilidad de estructurarse.
Del mismo modo que el mecanismo de la evolución es claro
para explicar la transformación de las especies biológicas, para otras escalas
estructurales es posible también descubrir sus propios mecanismos evolutivos.
Aunque frecuentemente no nos sean enteramente claros, y aunque muchas veces nos
sean aún completamente desconocidos, podemos suponer que cada escala tiene sus
propios mecanismos para dar cuenta de sus posibilidades en la variedad y amplitud
estructural. Así, tal como existen mecanismos para la evolución biológica,
también existirían mecanismos particulares para la evolución dentro de escalas
tales como los elementos de la tabla periódica, las moléculas de la química
orgánica, los regímenes políticos de la sociedad humana o el diseño de muebles.
En todos estos casos y de todos aquellos que podamos pensar, las estructuras
evolucionan dentro de una misma escala, adquiriendo diversos grados de
funcionalidad, y, al ser así más funcionales, es posible pasar a la siguiente
escala.
La materia se estructura en el tránsito de una escala a
la otra inmediatamente superior. Los mecanismos de esta integración y síntesis
de elementos distintos pertenecientes a una escala inferior son diferentes de
los mecanismos evolutivos propios que existen dentro de una misma escala. Un
mecanismo de tipo dialéctico es insuficiente para explicar el cambio evolutivo.
El paso de la rueda al automóvil no es de ninguna manera evidente, pero la
estructuración de un automóvil presupuso la existencia de la rueda. Los
mecanismos que posibilitan el tránsito de una escala inferior a otra superior
tienen en común la capacidad funcional que poseen las unidades subestructurales
que llegan a componer la estructura mayor en cuestión para combinarse y
constituirla, y de la funcionalidad de la nueva estructura así conformada. El
automóvil fue posible cuando surgió el motor, entre sus otras unidades
discretas esenciales, como transmisión, dirección, frenos, etc.
La estructuración de la materia tiene una dirección muy
determinada, que, como vimos, es hacia la complejidad y la multifuncionalidad.
Aunque intervienen en la estructuración de todas las cosas y contienen en sí
mismas toda la potencialidad de estructuración que la materia puede alcanzar,
las estructuras más simples de todas son las partículas fundamentales. Para que
estas partículas se hayan podido estructurar, a muy poco del comienzo del
universo, se requirió de tan enormes cantidades de energía que habría que
construir un acelerador de partículas verdaderamente gigante para poder
desintegrar o destructurar una de éstas. Saltando una o dos escalas de
estructuración, la construcción de nucleones a partir de quarks significó
consumir cantidades bastante menores de energía. Pero mucho menos es la
cantidad de energía requerida para estructurar átomos. Es la cantidad que
consumen las estrellas que iluminan la noche y que son las fábricas de los
átomos. Las asombrosas explosiones de bombas termonucleares equivalen sólo
chispazos instantáneos y localizados del proceso continuo que una estrella
lleva a cabo en su vida de miles de millones de años. En el otro extremo de la
escala del consumo energético, sin alterar su estructura atómica, los seres
humanos hemos aprendido que para aislar y derretir metales se requiere de
hornos de elevadas temperaturas, y que para transformarlos, las máquinas deben
ser potentes para nuestras capacidades. Aún menos energía se necesita para
estructurar moléculas, que son mucho más complejas y funcionales que los átomos.
De hecho, en nuestra fría Tierra, donde comparten su existencia innumerables
tipos de estructuras de todo orden, la energía indispensable es bastante débil,
y para efectuar una obra de arte, las sutilezas de la mente que la concibe
surgen de consumir cantidades nimias de energía. Así, pues, la dirección hacia
la complejidad y la multifuncionalidad va requiriendo cada vez de menos
energía.
El tiempo del universo no transcurre entre un big bang y
agujeros negros, o entre la generación de la materia y su total absorción al
final de los tiempos. Este tiempo transcurre entre las estructuras
fundamentales que requirieron infinita energía y estructuras de escalas
progresivas de complejidad que demandan cada vez de menos energía para ser cada
vez más funcionales. Y la energía demandada es provista por la energía infinita
que originó el universo, que se transformó en materia en expansión y que va
siendo cedida en el curso de esta expansión.
Cuando una estructura de escala superior llega a emerger
y ser funcional, se materializa lo que era pura posibilidad y se hace presente
para la posteridad lo que hasta ese momento no existía. Si la estructura de la
escala superior es posible, es debido a la funcionalidad de las unidades
subestructurales que la integran y, en último término, a la extraordinaria
funcionalidad de aquellas unidades más primarias: las partículas fundamentales.
Si el universo está constituido en último término por estas partículas
fundamentales, aquél está a su vez determinado en sus posibilidades por la
funcionalidad de tales partículas. Aunque sus posibilidades de estructuración
son ilimitadas en cuanto a formas, están por otra parte determinadas en cuanto
a escalas y modos de relaciones causales. Y es probable, a riesgo de parecer
antropocéntrico, que la escala de mayor estructuración posible sea el ser
humano inteligente.
4. LA ENERGÍA
DE LA FÍSICA A LA METAFÍSICA Y HASTA
LA PARAFÍSICA
Aquello que designamos como “energía” sirve para
referirse tanto al componente fundamental de toda la materia del universo como a
lo que permite a la materia interactuar entre sí, cambiar y también
evolucionar. Como veremos también lo “espiritual” es energía. La base del
universo son la materia, la energía, el espacio, el tiempo y habrá que agregar la
estructuración evolutiva. Siendo la energía tan fundamental, resulta muy
importante entender qué realmente es. Hasta ahora la física ha dado pasos
gigantescos para comprenderla. A continuación haremos una breve revisión de lo
que ella ha llegado a saber, para continuar posteriormente con reflexiones más
filosóficas.
La energía en la física
Mecánica
La física tiene la energía como uno de sus pilares
fundamentales. A los conceptos de cambio de movimiento y fuerza, es decir, el
principio de inercia de Galileo Galilei (1564-1642) y al concepto de masa de
Isaac Newton (1642-1727), la dinámica moderna incorporó el concepto de energía.
Este concepto tiene una data relativamente reciente. Fue desarrollado a
mediados del siglo antepasado, principalmente por William Thomson (1824-1907),
más tarde lord Kelvin, y W. J. Macquorn Rankine (1820-1872). Comprende mucho de
lo que se tuvo anteriormente por fuerza. Por consiguiente, es preciso
diferenciarlo del concepto fuerza. En física, “energía” se define como la capacidad
para realizar un trabajo y
se manifiesta en las transformaciones que ocurren en la naturaleza. Así, una
cosa tiene energía si es capaz de ejercer una fuerza sobre una distancia, es
decir, trabajo. La capacidad de realizar un trabajo en una determinada cantidad
de tiempo es la potencia. De este modo, la energía no es una cosa, sino que una
capacidad, propiedad o facultad de la cosa, y se distingue de la fuerza en el
sentido de que la primera es un poder que tiene una cosa o un cuerpo, y la
segunda es ejercida por una cosa o cuerpo en uso precisamente de ese
poder.
El origen de la energía de la física fue la
cuantificación de la energía primordial en el instante del Big Bang, hace 13,7
mil millones de años atrás. Específicamente, esta energía es la medida de la
fuerza que puede ejercer una cosa o cuerpo y está relacionada con su masa a
través de la velocidad. La energía es la capacidad para efectuar trabajo, y
éste, que es un estado del movimiento, corresponde a una fuerza desarrollada a
lo largo de un espacio determinado. Así, un trabajo realizado por un cuerpo en
posesión de energía lo efectúa cuando aplica una fuerza, moviendo el punto de
aplicación sobre un segundo cuerpo. El trabajo es el producto de la fuerza por
la proyección sobre ella del desplazamiento de su punto de aplicación y depende
de la dirección y sentido de la fuerza, siendo el trabajo máximo cuando la
proyección del desplazamiento sobre el punto de aplicación tiene su dirección y
su sentido. El trabajo es evidentemente nulo si el desplazamiento y la
proyección de la fuerza son perpendiculares. La energía es, de este modo, una
cantidad conservada, producto de la fuerza y la distancia a través de la cual
una fuerza actúa provocando un cambio del movimiento, mientras que la fuerza es,
en palabras de Miguel Faraday (1791-1867), la causa de una acción, siendo la
fuente de todas las posibles acciones de y sobre los cuerpos y corpúsculos del
universo. Por su parte, el concepto de potencia se refiere al índice temporal
al que es gastada la energía.
En mecánica la energía está en función de la masa y la
velocidad. Por masa se entiende el peso de un cuerpo relativo a la gravedad y
se conserva invariante a través de los procesos físicos y químicos. Por una
parte, la energía de un cuerpo depende de la cantidad de masa. Por la otra, la
energía de un cuerpo depende de su velocidad. Pero la velocidad de un cuerpo es
siempre relativa a otro cuerpo; está siempre referida a otro cuerpo. Luego, la
energía de un cuerpo está en función de la velocidad que tenga respecto a este
otro cuerpo. De este modo, la energía de un cuerpo depende de su masa, la cual
se mantiene sin modificación, y de su velocidad que es siempre relativa a otro
cuerpo.
La energía se relaciona con la masa en dos formas
distintas: como energía potencial y como energía cinética. Esta distinción nos
ayudará a comprender mejor la idea de una energía variable en razón de la
velocidad y relativa a un segundo cuerpo. La cantidad de energía potencial que
un cuerpo puede acumular en sí mismo depende primariamente de la cantidad de
masa que contenga. Secundariamente, la energía potencial es una medida del
efecto que un cuerpo es capaz de ejercer sobre un segundo cuerpo en virtud de
sus respectivas posiciones, direcciones y velocidades relativas.
Para ser utilizada, la energía potencial debe
transformarse en energía cinética. Más aún, para volverse en otras formas de
energía la energía potencial debe transformarse primero en energía cinética.
Pero la transformación de la energía potencial en energía cinética es sólo un
asunto de perspectiva. Conforme se relaciona un cuerpo con otro en función del
movimiento, la cantidad de masa específica que el primero contiene adquiere una
energía cinética determinada por el movimiento relativo de ambos cuerpos.
Luego, la energía cinética es la medida del efecto que la masa de un cuerpo
puede ejercer sobre la masa de otro por obra de la velocidad.
Termodinámica
La termodinámica, disciplina que analiza los procesos
físicos que operan en cualquier sistema en términos de estado, y en oposición a
la mecánica, complementa la descripción de la energía con gran brillo. Sus dos
primeras leyes tienen una significación análoga: la energía de un sistema
aislado es constante y su entropía tiende a un máximo. Su primera ley,
enunciada primeramente por Hermann von Helmholtz (1821-1894) a partir del
experimento de James Joule (1818-1889) que probaba la equivalencia del calor y
del trabajo mecánico, es la de la conservación de la energía. Esta afirma que
todo cambio en la materia debe ser compensado exactamente por la cantidad de
energía: “la energía no puede ser creada ni destruida, sólo se transforma”. La
energía total de un sistema aislado es siempre constante, a pesar de las
transformaciones que haya sufrido.
Del mismo modo como toda estructura está constituida, en
último término, por partículas fundamentales, los diversos tipos fundamentales
de fuerza asociados a las estructuras son también limitados. Estas fuerzas
transfieren un conjunto limitado de energías y también se disuelven en el mismo
conjunto. Podemos distinguir entre estas energías la térmica, la química, la
radiante, la eléctrica, la mecánica y la atómica. Únicamente la energía
radiante puede darse en ausencia de masa o de carga eléctrica, pues existe en
los fotones. Estas diversas formas de energía pueden transformarse unas en
otras mediante un motor, el cual relaciona lo que tienen en común, que es la
fuerza. Ésta se expresa en el cambio del movimiento de los cuerpos, desde
partículas subatómicas hasta galaxias. Observemos que las estructuras no pueden
interactuar si las fuerzas correspondientes no están relacionadas a energías
del mismo tipo para que puedan sumarse, restarse o anularse.
El siguiente ejemplo puede ilustrar el caso: la reacción
nuclear del Sol, asociada a las estructuras de los núcleos de hidrógeno,
produce luz, la que es transmitida por radiación a la Tierra. Esta radiación
produce la fotosíntesis, fenómeno químico asociado a una estructura molecular y
que produce una estructura con un cierto contenido energético aprovechable. En
su estado leñoso o de combustible fósil esta estructura puede combustionarse
químicamente para generar calor. El calor, transmitido por radiación
infrarroja, conducción y convección, excita los átomos de la estructura
cristalográfica del receptor, logrando elevar su temperatura. Si es agua, puede
transformarse en vapor, alterando su propia estructura intramolecular, y
adquirir presión, esto es, conservar en sí la energía inicial. La presión del
vapor puede mover un mecanismo asociado con una estructura mecánica, como un
pistón o una turbina, y hacer girar un eje. Su movimiento, transmitido a un
rotor, puede, en combinación con un estator, generar electricidad, energía
asociada a la estructura del manto electrónico de los átomos. Mediante una
resistencia eléctrica esta energía puede transformarse en calor y proseguir por
un ciclo diferente y así sucesivamente ad
in aeternum de acuerdo a la primera ley de la termodinámica o ley de
conservación de energía.
La segunda ley de la termodinámica, enunciada por primera
vez por Nicolás Carnot (1796-1832), nos señala no obstante que cada
transformación efectuada es irreversible si no hay aporte adicional de energía,
siendo la irreversibilidad una característica fundamental de la naturaleza. La
energía tiende a fluir desde el punto de mayor concentración de energía al de
menor concentración, hasta establecer la uniformidad. Esto es, el flujo tiene
un solo sentido y, por tanto, demuestra la irreversibilidad del tiempo,
rompiendo la simetría entre el antes y el después y estableciendo la diferencia
entre la causa y el efecto. La obtención de trabajo a partir de energía
consiste precisamente en aprovechar este flujo.
Más tarde, Rudolf J. E. Clausius (1822-1888) aportó la
idea de que “en toda transformación que resulte irreversible en un sistema
aislado, la entropía aumenta con el tiempo”. Entropía, palabra griega que
significa transformación, es el término que Clausius empleó para representar el
grado de uniformidad con que está distribuida la energía. Cuanto más uniforme,
mayor es la entropía. Cuando la energía está distribuida de manera
perfectamente uniforme, la entropía es máxima para el sistema en cuestión. Las
concentraciones de energía tienden a igualarse y la entropía aumenta con el
tiempo.
Usualmente la entropía se la representa figurativamente,
a partir de Ludwig Boltzmann (1844-1906), como una medida de desorden. A pesar
de que esta imagen ha ganado popularidad, frecuentemente ella se presta a gran
confusión y muchos equívocos, pues el desorden se lo representa en forma
estructural y, por lo tanto, estático, en circunstancias de que la entropía se
trata de un fenómeno dinámico y se refiere únicamente a la energía. El error es
explicar lo que ocurre con la energía recurriendo a la estructura. Y así,
algunos (en realidad, muchos), expresando figurativamente la segunda ley al
modo de Boltzmann, afirman que el desorden, imaginado como homogeneización
estructural, siempre aumenta con cualquier proceso que ocurra en un sistema aislado,
lo cual es un error.
A pesar de la difusión que ha tenido la identificación de
la idea de homogeneización, propia del desorden estructural, con el concepto de
uniformidad con que se describe la entropía a partir de Clausius y Boltzmann,
sugiero no obstante que por entropía debe entenderse genéricamente transformación,
tal como es su etimología. Ahora bien, desde el punto de vista de la energía,
por entropía debe entenderse específicamente una medida de disponibilidad de
energía o de la probabilidad del estado de un sistema físico; si un sistema se
ha desviado de su estado de equilibrio estadístico, la probabilidad de que
vuelva a dicho estado es mucho más grande que la de que se aleje aún más.
En palabras no cuánticas, lo decisivo de esta segunda ley
es que afirma simplemente que en un sistema cerrado, en el que la energía
permanece constante, disminuye la cantidad de energía disponible para realizar
trabajo; se puede convertir todo trabajo en calor, pero no se puede convertir
todo el calor en trabajo. Así, aunque se mantiene el haber total de energía, no
toda ella puede ser convertida en trabajo, puesto que éste siempre fluye del
cuerpo caliente al frío o, más genéricamente, desde el que tiene mayor energía
potencial hacia el que tiene menos. En consecuencia, el trabajo aprovechable en
cualquier proceso concreto ocurre entre dos estados determinados de energía
potencial. Una vez agotada la energía disponible cesará el proceso. Si se
quisiera efectuar nuevo trabajo útil habría que abrir temporalmente el sistema
cerrado y suministrarle energía adicional.
Tiempo después, el mismo Clausius introdujo el
interesantísimo concepto de “disgregación” a manera de una medida de la
ordenación de las moléculas de un cuerpo, dándole una explicación mecánica.
Contrario a esta nueva formulación de la segunda ley de la termodinámica, James
Clerk Maxwell (1831-1879) argüía que ésta es una ley esencialmente estadística
que describe el comportamiento de un gran número de moléculas y que no puede
ser explicada mediante una teoría de los movimientos moleculares individuales.
Pero para Clausius la disgregación es más fundamental que la entropía, y desde
nuestra perspectiva, él andaba por el camino correcto, pues la segunda ley, más
que entenderse como cambio y transformación, o desorden, se refiere
principalmente al efecto de la aplicación de trabajo.
Así, en todo sistema en que la energía se convierte en
trabajo, existe tanto desestructuración como estructuración de la materia. Pero
puesto que toda estructura es funcional en toda escala a partir de la
estructura más fundamental de todas, el resultado neto de la aplicación de
trabajo, que termina en entropía, es recíprocamente una mayor estructuración de
la materia. Más que un simple ordenamiento de moléculas, partículas o cualquier
otro tipo de unidades, como pensaba Clausius, la disgregación es en realidad
estructuración. Si lo que antes era y ahora aparece disgregado, la disgregación
es en efecto la estructuración de otra cosa probablemente más complejo. De éste
modo, todo trabajo se emplea en el proceso de estructuración, y toda
transformación produce nuevas estructuras, incluso de escalas superiores.
Boltzmann sólo era capaz de ver desorden como resultado
del ingreso de energía en un sistema. Sin embargo, la estructuración que
resulta de la entropía no se limita unilinealmente a la sola escala del sistema
considerado, como ocurre cuando una sustancia, junto a otra (u otras) se
transforma en una tercera. Así, por ejemplo, si tras revolver mecánicamente una
mezcla de cristales de sacarosa en, digamos, un determinado volumen de leche de
vaca, podemos observar que los primeros se disuelven homogeneizados
irreversiblemente. Boltzmann hubiera dicho que el desorden es completo y la
entropía máxima. No obstante él habría estado en un error. Para explicar este
dilema, podemos considerar que si aplicamos calor y más movimiento por un
tiempo adicional, como una condición del sistema, obtendremos una nueva
estructura caracterizada por un color, textura, sabor y hasta aroma que nos
deleita y que llamamos “manjar blanco”. Además, esta nueva estructura la
podemos transformar en subestructura de otra extraordinaria estructura que
llamamos torta de panqueque con nuez.
Lo que indica el ejemplo anterior es que las fuerzas
exógenas que intervienen en un sistema producirán ciertamente grados de
desestructuración y de homogeneización. Si estas fuerzas exógenas son
consideradas como condiciones del sistema, como por ejemplo, la fuerza de
gravedad, la radiación solar, la presión atmosférica, la humedad relativa,
etc., no sólo las fuerzas endógenas de las partículas fundamentales, sino que
también la capacidad funcional de las estructuras para transformar energía
exógena y para relacionarse mutuamente, conseguirán nuevas estructuraciones de
la materia.
El punto que se debe destacar es que la energía que
ingresa en un sistema no lo hace en forma indiferenciada, sino que mediante
algún tipo específico de fuerza o de fuerzas. A una causa determinada sigue un
efecto también determinado. Este efecto puede ser una estructuración a escala
superior, como cuando se juntan dos átomos de hidrógeno con uno de oxígeno. Sin
embargo, cuando una pluralidad de causas actúa en forma aleatoria y variable una
estructuración resulta virtualmente impredecible, no pudiendo establecerse el
efecto específico que sigue.
En consecuencia, se puede sugerir que entropía no
significa sólo homogeneización, sino que su resultado es la estructuración, y
que lo que la segunda ley de la termodinámica expresa realmente es que en un sistema
cualquiera la energía disponible empleada para realizar trabajo no produce
necesariamente uniformidad y menos desorden. Por el contrario, esta energía se
utiliza para estructurar la materia según la funcionalidad de las estructuras y
dependiendo de sus distintas escalas, desde las más simples hasta las más
complejas. Además, las estructuras creadas obtienen un equilibrio energético y
una conservación molecular, situación que tiende a mantenerse mientras el
sistema no entregue ni absorba energía, esto es, que no sea ni causa ni efecto.
Si se deseara aumentar al máximo la entropía, el estado
final del proceso debiera tener la temperatura más baja posible. La entropía
máxima que se puede esperar es que toda la energía haya sido empleada en el
proceso de estructuración. Sin embargo, la entropía tiene un límite que es
expresado por una tercera ley de la termodinámica: “conforme nos acercamos al
cero absoluto, las energías libres y totales llegarán a hacerse iguales”. Esta
ley implica que nunca un cuerpo puede llegar a la temperatura de cero absoluto,
punto en el cual los procesos transcurren sin pérdida de energía. El cero
absoluto no puede ser alcanzado; es inaccesible. A la temperatura de cero
absoluto simplemente deja de haber movimiento. De este modo, mientras la
velocidad finita de la teoría de la relatividad fija el límite máximo a los
cambios de energía posible, la energía de punto cero de la termodinámica les
fija el límite mínimo. Esta limitación de un proceso natural --el alejamiento
asintótico de un ideal propuesto por las nociones matemáticas de infinito y
cero-- condiciona la realidad del universo. Todos los cambios reales de energía
son finitos y todo cambio de energía, por pequeña que sea, implica pérdida.
Jamás se puede alcanzar la estructuración absoluta.
Todo sistema, en cuanto estructura, pertenece a un
sistema de escala mayor, siendo el mayor de todos, límite absoluto de todo, el
mismo universo. En este sentido, ningún sistema puede ser considerado
absolutamente cerrado, pues forma parte del universo de una u otra manera. Y el
universo, en tanto sistema, no es cerrado, pues sus límites se van expandiendo
en forma continua y permanente a la misma velocidad que la máxima que puede
alcanzar la causalidad, que es la de la luz.
Teoría especial de la relatividad
Para la teoría especial de la relatividad, producto del
genio de Albert Einstein (1879-1955), el
acrecentamiento de la energía cinética de un cuerpo ocurre simultáneamente con
el de su masa, y alcanza a ser enorme para velocidades próximas a la de la luz,
llegando a ser infinita si la masa lograra dicha velocidad, cosa que
lógicamente es imposible experimentar, indicando que la velocidad de la luz es
una barrera infranqueable. Einstein dedujo que la energía de un cuerpo en
reposo es el producto de su masa por el cuadrado de la velocidad de la luz,
relación que se escribe en la famosa fórmula E = m c². Así, la energía
contenida en la masa es enorme (1
gramo de masa contiene 9 billones de julios, ó 25
millones de kilovatios hora). Esta realidad es de gran importancia y significa
que la energía y la masa son interconvertibles, siendo la masa un enorme
acumulador de la energía y siendo ambas dos aspectos de una misma realidad. Si
en el comienzo del universo sólo hubo energía, la masa existente ha sido el
producto de la conversión de parte de dicha energía.
La teoría de la relatividad especial surgió para
compatibilizar la idea newtoniana de que toda velocidad, incluida la de la luz,
depende del movimiento del observador, con la idea de que la velocidad de la
luz es la misma para todos los observadores. Esta teoría, publicada por
Einstein en 1905, se denomina “especial” o “restringida” porque se refiere al
movimiento a velocidad constante respecto al observador, y se distingue de la
teoría “general”, publicada diez años después, que se refiere al movimiento
uniformemente acelerado. Analizaremos a continuación el fundamento de esta
primera teoría.
Newton supuso que para las leyes físicas de la inercia y
la gravitación debe existir un sistema de referencia absoluto. Este sistema lo
atribuyó a un tiempo y un espacio absolutos, donde los acontecimientos son
simultáneos. Esta idea probó ser una abstracción, o una simplificación de la
realidad. Así, pues, mientras los parámetros de tiempo y espacio fueron
considerados absolutos, se pudo pensar en la simultaneidad de los sucesos para
distintos observadores. Pero, a partir del descubrimiento realizado por Albert
A. Michelson (1852-1931) y Edward Morley (1838-1923) de que la velocidad del
movimiento tiene un límite absoluto de 299.793 kilómetros
por segundo en el espacio vacío, Einstein revolucionó la concepción euclidiana
respecto a la infinitud y la eternidad del universo. En primer término, si la
velocidad máxima del movimiento es la de la luz y tiene un valor absoluto, ella
constituye una constante universal. Esta velocidad máxima para la propagación
de una causa se refiere tanto a los fenómenos electromagnéticos, por ejemplo la
luz, como a los fenómenos gravitacionales, y es el tope absoluto para el
movimiento de la masa.
En segundo lugar, si la velocidad del movimiento tiene un
límite máximo absoluto, entonces el tiempo y el espacio tienen que ser
relativos para un observador con relación al cuerpo observado que se mueve, ya
que la velocidad de la luz es enteramente independiente del movimiento tanto de
la fuente luminosa como del observador. Así, dos sucesos acaecidos en lugares
diferentes son o no simultáneos dependiendo de la posición del observador. El
universo no tiene un sistema de referencia absoluto, diría Einstein.
Agregaremos que los únicos referentes absolutos para el universo son su inicio
en el Big Bang, la gran explosión que estuvo en el origen del universo, y el
tiempo presente del observador. El hecho de que el tiempo y el espacio son en
sí mismos relativos y que se relacionan entre sí a través de la velocidad de la
luz, único parámetro absoluto, llevó a Einstein a hablar, no de tiempo y
espacio, sino de espacio-tiempo.
La teoría de la relatividad especial parte, como
hipótesis fundamental, de que las acciones no pueden propagar sus efectos con
una velocidad mayor que la de la luz. La propagación de la fuerza no puede
superar la velocidad de la luz. Esta velocidad es el límite de la propagación
del efecto en el cono de luz, que comprende los puntos espacio-temporales que
son alcanzados por la onda lumínica emitida por el punto activo. Puesto que el
campo de fuerza, cuya velocidad máxima es la de la luz, determina las
relaciones espacio-temporales entre los sucesos, no puede existir un sistema de
referencia absoluto. Todos los sistemas inerciales son equivalentes, y la
contracción de las longitudes y la dilatación de las duraciones observadas son
recíprocas. En el espacio-tiempo newtoniano podemos suponer que entre el pasado
y el futuro se intercala un momento infinitamente breve, al que llamamos el
instante actual. Einstein descubrió que lo que se intercala es un intervalo
temporal finito cuya amplitud depende de la distancia espacial entre el
acontecimiento y el observador, y, en último término, entre la causa y el
efecto, pues lo percibido por el observador es el efecto del acontecimiento.
Al aceptar que la velocidad de la luz es constante, se
debe aceptar también una serie de fenómenos inesperados que salen de nuestra
experiencia cotidiana. Famosos son los ejemplos de Einstein empleando trenes en
marcha, varas de medida y relojes para dar a entender que para un observador
los objetos tienden a acortarse en la dirección del movimiento hasta llegar a
una longitud nula en el límite de la velocidad de la luz (contracción de
FitzGerald). En dichos objetos, para el observador, el paso del tiempo tiende a
hacerse más lento, hasta detenerse en el límite de la velocidad de la luz. Para
el mismo observador la masa de aquellos objetos en movimiento tiende a aumentar
con la velocidad hasta hacerse infinita con la velocidad de la luz
(transformación de Lorentz).
El corolario que sigue es que la energía que se debe
imprimir a un cuerpo tendría que ser infinita para que llegara a alcanzar la
velocidad máxima límite; o, desde el punto de vista complementario, la masa de
tal cuerpo que alcance la velocidad de la luz llegaría a ser infinita en la
perspectiva del observador ubicado ya sea en el punto de partida o en el de
llegada; toda la energía que se le transfiera se va convirtiendo en masa a
medida que el cuerpo se va desplazando cada vez más cercano a la velocidad de
la luz, desde el punto de vista de dicho observador. Por ello, a la velocidad
máxima absoluta, o de la luz, no puede haber masa. De ahí que tan solo los
neutrinos y los fotones, las únicas partículas que se desplazan a esa
velocidad, no tienen masa ni carga eléctrica, y de éstos, sólo los fotones
tienen únicamente energía.
La energía que contendría la masa de un cuerpo que
viajara a la velocidad de la luz es más que el suplemento de masa que se agrega
a la masa de un cuerpo cuando es sacado del reposo y que proviene de la
transformación, proporcional al cuadrado de la velocidad, de su energía
cinética en masa, según lo establecido por Newton. Según la teoría de la
relatividad, ese suplemento es infinito. El suplemento de masa no es
proporcional a la velocidad, sino que se va haciendo logarítmica y asintóticamente
infinito a medida que la masa se acerca a la velocidad de la luz.
Einstein dedujo que la masa y la energía son
interconvertibles a la velocidad de la luz. A esta velocidad la masa adquiere
una nueva función, además de las establecidas por Newton de inercia y gravedad.
Su sencilla fórmula E = mc² afirma que la masa es una forma muy concentrada de
energía, pues el valor de la velocidad de la luz al cuadrado es realmente
grande. Esta relación fue experimentalmente comprobada en 1932 por Cockroft y
Walton, en su acelerador de partículas, al descomponer en dos núcleos de helio
un núcleo de litio, bombardeado con protones de hidrógeno. La famosa fórmula
significa que la masa es condensación de energía y que puede también
convertirse en energía.
Energía discreta
Cinco años antes de que el citado Einstein enunciara su
notable teoría, la de la relatividad especial, y a días de comenzar el siglo
XX, el 14 de diciembre de 1900, Max Planck (1858-1947), a pesar de sus propias
convicciones, pero a consecuencia de los porfiados hechos empíricos, se había
visto obligado a emitir la otra gran teoría que en el siglo XX conmocionó la
física hasta sus cimientos. Había concluido que contra toda lógica la energía
de la radiación de un cuerpo negro está cuantificada y es emitida de forma
discontinua, como unidades discretas, es decir, que la energía que se
intercambia entre dos cuerpos es en forma celular e indivisa.
Aunque supuso que la discontinuidad reside únicamente en
el intercambio de energía entre el cuerpo y la radiación, se comprobó más tarde
que el cuerpo no sólo está conformado por unidades discretas que generan
lugares espaciales, sino que estas unidades, por el hecho de ser discretas,
emiten o reciben energía también como unidades discretas o cuantos de energía,
es decir, sin continuidad alguna. Es como una llave de agua: abierta completamente
sale un chorro, el que va disminuyendo en la medida que la llave se va
cerrando; pero en un punto dado del cierre el agua no seguirá fluyendo como un
hilillo cada vez más fino, sino que como gotas muy uniformes y cuya frecuencia
irá disminuyendo con cada apriete para cerrar la llave. Tal como la teoría de
la relatividad había puesto límite a la velocidad de la relación causal, la
mecánica cuántica afirmaba que la relación causal no es continua. El cambio en
la escala más pequeña se producía por saltos y no en forma continua. De este
modo, se concluía que la energía se transmite en “paquetes” o cuantos (de la
palabra latina quantum).
A partir de la mecánica cuántica, el mismo Einstein
explicó, en 1918, el fenómeno fotoeléctrico, o más bien, el fenómeno
fotoeléctrico explica la mecánica cuántica mejor que el de las radiaciones del
cuerpo negro empleado por Planck. Fue por esta contribución, y no por su
revolucionaria teoría de la relatividad, que él recibió el premio Nobel. El
proceso de absorción de la luz y emisión de electrones es un proceso
estadístico, en el cual el átomo captura cuantos luminosos, granos de luz, o
“fotones” como él los designó, de cierta frecuencia, y expulsa electrones, y la
velocidad de los electrones expulsados no depende de la intensidad de la luz,
sino de su frecuencia.
Podemos inferir que no existe un continuum preexistente de espacio-tiempo, como Einstein supuso,
sino que tanto el espacio como el tiempo comienzan a existir a partir de
dimensiones muy pequeñas y discretas –las definidas por el número de Planck–,
es decir, las que pueden establecer dos o más partículas subatómicas cuando
interactúan. En otras palabras, la existencia del espacio y el tiempo está
determinada por la interacción causal de la materia. Para que estas partículas
materiales puedan interactuar necesitan poseer energía. Pero el intercambio de
energía entre las partículas fundamentales es discreto, es decir, la energía se
traspasa en paquetes o cuánticamente. Esto quiere decir que ambos, el tiempo y
el espacio, no son continuos ni infinitesimalmente pequeños, sino que son
granulados, constituyendo el número de Planck la menor dimensión de los granos
de espacio-tiempo.
La energía en la metafísica
¿Qué es la energía?
Entender qué es la energía es una
cuestión netamente filosófica. Los científicos se pueden hacer esta pregunta,
pero la ciencia no está llamada a responderla, pues su método experimental no
es suficiente. En vez, debemos usar la abstracción y la lógica a partir de las
teorías y observaciones siguientes: En 1922, Alexander Friedmann (1888-1925) predijo la posibilidad de
una explosión al inicio del universo a partir de un denso núcleo de materia. En 1927, conforme a las ideas matemáticas de Friedmann, el
abate Georges Lemaître (1894-1966) propuso un modelo para una teoría
cosmológica
del universo, postulando un estado
inicial, que él llamó “huevo cósmico”, en el que la materia estaba constreñida
en un espacio tan pequeño y denso como ello fuera posible. En 1929, Edwin P. Hubble (1889-1953) concluyó que el creciente
corrimiento al rojo en el espectro de la luz emitida por galaxias cada vez más
lejanas es debido al efecto Doppler-Fizeau, lo que significa que, mientras más
lejana se encuentre una galaxia, ésta viaja más velozmente, de modo que las
galaxias se alejan unas de otras a una velocidad proporcional a sus distancias.
En consecuencia, podemos entender que
el universo comenzó a partir de un punto en que la infinita energía estaba
contenida en un punto adimensional y atemporal. Entonces podemos deducir de la
energía lo siguiente:
·
Ella es primigenia porque es naturalmente
anterior al universo.
·
Ella es el fundamento del universo.
·
Ella es el principio activo del universo y
sus cosas.
·
Ella está presente en todo el universo y en
cada parte de éste
·
Ella no posee ni tiempo ni espacio.
·
Ella fue cuantificada, dando origen al Big
Bang.
·
Ella genera el continuo cambio y
transformación que se observa en el universo.
·
Ella desarrolla el tiempo y el espacio cuando
interacciona con la materia en un proceso.
·
Ella no tiene ni volumen ni peso.
·
Ella contiene los códigos por los cuales se
puede condensar en específicas partículas fundamentales altamente funcionales.
·
Ella no es amorfa.
·
Ella interviene en la complejificación y
evolución de la materia a partir de dichas partículas.
·
Ella no se crea ni se destruye, solo se
transforma, según expone el primer principio de la termodinámica.
·
Ella está presente como energía cinética
cuando un cuerpo o partícula inicia, cambia o detiene su movimiento.
·
Ella realiza trabajo cuando es mayor que el
nivel de energía del medio, que es de la entropía o el equilibrio.
·
Ella es efectiva cuando efectividad su
intensidad se relaciona con la funcionalidad del receptor.
·
Ella era y sigue siendo infinita en relación
a su expansión y su evolución para satisfacer las exigencias del universo.
·
Ella no puede existir por sí misma y debe
consecuentemente estar contenida o en dependencia de algo.
·
Ella se estructura en psíquica y
desmaterializada mediante la intención reflexionada en la mismidad de la
conciencia profunda de una persona la estructura psíquicamente.
·
Ella subsiste a la muerte corpórea de una
persona.
·
Esencialmente, ella es la realización del
poder de Dios.
Podremos entender la energía, en el término más genérico,
como un principio de actividad, cambio y estructuración. No es ni una cosa, una
sustancia ni tampoco un fluido. No tiene existencia en sí misma, pero está
presente en todo el universo. De hecho, el universo entero está construido de
energía como su única materia prima. Si el universo todo tuvo un mismo comienzo
y si todo él está compuesto por el mismo tipo de energía, el universo tiene
unidad por origen y composición y las leyes de la naturaleza, cuyo
descubrimiento tanto ocupa a los científicos, se cumplen para todo el universo
en el curso de su historia.
Una característica de la energía es
que no tiene ni tiempo ni espacio. Estos parámetros pertenecen a la materia.
Por lo tanto, el Big Bang se originó en un punto atemporal y adimensional.
Podemos inferir que en el mismo instante del Big Bang la energía se cuantificó
y se convirtió en materia. Y en su interacción la materia comenzó a desarrollar
el tiempo y el espacio, y el universo comenzó a devenir, expandiéndose desde
entonces y desde este origen a la velocidad constante de la luz. Dadas su
densidad y su temperatura, en un comienzo y por algún tiempo el universo estuvo
constituido por un plasma abrasador y súper-denso, pero que tendía a enfriarse
y a aligerarse por estar en expansión.
La energía primordial no comenzó como
algo amorfo o indeterminado. Contenía en sí misma no solo los modos precisos y
específicos de su conversión en materia, sino que también el código de las
leyes naturales por el cual la materia interactúa, se estructura y evoluciona.
Esta idea podría ser una salida para la absurda polémica entre evolucionistas y
creacionistas que está en boga en EE.UU. Una parte de la energía se convirtió
en masa y otra parte, en cargas eléctricas bipolares. Desde luego, esta
conversión no fue tan simple y los físicos nucleares hacen enormes esfuerzos
para comprender las funciones y características de las decenas de partículas
subatómicas que surgen de las colisiones que ellos producen en aceleradores de
partículas.
Lo que puede concluirse de lo anterior
es que la energía no es una capacidad indiferenciada y amorfa que posee un
cuerpo, sino que puede transformarse en masa y carga eléctrica o ser usada por
la masa o la carga eléctrica de manera tan distintiva que llega a poseer un
comportamiento absolutamente determinado, y de este comportamiento se pueden
reconocer leyes naturales. Desde el mismo comienzo del universo la energía se
ha condensado en determinadas partículas fundamentales distintivas, siendo las
pertenecientes a cada tipo idénticas entre sí, por lo que funcionan del mismo
modo. Adicionalmente, éstas han podido interactuar e interactúan de modo
absolutamente determinado en su propia escala, y pueden estructurar cosas en
escalas superiores también de modo determinado, según las leyes naturales que
va develando la ciencia.
Algunos científicos creen observar un
completo indeterminismo en el origen del universo, pudiendo éste haber
evolucionado indistintamente y al azar en cualquier sentido. No logran
considerar el hecho de que el universo ha seguido la dirección impresa desde su
origen según las propiedades de la energía primordial, la que para nada ha sido
azarosa. La energía primigenia ha ido dando origen a la estructuración ulterior
de la materia a partir de su condensación primera en partículas fundamentales,
en un acto de creación que no tiene término y según un código preestablecido.
La conversión de la energía en materia
requirió ingentes cantidades de energía. La conversión en masa obedece a la
famosa fórmula de Einstein, E = mc², que indica la enorme cantidad de energía
requerida en su condensación en masa. Una energía (cinética) infinita —concepto
aborrecible por la ciencia, que estudia lo que es delimitado— se requirió
adicionalmente para proyectar la materia masiva desde su origen en el Big Bang
a la velocidad de la luz hacia todas direcciones. Habiéndose transformado la
energía en masa y carga eléctrica, podemos concluir entonces que la energía
pasa a constituirse en una propiedad que poseen ambos tipos de concreciones
materiales de la energía.
El universo que devino del Big Bang se
caracteriza por ser un continuo cambio y transformación. Pero todo cambio es un
proceso que se desarrolla en el tiempo y abarca un espacio definido.
Específicamente, tanto como la estructuración de la materia conformó el espacio,
puesto que un espacio es inconcebible si no es parte de una estructura, la
funcionalidad de las estructuras que transforma la energía en fuerza hizo
posible el tiempo, ya que el tiempo es generado por la relación causal.
La energía como masa y carga eléctrica
En el curso de la historia del universo, cuyo origen fue
el Big Bang, una cantidad infinita de energía estuvo contenida en un punto
espacial infinitamente pequeño. Se puede suponer que desde dicho instante su
cuantificación tuvo una consecuente condensación en el tiempo en la medida que
el espacio se fue expandiendo a la velocidad de la luz, resultando en su conversión
en masa y carga eléctrica. El efecto ha sido
una creciente estructuración de la materia. Todas las cosas del universo no han
emergido con diferentes grados de estructuración, sino que han surgido a partir
de las partículas fundamentales, como el fotón, que han sido el inicio de la
estructuración de la materia para proseguir a través de escalas sucesivas cada
vez más complejas. Toda estructura es una forma de contener energía, y la masa
y la carga eléctrica se han ido estructurando en formas cada vez más eficientes
de contener y utilizar energía.
Los fotones son paquetes muy pequeños
de energía. Aunque no masivos, ellos son las partículas fundamentales de la
materia. Se comportan como ondas y como corpúsculos al mismo tiempo, como si
fueran tanto energía como materia, ya que están a medio camino de ambas. Su frecuencia
se relaciona con el tiempo; su longitud se relaciona con el espacio. La interacción entre los fotones, que se
realiza en un campo de energía, resulta en la formación del tiempo y el
espacio, siendo la velocidad de esta interacción la de la luz. La cuantificación de la energía en la escala
del fotón, que es la escala fundamental y la menor de todas, contiene un
libreto que fue y es la transformación de esta energía cuantificada en energía
condensada. Esta segunda energía se organizó ulteriormente en dos formas
básicas, que son la masa y la carga eléctrica, de las cuales el universo se ha
ido estructurando en su totalidad. Respecto a la masa, aunque Einstein
demostrara la convertibilidad entre la energía y la masa, mediante el CERNC la
ciencia aún no logra relacionar el fotón, que es un bosón sin masa, con el postulado
bosón de Higgs, la partícula fundamental de la masa. Hasta ahora este segundo
bosón aparece en el origen de la masa, ya que se supone que, como unidad
discreta, ésta vibra en un campo propio para estructurar una pequeña cantidad
de masa. La masa es responsable de la inercia y la gravedad.
Respecto a la carga eléctrica, ésta se manifiesta en dos
estados contrarios ̶ positivo y negativo
̶ y está cuantificada con valor entero.
La carga de un signo surge del sustrato de energía simultáneamente a la carga
de signo contrario y no necesariamente en el mismo lugar, como la
experimentación lo muestra, causando gran asombro en los observadores. De la
energía surge el par de cargas eléctricas de signos contrarios y en ella este
par se disuelve cuando se vence la resistencia de la repulsión entre las
cargas. Si acaso el Modelo Estándar de la física de partículas llegara a
postular el origen fotónico de esta carga, tampoco se lo conoce. La conversión
en carga eléctrica requirió también mucha energía. La fuerza para vencer la
resistencia entre dos cargas eléctricas del mismo signo es enorme. Se calcula
que solamente 100.000 cargas (electrones) unipolares reunidas en un punto,
experimento imposible debido a la su recíproca fuerza de repulsión, ejercerían
la misma fuerza que la fuerza de gravedad de toda la masa existente de la
Tierra.
De este modo, infinitos puntos o centros funcionales,
atemporales y adimensionales de energía cuantificada originan el espacio-tiempo
del universo al interactuar entre sí y relacionarse causalmente mediante
también energía cuantificada, constituyendo la base de la estructuración del
universo. La expansión del universo causa la disminución de su densidad y su
temperatura, lo que en el comienzo permitió la estructuración de las distintas
partículas subatómicas y los átomos más simples. Siempre que la materia esté
considerada como masa, está referida a las fuerzas gravitacionales y genera un
campo gravitacional. Pero si la materia está considerada como carga eléctrica,
está referida a las fuerzas electromagnéticas y genera un campo
electromagnético. En ambos campos específicos es posible la interacción de las
partículas. Puesto que estas dos fuerzas generan campos de alcance infinito,
éstas son decisivas en la estructuración de la materia en todas sus escalas
posibles.
En el estudio de las partículas subatómicas, se observa
que la materia se presenta activa de otras maneras. Si la materia está
considerada como núcleo atómico, está referida a la fuerza llamada “nuclear
fuerte”, que mantiene a los protones y neutrones firmemente unidos en el núcleo
atómico, dándole estabilidad y evitando que los protones, por poseer el mismo
tipo de carga eléctrica, se repelan entre sí y tiendan a separarse. El radio de
acción de esta fuerza es de corto alcance. En las reacciones en que intervienen
leptones (electrones, positrones, neutrinos y muones), aparece una nueva clase
de interacción que es más débil que la fuerza electromagnética, aunque
muchísimo más fuerte que las fuerzas gravitatoria y de alcance muy corto. Se la
conoce como “interacción débil”. Además de las cuatro fuerzas mencionadas, podría
considerarse la fuerza que estaría actuando en la escala fundamental que da
cuenta de la unión de la masa con la carga eléctrica, pues es claro que una
carga eléctrica no puede existir sin estar asociada a una masa. Esta fuerza
debiera ser poderosísima, pues tanto los electrones como los protones son
extremadamente estables. Ambos poseen masa y carga eléctrica, y son también las
partículas que siempre aparecen después de la desintegración de partículas con
mayor masa. Hasta ahora no se ha construido algún acelerador de partículas lo
suficientemente poderoso como para desintegrarlos y separar la masa de la carga
eléctrica.
Lo que puede concluirse de lo anterior es que la energía
no es una capacidad indiferenciada y amorfa que posee un cuerpo, sino que es un
principio que puede transformarse en masa y carga eléctrica o ser usada por la
masa o la carga eléctrica de manera tan distintiva que llega a poseer un
comportamiento o función absolutamente determinado, y de este comportamiento se
pueden reconocer leyes naturales. Desde el mismo comienzo del universo la
energía se ha condensado en determinadas partículas fundamentales distintivas,
siendo las pertenecientes a cada tipo idénticas entre sí y funcionan del mismo
modo. Adicionalmente, éstas han podido interactuar e interactúan de modo
absolutamente determinado en su propia escala y pueden estructurar cosas en
escalas superiores también de modo determinado. Esto resulta evidente en cosas
de escalas primitivas, como partículas subatómicas, átomos y moléculas. La
complejidad de las estructuras de escalas superiores opaca este hecho de una
funcionalidad específica y determinada.
La energía en
evolución
Haremos el esfuerzo de intentar
aproximarnos a la realidad desde la perspectiva de la energía y no de la
materia. Consideremos que esta última ha sido el objeto material de los
filósofos desde la antigüedad. Ni Heráclito, para quien todo es devenir,
filosofó sobre la energía. La razón es que el concepto de energía surgió con la
ciencia moderna, recién a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Ello quiere
decir también que nuestro esfuerzo filosófico será hecho sobre fundamentos
construidos por la ciencia y que ya revisamos.
El universo, considerado después del Big Bang, es el
objeto de estudio tanto de la ciencia como de la filosofía, disciplinas que han
encontrado en el análisis de las relaciones y de las causas la posibilidad del
conocimiento objetivo. Las anteriores afirmaciones, de carácter más bien
filosófico, pueden ser hechas ahora y después de decisivos descubrimientos y
desarrollos científicos. Estos descubrimientos y desarrollos están relacionados
con la energía y la materia, la masa y la carga eléctrica, el tiempo y el
espacio, la causa y el efecto, la fuerza y la estructura.
El Big Bang marca el principio del
universo y también lo más antiguo que nos es posible llegar a conocer. Lo que
ocurrió antes de este singularísimo evento nada podemos conocer, pues nuestro
conocimiento proviene de la experiencia u observación acerca el universo. En la
experiencia científica podemos observar y medir la energía —presión,
temperatura, fuerza, etc.—, pero no directamente, sino que en los objetos
materiales. Podemos concluir que la energía no tiene existencia en sí misma.
Sin embargo, si afirmamos tal cosa, podemos inferir que ella debió previamente
haber estado contenida en alguna entidad. Los conceptos bíblicos de “creación”
y del universo como “soplo divino” comienzan a adquirir un significado
objetivo.
A partir de la famosa ecuación de Einstein, de que la
energía es igual a la masa por la velocidad de la luz al cuadrado, se puede
concluir con algo que no es tan evidente: que la energía no existe por sí
misma, sino que está vinculada a algo. En nuestro universo ese algo es
material, como la masa o la carga eléctrica. Se podría afirmar también que
previo al Big Bang, toda la infinita energía que compone el universo, ya sea
como materia o vinculada a la materia, estuvo contenida como su emanación en un
agente que muchos denominan su creador, por lo que Big Bang se puede definir
como una cuantificación instantánea, irreversible y definitiva de energía
infinita, creando nuestro material universo en dicho instante. Sigue a
continuación la idea de que la energía que fue cuantificada formando el
universo no termina en desorden, sino que es utilizada para estructurar la
materia.
Aunque este agente, que algunos pueden llamar Dios,
pudiera estar al comienzo de la existencia del universo, su acción posterior
sobre éste proviene de haberlo creado con capacidad para evolucionar y
estructurarse en formas cada vez más complejas a partir de lo más simple: la
energía cuantificada. Esta idea difiere radicalmente del pensamiento
tradicional, anevolutivo y fundamentalista, que ha sido influenciado por el Génesis, del que se deduce que la
creación consistió en un conjunto de actos divinos efectuados en el principio
de los tiempos y para todos los tiempos. Pero este agente no creó las cosas en
el inicio, sino que entonces la infinita energía ya contenía el código para
todas las leyes naturales que comandan el funcionamiento del universo y que
estuvo condicionada para condensarse en determinadas partículas fundamentales
tan específicamente funcionales que conforman una materia con capacidad para,
en el curso del tiempo, estructurarse indefinidamente y evolucionar en
infinitas formas a través de una multiplicidad de escalas. Desde luego, esta
idea contradice la afirmación de San Agustín (354-430) de que Dios creó el
universo ab nihilo, es decir, de la
nada.
Si al universo le suponemos un comienzo, como se
desprende con fuerza cada vez mayor de todos los descubrimientos cosmológicos
que se han ido efectuando, para comenzar a existir, la materia necesitó de un
acto de creación por parte de un agente externo a ella, como se ha dicho más arriba.
Aunque sostengamos con Stephen W. Hawking (1942- ) que la materia salió de la
nada a través de una separación de ella y su contraria, la antimateria, debió
necesitar de todos modos de un agente externo al universo que de su emanación
haya, en un momento dado y con gran traspaso de energía, producido o separado
estas dos existencias mutuamente extinguibles, pero generadoras a su vez de
energía. Algo similar puede decirse de Ernst Pascual Jordan (1902-1980), quien
postuló que no existe diferencia energética alguna entre el universo de cosas y
el universo vacío, pues a la energía ligada a la masa se podría restar la
energía gravitacional, ambas supuestamente de un mismo valor equivalente.
Una explicación a esta correlación energética puede
residir en la posibilidad de que la fuerza gravitacional esté vinculada a la
energía primigenia del acto creativo del Big Bang que propulsó radialmente la
masa a la velocidad de la luz, siendo la masa misma condensación de la energía
primigenia. Según esta teoría que he propuesto el Big Bang sería una especie de
tronco o base para toda la masa del universo, uniendo dicho acto al comienzo
del universo con el momento presente. En un segundo punto de vista, la de cada
observador en particular—o la de cada cosa existente— el Big Bang envuelve su
propio universo. Así, pues, el Big Bang, que no sería otra cosa que la
emanación divina o energía primordial cuantificada entonces, es el instante del
comienzo de la creación y es igualmente el capullo que envuelve todo el
universo. Estas ideas parecen menos fantásticas e inverosímiles que muchas de
las postuladas por eminentes cosmólogos, quienes, fieles a sus principios
científicos y fórmulas matemáticas, no han querido tal vez introducir factores
meta universales en una realidad que forzosamente limita con lo que transciende
el universo.
Pero el ulterior desarrollo y evolución del universo no
necesita ni de una causa extra-natural ni de una causa final para ser
explicado. Reeditando en parte la noción deísta dieciochesca de deus ex machina, los procesos materiales
prescinden de la causalidad divina y adquieren autonomía inmanente en razón del
determinismo de la causalidad y de la capacidad inmanente de la materia para
estructurarse. La estructuración que la materia en definitiva actualiza es
aquella que le es posible según las leyes que la rigen y según la capacidad de
subsistencia que la funcionalidad resultante de una estructuración particular
le confiere.
Cabe agregar que si el curso de la evolución del universo
tiene algún sentido más allá de la estructuración histórica que ha
experimentado la materia, no es resorte de la ciencia para determinarlo. Por
parte de la finalidad, si acaso la evolución y la estructuración del universo
tienen un propósito, una intención, una causa final, es algo que es imposible
inferir por su solo conocimiento. Y el hecho comprobable de su progresiva
complejificación, en términos de Pierre Teilhard de Chardin (1881-1955), es
insuficiente para concluir que existe necesariamente una intencionalidad divina,
aunque no lo es ciertamente para concluir sobre su imposibilidad. Simplemente,
el conocimiento objetivo no puede determinarlo.
Sin embargo, el hecho de que el universo ha estado
evolucionando desde su inicio y que seguirá haciéndolo eternamente nos indica
que la creación es energía que emana permanentemente desde el principio y es
fuerza que continúa estructurando la materia. Las anteriores nociones son las
que separan abruptamente la mentalidad científica de la mítica. En la
actualidad podemos pensar que desde el primer instante de su existencia la
materia tuvo las características que no sólo le permitieron adquirir infinitas
formas, sino también la energía para ir conformando estructuras cada vez más
complejas y funcionales. Es maravilloso saber que la materia que compone el
universo surgió con una capacidad intrínseca para desarrollarse y evolucionar
ilimitadamente, pero según leyes y relaciones de causa-efecto muy determinadas.
La relación causal
La fuerza se ejerce por el traspaso de energía entre dos
cuerpos, y este traspaso se verifica a través de la fuerza y produce el cambio,
con lo que se explicita la relación entre la causa y el efecto. La fuerza es la
propiedad de la materia que permite que sus partes se relacionen causalmente en
sus distintas manifestaciones a través de la energía. Toda relación de
causa-efecto significa cambio y el vínculo entre una causa y un efecto es la
fuerza. Una causa es el ejercicio de una fuerza que tiene por término un
efecto. En la relación causal la causa genera una fuerza que el efecto absorbe
y, en esta acción, ambos son modificados de alguna manera. La fuerza genera la
relación causal al actualizar la energía. Un efecto es producido por la fuerza,
recibiendo la energía que ésta porta. El ejercicio de una fuerza requiere
contener energía en alguna forma, ya sea acumulada, como portadora (energía
potencial), ya sea en movimiento, como transmisora (energía cinética). La
fuerza es el vehículo de la energía que transita a lo largo de un
acontecimiento entre una causa y un efecto. El cambio es el producto de la
transferencia de energía por medio de la fuerza que produce estructuraciones y
desestructuraciones en los cuerpos durante un acontecimiento o proceso.
Puesto que en toda relación causal se produce una secuencia
temporal, la fuerza es aquello que se interpone entre el “antes” y el “después”
de tal acontecimiento; ella constituye el “ahora” del acontecimiento. En todo
cambio hay traspaso de energía de acuerdo a la primera ley de la termodinámica;
todo cambio es irreversible, según su segunda ley. Por lo tanto, podemos
subrayar que la fuerza genera el devenir y desarrolla el tiempo. Los
acontecimientos conforman un proceso que genera un tiempo y un espacio para
efectuarse. Una relación causal es el proceso, y depende de la cantidad de
energía que se transfiere y de la velocidad de la transferencia. Un cambio
puede ser tan imperceptible como la evaporación del agua en un vaso en el
ambiente de una pieza o tan explosivo como la oxidación de un volumen de hidrógeno.
También entre la causa y su efecto se genera un tiempo y un espacio, siendo la
relación más rápida la que alcanza la velocidad de la luz. El espacio generado
en una relación causal adquiere significación sólo cuando la causa y su efecto
se relacionan entre sí; antes son solo campos de fuerza de ambos, causa y
efecto, que no se relacionan aún.
Un solo acontecimiento, una sola relación causa-efecto,
no logra decirnos mucho acerca del espacio-tiempo: tan sólo que un
acontecimiento separa un antes de un después en algún lugar. La dimensión
espacio-temporal es el conjunto de los múltiples acontecimientos particulares
que están sucesivamente relacionados en un proceso, porque se van actualizando
en un tiempo determinado, que es el presente para un determinado lugar del
espacio. Pero esta dimensión no puede ser únicamente lineal, ni tampoco
unidimensional. El tiempo no es independiente del espacio, pues la sucesión de
acontecimientos no se da únicamente en un punto espacial, sino que abarca un
tejido interdependiente de distintos acontecimientos cuya correlación es asunto
de la posición en el espacio no sólo del observador, que es un referente
particular, sino del big bang, que es el referente absoluto del universo. El
universo es el conjunto de las interrelaciones causales que tiene su origen en
el Big Bang. Y a causa de este origen común y estar compuesto por la misma
energía, aquél tiene unidad y sus leyes naturales se cumplen en todo tiempo y
lugar.
La acción de la materia no ocurre en el espacio-tiempo, sino
que produce el espacio-tiempo. La relación de causalidad se da tanto
directamente, mediante el contacto entre corpúsculos y cuerpos, como
indirectamente, mediante los campos de fuerzas gravitacionales y
electromagnéticos. Einstein descubrió que el fotón es la partícula encargada de
las relaciones de causalidad electromagnética a distancia. De modo distinto,
sin intervención de una supuesta partícula gravitacional, pero a causa de la
funcionalidad gravitacional de la masa se produce la causalidad de la gravitación,
y ello es efecto de la expansión del universo.
El espacio es propio de la estructura, y el tiempo, de la
fuerza. Entonces, nuestro universo no es el campo espacio-temporal donde juegan
fuerzas y estructuras, sino que el juego mismo es el espacio-tiempo
desarrollado por la interacción fuerza-estructura. Si su origen primigenio fue
una energía infinita contenida en un no-espacio, su evolución en el curso del
tiempo ha seguido el transcurso de una continua y cada vez más compleja
estructuración, la cual ha ido desarrollado el espacio. En el universo existen
un límite inferior y un límite superior para la acción de la causalidad. El
límite inferior es la dimensión del cuanto de energía, dado por el número de
Planck, y que determina la escala más pequeña para la existencia de la relación
causal. El límite superior para la relación causal se refiere a la velocidad
máxima que puede tener el cambio, que es la de la luz.
La explicación de las anteriores afirmaciones se
encuentra en dos consideraciones que son importantes. Por una parte, la energía
no tiene existencia en sí misma, sino que a través de la materia. La materia en
sí misma es condensación de energía. Pero también la materia es el medio a
través del cual la energía fluye de un lugar a otro. Por la otra, la materia no
es un algo indiferenciado, sino que estructurado. Al decir estructurado me
refiero a dos características. En primer lugar, una estructura está compuesta
por estructuras de escalas menores y forma parte de estructuras de escalas mayores,
y en segundo término, toda estructura es específicamente funcional, es decir,
emplea la energía para ejercer fuerza de manera específica. Las leyes de la
termodinámica se refieren a la cantidad de energía. Evidentemente, la energía
puede medirse por la cantidad, pero en la energía convertida en fuerza gracias
a la funcionalidad específica de cada estructura se mide más bien la calidad.
Por ejemplo, la energía contenida en el azúcar que la sangre lleva al cerebro
es transformada por las neuronas en complejos pensamientos, tales como
relacionar conceptos tan abstractos como materia, energía, estructura y fuerza.
Así, en este ejemplo se pueden distinguir la física, la química, la biología,
la psicología y la filosofía.
En síntesis, puntos atemporales y adimensionales de
energía, condensadas en masas y cargas eléctricas funcionales y estructuradas
naturalmente según las “leyes naturales”, generan espacio-tiempo al interactuar
entre sí. Inversamente, masas y cargas eléctricas estructuradas en la escala máxima
de estructuración, que es la conciencia de sí misma de la persona, generan
racional, afectiva y efectivamente productos psíquicos unificados que
estructuran la energía indeleblemente al “reflexionarla” en conciencia
profunda, como intentaremos ver a continuación.
La energía en la parafísica
Todo el universo está hecho de energía y nada de lo que
allí pueda existir puede no estar hecho de energía. Incluso aquello que
llamamos espíritu es energía. El universo conforma una unidad en la energía y
no admite dualismos espíritu-materia, como los postulados por Platón,
Aristóteles o Descartes. La diferencia entre el mundo físico y el mundo
para-físico es que el primero es cuantificación y condensación de energía en
materia estructurada y podemos sentir sus efectos, en cambio, el segundo no lo
sentimos, pero podemos postular que su energía puede estructurarse en unidades
que no son perceptibles por no tener efecto en la materia. Lo “espiritual”
vendría a ser la estructuración de la energía a través de la conciencia
profunda. El dominio de la ciencia está
limitado a lo que puede ser empíricamente estudiado y probado, que es
virtualmente todo lo que conocemos con mayor o menor certeza. En consecuencia,
aquello que estamos postulando aquí está al margen de nuestro conocimiento, lo
que no significa que no pueda pertenecer a la realidad del universo, ya que
ésta es más grande de lo que podemos conocer. Además, está en línea con los
fenómenos parapsicológicos.
Si uno acepta
que todo lo que existe en nuestro universo está compuesto de materia y energía,
la pregunta ¿qué parte de mí puede subsistir a mi muerte, si acaso algo puede
subsistir? genera más preguntas de las que responde. Así, ¿qué naturaleza
tendría ese algo?, ¿cómo se generaría ese algo?, ¿cuál sería su sustento?, ¿se
identificaría ese algo con el yo?, ¿qué es el yo?, etc. Cualquier respuesta que
se puede dar entra en el terreno de la hipótesis. Además, estas preguntas
tratan de asuntos imposibles de verificar experimentalmente por pertenecer a un
ámbito que existiría más allá de nuestra experiencia empírica.
Un principio de
respuesta se encuentra al considerar la noción de “conciencia”. Allí podemos
distinguir al menos tres tipos de conciencias progresivas e incluyentes. 1.
Conciencia de algo en tanto sujeto de una acción que puede afectarme. En esta
categoría están los fenómenos naturales, incluyendo las acciones instintivas de
los animales, y las acciones intencionales de otras personas. 2. Conciencia de
sí en tanto saber primero que se es parte individual de un entorno de tiempo y
espacio, y segundo que se es sujeto de acciones tanto físicas e instintivas
como intencionales que afectan a otros. 3. Conciencia profunda en tanto saberse
y sentirse sujeto con un yo mismo que es singular y subsistente.
Desde el Big Bang
toda la evolución del universo ha consistido en que la energía primordial se ha
transformado en estructuras materiales cada vez más complejas y de escalas cada
vez mayores siguiendo el código impreso en la misma energía, que son las leyes naturales.
Con la aparición del ser humano, como ser inteligente y libre, por vez primera
en esta historia la estructuración llega a ser de la misma energía. Una persona
puede ser definida por las funciones de su cerebro material compuesto por
neuronas, neurotransmisores e impulsos eléctricos. Éste es capaz de generar un
pensamiento reflexivo que es tanto abstracto como racional, pudiendo producir 1.
conceptos y conclusiones lógicas, 2. a partir de la combinación con la
afectividad y la efectividad, producir sentimientos e intenciones y 3. Actuar
intencionalmente para afectar a otros y a uno mismo. En una primera instancia
esta multifuncionalidad de sus subestructuras psíquicas es unificada por la
conciencia de sí, preocupada como el resto de los seres vivos por sobrevivir y
reproducirse. En una segunda instancia, cuando la persona reflexiona sobre el
por qué de sí misma, llegando a la conclusión de su propia y radical
singularidad, la multifuncionalidad psicológica es unificada por y en su
conciencia profunda, o yo mismo.
La
mismidad
La estructura
funcional que nos preocupa ahora es el ser humano. Entre sus subestructuras, se
encuentra un cerebro. Incluido el de los animales con sistema nervioso central,
ésta es la única estructura en el universo conocido que entre sus funciones
posee funciones psicológicas. Lo que caracteriza exclusivamente el cerebro
humano son las funciones psicológicas de un intelecto con pensamiento
abstracto-racional, una afectividad de sentimientos y una efectividad
intencional y libre. Precisamente, en estas características el cerebro humano
se diferencia de la estructura psíquica común a los animales superiores, la que
se caracteriza por desenvolverse en una escala inferior respecto a lo humano,
ya que posee las funciones psicológicas del instinto, las imágenes y las
emociones. El cerebro humano genera un pensamiento reflexivo que es abstracto y
racional, pudiendo producir primariamente ideas y conclusiones lógicas, y
secundariamente, a partir de la combinación con la afectividad y la
efectividad, producir sentimientos e intenciones. Estas funciones
específicamente humanas definen al ser humano como persona. Las estructuras
cerebrales que las generan no aparecieron desde un platónico “Mundo de las
Ideas”, sino que surgieron en el muy material curso de la evolución biológica.
En una primera
instancia esta multifuncionalidad de las subestructuras psíquicas humanas es
unificada por la conciencia de sí, preocupada como el resto de los seres vivos
por sobrevivir y reproducirse. La ventaja de esta conciencia fue un salto
cuántico importante en el proceso de la evolución biológica. A diferencia de la
conciencia de lo otro, común a humanos y animales, la conciencia de sí
reflexiona sobre sí misma en su relación con otros individuos, sean cosas
inanimadas, animadas o semejantes, y proyecta y determina cursos de acción
intencional relacionados principalmente con la supervivencia y reproducción
propia. La generación del yo individuo, como estructura psíquica, se asienta en
la materialidad biológica de un cerebro constituido de células muy
diferenciadas, que son las neuronas, y es producto de la mente humana y sus
funciones psicológicas en toda su actividad racional y abstracta, en su
afección de sentimientos y en su consiguiente proyección intencional. Como en
los animales, la naturaleza de esta estructura psíquica es propiamente
material, en el sentido de consistir en átomos y moléculas, es el producto de
las fuerzas fundamentales mediadas por la compleja estructura neuronal del
cerebro y constituyen una estructura de energías específicas, principalmente de
carácter electroquímico. La particularidad del sistema nervioso central es que
el producto de su funcionamiento es psíquico, como el concepto, el sentimiento
y la intención.
En una segunda
instancia, cuando la persona reflexiona íntimamente sobre el por qué de sí
misma, en una complejidad de pensamientos, sentimientos y proyectos, llega a su
propia y radical singularidad. Entonces la multifuncionalidad psicológica es
unificada por y en la conciencia profunda, o yo mismo. Lo crucial de esta
actividad es que este yo mismo refleja el yo individual dentro de una
cosmovisión particular que el yo va conformando, generando y creando en su
propia historia de experiencias, vivencias, representaciones, conocimientos,
sentimientos y acciones intencionales. Esta cosmovisión refleja el proyecto de
vida que la persona construye. Allí se perfilan lazos de amor, justicia, solidaridad,
bondad y misericordia y sus opuestos. En esta acción cognoscitiva, afectiva e
intencional el yo adquiere autonomía e independencia, transcendiendo la materia
del universo. Esta reflexión amplía la conciencia de sí individual para
descentrar la acción de sí mismo y considerar y valorizar la complejidad del
universo, incluyendo una intuición de lo transcendente.
La generación
de una mismidad singular transcendente como reflejo las actividades
psicológicas humanas es el máximo logro de la evolución de la materia. Este yo
mismo es precisamente lo esencial de la persona. Ocurre cuando la
materia-energía, a través de la actividad inteligente, afectiva e intencional de
su conciencia profunda, estructura la energía en una identidad psíquica que
comprende la totalidad de la singularidad de su persona. Se produce una
conversión de la energía cuántica en energía psíquica. Se trata de la
generación de una estructura única inmaterial. En la reflexión introspectiva de
la conciencia profunda el yo mismo se establece en una escala superior no
material de energías que caracterizan únicamente las funciones psicológicas. Es
decir, la persona va generando durante el curso de la vida una estructura
inmaterial de energías psíquicas, la que se va constituyendo en forma
independiente de las leyes de la termodinámica y, por lo tanto, es subsistente, única e irrepetible. La
energía que la conciencia profunda estructura es lo que corrientemente se llama
alma espiritual. Esta alma no es una cosa, ya que no contiene materia. Tampoco
es objeto del conocimiento sensitivo. Simplemente existe y se identifica plena y
totalmente con el yo mismo. La estructuración de la energía que una
persona efectúa en el curso de su vida se realiza en el tiempo y el espacio y
en la racionalidad, los sentimientos y la intencionalidad. Todas estas
características serían partes integrantes de esta estructuración y le
conferirían un modo de ser y actuar para
una eternidad.
En resumen, en
la escala de la estructura humana de la cognición, la afectividad y la
efectividad nosotros encontramos respectivamente el pensamiento racional y abstracto,
los sentimientos y la acción intencional. En esta escala los productos
psíquicos del sistema nervioso central se unifican en la conciencia de sí, que
de todos los seres en el universo sólo los humanos tenemos la capacidad para
estructurar. Cuando las representaciones abstractas y lógicas, los sentimientos
desprovistos de pulsiones biológicas y la voluntad libre reflejan su singular
mismidad, que es el reflexionar sobre su existencia, surge o se estructura la
conciencia profunda en la persona. Esta estructuración es en efecto una
estructuración de la energía psíquica. Y aunque estos contenidos de conciencia
unificados ahora en la conciencia profunda estén asentados en el sustrato
material de la estructura neuronal, sus neurotransmisores y sus impulsos eléctricos
pasan a independizarse de la materia y a tener existencia subsistente en la
unidad de esta conciencia, pues ésta ya no constituye una estructura de la
materia, sino de la energía. Es así que los seres humanos somos los únicos
seres del universo que auto-estructuramos energía psíquica.
5. ENERGÍA CUANTIFICADA
En la escala más fundamental la
energía cuántica se transmite en forma discontinua e indeterminista mediante
cuantos. En la escala superior este indeterminismo se transforma en determinismo
al ser comprendido como un fenómeno estadístico. Esta relación de
indeterminación propia de una escala a determinación en una escala superior,
mediada por al estadística, puede extenderse a todos los sistemas y procesos de
todas las escalas del universo. La estructuración de la materia tiene su
principio en las partículas fundamentales, las más pequeñas unidades de la
materia. Por su parte, estas partículas son la cuantificación de la energía
primigenia y son centros y orígenes de las fuerzas fundamentales y del
espacio-tiempo. En esta escala no funciona la geometría. Tampoco existe un
continuo espacio-temporal, puesto que el espacio-tiempo no es preexistente a
las cosas, sino que es consecuencia de la interacción de las partículas.
Aquellas partículas son tan funcionales que no se encuentran solas, sino que
como unidades discretas de las estructuras subatómicas. A partir de ellas la
totalidad del universo se ha ido estructurando.
Para comenzar esta monografía, ha resultado más
conveniente transcribir parte del inicio de mi monografía “Una cosmovisión”:
“El
universo estaría estrechamente ligado a Dios. Por su naturaleza el universo no
pudo ser causa de su propia existencia y menos de su diseño evolutivo. Debió
existir distinto de aquél un infinito poder, designio, propósito y voluntad en
alguien a quien llamamos Dios, quien lo originó con energía infinita y le
implantó un guión para evolucionar y estructurarse según una intención por Él
definida, que no podemos naturalmente conocer. Anterior al universo y distinta
de Dios, pero dependiente de Él como su emanación, debió existir una energía
primigenia, porque es naturalmente anterior al universo… Si adherimos a la
teoría cosmológica moderna que afirma, tras Edwin Hubble, que el universo tuvo
su inicio en el Big Bang, deberíamos concluir, no que éste emergiera espontánea
y arbitrariamente, incausado, sino que fue creado por el agente divino… El “Big
Bang” se puede definir como el instante, en el mismo origen del universo, hace
unos 13 mil setecientos millones de años atrás, de la transformación de la
energía primigenia en energía cuántica. La causa de esta transformación sería
Dios mismo. Entonces el universo comenzó a expandirse a la velocidad de la luz
desde un punto infinitesimal que contenía la infinita energía primigenia del
universo y la energía se granuló en dicho instante. Max Planck mostró, en 1900,
cuando relacionó la energía del fotón con la frecuencia y la constante que
lleva su nombre y que es muy pequeña, que el universo no es continuo, aunque
así pudiera aparecer, sino está cuantificado o granulado. Los fotones son paquetes muy pequeños de
energía. Aunque no masivos, ellos son las partículas fundamentales de la
materia. Se comportan como ondas y como corpúsculos al mismo tiempo, como si
fueran tanto energía como materia, ya que están a medio camino de ambas. Su
vibración se relaciona con el tiempo; su longitud se relaciona con el
espacio. Así, la interacción entre los
fotones, que se realiza en un campo de energía, resulta en la formación del
tiempo y el espacio, siendo la velocidad de esta interacción la de la luz… La
cuantificación de la energía primigenia resultaría ser un acto de creación
divina que es necesario para explicar la aparición del tiempo y el espacio y la
expansión del universo; esta expansión resulta ser constante y propagarse a la
velocidad de la luz… El tiempo y el espacio del universo están relacionados con
el proceso. En primer término, la idea de proceso proviene de la ciencia al
observar que en la naturaleza, más que simplemente cambios inconexos, existen
conjuntos relacionados causalmente como sistemas que se transforman de modo
determinista según las leyes naturales que los rigen. Segundo, el tiempo
procede de la duración que tiene un proceso y el espacio procede de su extensión.
Tercero, la infinidad de interacciones originadas en el Big Bang constituyen el
espacio-tiempo del universo… La cuantificación de la energía en la escala del
fotón, que es la escala fundamental y la menor de todas, contenía un libreto
que fue y es la transformación de esta energía cuantificada en energía
condensada y la organización ulterior de esta segunda energía en dos formas
básicas, que son la masa y la carga eléctrica, de las cuales el universo se ha
ido estructurando en su totalidad. Primero, aunque Albert Einstein demostrara
en 1905 la convertibilidad entre la energía y la masa en su famosa y experimentada
ecuación E = m·c², mediante el CERNC la ciencia aún no logra relacionar el
fotón, que es un bosón sin masa, con el bosón de Higgs, la partícula
fundamental de la masa. Hasta ahora este segundo bosón aparece en el origen de
la masa, ya que se postula que, como unidad discreta, ésta vibra en un campo
propio para estructurar una pequeña cantidad de masa. La masa es responsable de
la inercia y la gravedad. En segundo lugar, se encuentra la carga eléctrica en
dos estados contrarios ̶ positivo y
negativo ̶ y ella está cuantificada con
valor entero. La carga de un signo surge del sustrato de energía
simultáneamente que la carga de signo contrario y no necesariamente en el mismo
lugar, como la experimentación lo muestra, causando asombro. Tampoco se conoce,
si es que el Modelo Estándar de la física de partículas postulara, el origen
fotónico de esta carga. La conversión en carga eléctrica requirió también mucha
energía. La fuerza para vencer la resistencia entre dos cargas eléctricas del
mismo signo es enorme. Se calcula que solamente 100.000 cargas (electrones)
unipolares reunidas en un punto, experimento imposible debido a la su recíproca
fuerza de repulsión, ejercerían la misma fuerza que la fuerza de gravedad de
toda la masa existente de la Tierra. Infinitos puntos o centros funcionales,
atemporales y adimensionales de energía cuantificada originan el espacio-tiempo
del universo al interactuar entre sí y relacionarse causalmente mediante
también energía cuantificada, constituyendo la base de la estructuración del
universo. La expansión del universo disminuye su densidad y su temperatura, lo
que en el comienzo permitió la estructuración de las distintas partículas
subatómicas y los átomos más simples. Algunos científicos calculan que demoró
300 millones de años para que el universo se pudiera clarificar y los nuevos
cuerpos celestes lograran formarse y distinguirse.”
Desentrañando lo ínfimo
Energía discreta
Cinco años antes de que Albert Einstein (1879-1955)
enunciara su notable teoría, la de la relatividad especial, y a días de
comenzar el siglo XX, el 14 de diciembre de 1900, Max Planck (1858-1947), a
pesar de sus propias convicciones, pero a consecuencia de los porfiados hechos
empíricos, se había visto obligado a emitir la otra gran teoría que, en el
siglo XX, conmocionó la física moderna hasta sus cimientos. Contra toda lógica
él había concluido que la energía de la radiación de un cuerpo negro está
cuantificada y es emitida de forma discontinua, como unidades discretas, es
decir, que la energía que se intercambia entre dos cuerpos es en forma celular
e indivisa.
Aunque Planck supuso que la discontinuidad reside
únicamente en el intercambio de energía entre el cuerpo y la radiación, se
comprobó más tarde que el cuerpo no sólo está conformado por unidades discretas
que generan lugares espaciales, sino que estas unidades, por el hecho de ser
discretas, emiten o reciben energía también como unidades discretas o cuantos
de energía, es decir, sin continuidad alguna. Es como una llave de agua: abierta
completamente sale un chorro, que va disminuyendo en la medida que la llave se
va cerrando; pero en un punto dado del cierre el agua no seguirá fluyendo como
un hilillo cada vez más fino, sino que como gotas muy uniformes y cuya
frecuencia irá disminuyendo con cada apriete para cerrar la llave. Tal como la
teoría de la relatividad había puesto límite a la velocidad de la relación
causal, la mecánica cuántica afirmaba que la relación causal no es continua. El
cambio en la escala más pequeña se producía por saltos y no en forma continua.
De este modo, se concluía que la energía se transmite en “paquetes” o cuantos
(de la palabra latina quantum).
A partir de la mecánica cuántica, el mismo Einstein
explicó, en 1918, el fenómeno fotoeléctrico, o más bien, el fenómeno
fotoeléctrico explica la mecánica cuántica mejor que el de las radiaciones del
cuerpo negro empleado por Planck. Fue por esta contribución, y no por su
revolucionaria teoría de la relatividad, que él recibió el premio Nobel. El
proceso de absorción de la luz y emisión de electrones es un proceso
estadístico, en el cual el átomo captura cuantos luminosos, granos de luz, o
“fotones” como él los designó, de cierta frecuencia, y expulsa electrones, y la
velocidad de los electrones expulsados no depende de la intensidad de la luz,
sino de su frecuencia.
El modelo atómico
La mecánica cuántica se aplicó al estudio de la
estructura del átomo y en el lapso de 17 años –desde 1913 hasta 1930–, se llegó
a formular un modelo de átomo que explicaba todos los fenómenos naturales
conocidos relacionados con la física atómica, desde la tabla periódica de
Mendeléiev hasta las relaciones de las líneas espectrales de la serie de
Balmer. Este esfuerzo de un grupo de notables físicos es un extraordinario
ejemplo de deducir la estructura por sus fuerzas y funciones. Así, a partir de
las fuerzas fundamentales que se iban observando y midiendo y de los modos como
se ejercían, fue posible ir construyendo modelos de la estructura del átomo
hasta obtener un modelo final que explica perfectamente bien el comportamiento
de dichas fuerzas.
A partir de los datos atómicos empíricos del peso, la
densidad y volumen del núcleo, y también de la carga eléctrica del núcleo y los
electrones, en 1913, Ernest Rutherford (1871-1937) había deducido un modelo
planetario, donde el núcleo, mucho más pesado, es orbitado por electrones que
giran en su torno, al modo de planetas, y en cantidad igual al número atómico.
Sin embargo, ese mismo año, el hecho de que la estabilidad de los electrones no
pudiera ser explicado por este modelo derivado de la mecánica clásica inspiró a
Niels Bohr (1885-1962) a formular un modelo cuantificado del átomo a partir de
la hipótesis de la mecánica cuántica de Planck. Así, a diferencia del planeta,
un electrón es una carga eléctrica. Cualquier órbita es concebible alrededor
del Sol; en cambio, a los electrones les son permitidas sólo aquellas órbitas
que satisfacen, como condición, que el momento de la cantidad de su movimiento
con respecto al núcleo sea igual a un número entero del cuanto. Luego, cada
órbita electrónica está caracterizada por un número cuántico, y cuando los
electrones son perturbados, sólo pueden saltar desde su órbita hacia otra
órbita determinada cuánticamente.
Pero el modelo de Bohr no estaba completo. En 1915,
Arnold Sommerfeld (1868-1951) probó que las órbitas descritas por los
electrones son elípticas. Después, en 1920, George Eugene Uhlenbeck (1900-1988)
y Samuel Abraham Goudsmit (1902-1978) encontraron que el electrón tiene un
momento rotatorio que es tanto cinético como magnético y que denominaron
“spin”. Más tarde, en 1925, Wolfgang Pauli (1900-1958) postuló el principio de
exclusión: la presencia de un electrón en su estado cuántico excluye la
presencia de todo otro electrón en el mismo estado.
Onda o corpúsculo
A todo esto, la mecánica cuántica de Planck contradecía
la mecánica ondulatoria de la luz de Maxwell. Para aquélla, la luz está
constituida por corpúsculos, puesto que puede ser localizada por medio de una
observación, y explica fenómenos como los efectos fotoeléctrico (emisión de
electrones de un metal cuando incide sobre éste radiación electromagnética),
comptiano (aumento de la longitud de onda de los rayos dispersados por átomos
livianos) y ramaniano (el choque de fotones de luz visible contra moléculas o
átomos de un medio difusor está acompañado de una variación de frecuencia), en
tanto que la mecánica ondulatoria había demostrado que la luz se desplaza en
forma de ondas, puesto que posee un conjunto de velocidades y posiciones
posibles, y explica los fenómenos de interferencia, difracción y polarización.
Sin embargo, esta contradicción, onda versus corpúsculo,
es solamente aparente. Para Louis de Broglie (1875-1960), en 1924, no se trató
de “corpúsculos u ondas”, sino de “corpúsculos y ondas”. La onda
representa el aspecto continuo de los fenómenos naturales; el corpúsculo, en
cambio, representa su aspecto discreto. En el átomo de Bohr las órbitas
permitidas son las únicas órbitas para las que las descripciones del electrón
como onda y partícula son consistentes. Una órbita “no permitida” puede ser una
en que la onda encaje, pero el corpúsculo se mueve demasiado rápido para
permanecer en órbita. A la inversa, puede ser que el corpúsculo sea estable,
pero la onda no encaje un número parejo de veces. La trayectoria de una onda es
pareja si su perímetro es igual a un múltiplo entero de la longitud de onda,
permitiendo a la onda asociada al electrón encontrarse después de cada
recorrido en la misma fase. Sólo cuando los dos puntos de vista son
consistentes, es decir, cuando la órbita del corpúsculo es estable y la onda es
pareja, se consigue una órbita permitida. Así, las órbitas de Bohr son aquellas
para las que no constituyen ninguna diferencia si el electrón es un corpúsculo o
una onda. Es precisamente este carácter estacionario que permite la
coexistencia de los dos fenómenos aparentemente irreductibles: el estático del
corpúsculo y el vibratorio de la onda.
Puesto que no existe en el universo ningún corpúsculo en
reposo, en todas partes donde hay materia hay también ondas. Afirmar que la
energía de un corpúsculo es proporcional a su frecuencia (para Einstein) es lo
mismo que afirmar que tal energía es inversamente proporcional a su longitud de
onda (para de Broglie). Diríamos que la energía es una magnitud cuantificable
únicamente como producto de ella por el espacio-tiempo, pues lo que es
cuantificado es el intercambio de energía en el espacio-tiempo. Luego, la
energía se comporta en el tiempo y el espacio respectivamente como corpúsculo
de una particular frecuencia o como onda de una particular longitud. En
consecuencia (y esto es importante), diríamos que el tiempo y el espacio no son
magnitudes continuas como se tiende en general a suponer.
Erwin Schrödinger (1887-1961), en 1926, imaginó el cuanto
de luz, o fotón, ya no como una partícula, ni como una partícula en el seno de
una onda, como De Broglie supuso, sino únicamente como una onda. Al fin y al
cabo, Planck había ya identificado la energía con la onda con la expresión E =
h v, donde h es la constante universal de Planck y v es la frecuencia de la
onda. El problema que Schrödinger dejó sin resolver se refiere a que una onda
sin partícula es irreal.
Probabilidad y estadística
Ese mismo año de 1926, Max Born (1882-1970) apuntó a una
salida para este problema. Supuso que la onda carece de realidad y que, por lo
tanto, no es portadora de energía. La onda es simplemente un medio de describir
el movimiento corpuscular. La amplitud de onda, que mide la intensidad de la
luz, se relaciona con una cantidad de fotones, de modo que mide la cantidad de
fotones presentes en un punto dado. La probabilidad determinada por la onda de
la presencia de una cantidad de fotones es la que se propaga en forma de onda
en el espacio-tiempo. La función de las ondas asociadas a los corpúsculos no es
la de transportar cualquier cosa que sea, incluida la energía, pero sí la de
medir la probabilidad más o menos grande de la presencia en el tiempo y el
espacio de los corpúsculos. Su única realidad es figurar en las ecuaciones de
Schrödinger y las matrices de Heisenberg. La interpretación probabilística de
Born a la mecánica ondulatoria modificó las nociones de onda y partícula y le
dio un nuevo sentido. La onda carece de realidad física y sólo es el símbolo de
lo que sabemos sobre el corpúsculo. En tanto éste ha dejado de tener una
posición bien definida y sólo posee una probabilidad de presencia. Las nociones
de velocidad y trayectoria, características del clásico corpúsculo, se esfuman.
El hecho de que la energía, en su forma fundamental, no
se transmite en forma continua y la interpretación probabilística de Born
condujeron a continuación a Werner Heisenberg (1901-1978) a formular, en 1927,
la hipótesis de que la emisión de radiaciones es un fenómeno estadístico. Una
vez conocido el estado de una partícula, sólo cabe definir la probabilidad para
su ubicación, pues en la escala microscópica del átomo cualquier medición que
se haga implica perturbar el objeto medido. La imposibilidad de determinar
simultáneamente y con precisión la posición y la velocidad de una partícula
subatómica es conocida como “el principio de indeterminación de Heisenberg”.
Siguiendo a Heisenberg, se puede sugerir que en un
esquema fenomenológico los sistemas y procesos son descritos en términos de
hechos en una escala mayor y son medibles directamente; en un esquema cuántico
los acontecimientos son particulares y requieren, para su formulación, la
noción de cuantos. Para pasar del segundo esquema al primero se debe utilizar
la estadística; pero mediante ésta se pasa de una escala a otra mayor, desde un
conjunto de unidades discretas separadas o cuantos hasta un proceso continuo.
El indeterminismo ocurre en todas las escalas, pero su determinación se
resuelve en una escala superior mediante la estadística. El problema de la
mecánica cuántica es que en su propia escala, la más fundamental de todas, no
existe una resolución estadística de fenómenos cuánticos de escala inferior.
Esta conclusión obliga a abandonar el indeterminismo en las situaciones
particulares, pues, si la transmisión de energía, que es la forma cómo se
produce la relación entre causa y efecto, no es a través de un flujo continuo,
sino de cuantos, y en la escala de los cuantos no hay necesidad de que a tal o
cual cuanto deba en tal o cual momento ser transmitido. También en las
coordenadas tetra dimensionales (las tres dimensiones espaciales más el tiempo
como cuarta dimensión) la longitud de onda de una partícula de energía es
inversamente proporcional a su frecuencia si la velocidad no varía. Pero
pasando a una escala mayor, una cantidad de partículas individuales y
discontinuas se aúnan en flujos que a ese nivel superior aparecen como
continuos al ser la probabilidad de que cada partícula actúe de una cierta manera
incluida en una estadística del comportamiento de numerosas partículas.
Partiendo de la relación entre la energía y el impulso de
una partícula, Paul Dirac (1902-1984), en 1930, formuló una ecuación de la onda
asociada al electrón que satisface la teoría de la relatividad que exige una
simetría de las coordenadas espacio-temporales. Trabajando en los spines no
relativistas de Pauli, encontró una ecuación relativista que describe al
electrón, explicando su spin como un fenómeno relativista.
Con ello termina un capítulo histórico para desentrañar
la estructura del átomo. Este proceso de desvelamiento significó apartarse de
las descripciones propias de la escala macroscópica de la mecánica clásica de
corpúsculos, velocidades y posiciones, reconocer también la imposibilidad de
observar directamente aquel mundo microscópico y además simbolizar
matemáticamente toda aquella realidad inescrutable. El paso siguiente dado por
la física fue desentrañar la estructura del núcleo atómico y determinó que sus
unidades discretas son las partículas fundamentales, estructuras básicas que ya
no están compuestas por unidades discretas de energía, sino que son
condensaciones cauntificadas de energía.
Lo fundamental
Tensiones científicas
Einstein había establecido en su teoría de la
relatividad, como un hecho principal de ella, la convertibilidad entre masa y
energía. Los experimentos posteriores demostraron que cuando la energía se
cuantifica en masa y carga eléctrica, toma la forma de partículas subatómicas.
Los físicos atómicos y nucleares, trabajando con detectores de rayos cósmicos y
con poderosos aceleradores de partículas para romper núcleos atómicos, han
llegado a encontrar un nutrido y creciente espectro de más de doscientas
partículas subatómicas distintas, constituyendo un complejo sistema de
combinaciones y de estados con diferentes grados de estabilidad. La descripción
de esta estructura extraordinariamente compleja es una tarea en la que están
empeñados una multitud de científicos, quienes, aunque cuentan con enormes
recursos económicos suministrados por las potencias económicas y militares que
buscan el poder y el prestigio, son los dignos sucesores de una brillante
tradición. Lo que merece ser destacado es que la estructura del complejo
espectro de partículas subatómicas apunta a la estructura fundamental del
universo, a partir de la cual todas las estructuras de escalas superiores
derivan, incluyendo algunas escalas más pequeñas que el átomo, considerado
erróneamente en la antigüedad (por Leucipo y Demócrito) como la partícula
fundamental e indivisible de la materia.
El desarrollo del conocimiento más básico de la materia
no ha estado desprovisto de graves tensiones entre los científicos. La mecánica
cuántica es muy distinta de la teoría de la relatividad. Las ideas de
Heisenberg, publicadas en 1927, de que la emisión de radiaciones es un fenómeno
estadístico, produjeron desasosiego en el mundo científico, y actualmente ellas
siguen oponiéndose a un entendimiento unificado del universo en cuanto a emplear
una sola concepción de campo. Bohr prefirió reemplazar la noción de
incertidumbre de Heisenberg por la de ambigüedad, cosa que Einstein no pudo
aceptar, pues para él los conceptos deben tener una relación no ambigua con la
realidad si se quiere ser objetivo. Ha llegado a ser un lugar común su
afirmación de que “Dios no juega a los dados con el universo” para indicar que
no podría haber indeterminismo en la causalidad del universo. También es muy
conocida la réplica Bohr: “¡Alberto! ¡Deja de decirle a Dios lo que tiene que
hacer!”
Para entrar en esta discusión se deben aceptar dos
aspectos del principio de incertidumbre. Por una parte, una partícula
subatómica no debe ser considerada simplemente como un minúsculo corpúsculo ni
tampoco es elemental. Por otra parte, como ya señaló Heisenberg, en la diminuta
escala de las partículas subatómicas, en forma alguna disponemos de los medios
para observar directamente una partícula sin afectarla, y sólo las conocemos
por sus efectos. Si a escala cuántica, donde se produce el fenómeno del
electrón, decimos que existe incertidumbre o ambigüedad, o como quiera
llamárselo, es por la imposibilidad de aplicar la óptica de la escala humana.
Pero admitiendo que nuestra óptica es limitada para penetrar en estas minúsculas
escalas, el conocimiento del electrón y de las otras unidades discretas en la
misma escala permitiría ser objetivo y tener certeza, aunque no directo.
Simetría y estabilidad
Los experimentos han comprobado que las partículas
subatómicas, respecto a la carga eléctrica, se dan en pares simétricos y
contrarios. En 1928, Dirac había predicho que el electrón debía tener una
antipartícula correspondiente, el positrón. Poco después se demostró
experimentalmente la existencia de los positrones. En el curso de
investigaciones posteriores se descubrieron los pares eléctricos de numerosas
partículas, con lo que la estructura de las partículas apareció simétrica, al
menos en lo referente a las cargas eléctricas. Al margen de consideraciones
estéticas, la importancia de la simetría es doble: primero, cuando se une una
partícula con su antipartícula éstas se aniquilan mutuamente, disolviéndose en
la nada, pero liberando una enorme cantidad de energía, y segundo, cuando una
cantidad de energía semejante llega a condensarse, se crea un nuevo par de
partículas. Así, los electrones y los positrones pueden crearse y aniquilarse
mediante absorción o liberación de energía, respectivamente. Pertenece a la
ciencia ficción la creencia de que la antimateria puede incluir la masa en
calidad de antimasa.
En cuanto a la estabilidad de las partículas, ésta varía
desde lo indeterminado para algunas hasta lo extraordinariamente efímero para
otras, de modo que unos pocos tipos de partículas extraordinariamente estables
existen corrientemente en nuestro más frío universo del presente. Las
partículas estables en el tiempo son el fotón, los neutrinos, el electrón y el
protón. El neutrón, que sufre una desintegración beta a los 1013 segundos en
promedio de su conformación, permanece sin embargo estable mientras permanezca
a buen recaudo formando parte de algún núcleo atómico. Gracias a la estabilidad
de estas partículas, las cosas del universo tienen existencia como cosas y de
ahí podemos hablar del ser.
Partículas subatómicas
Lo que las partículas tienen generalmente en común son
dos condiciones: 1. Tener una serie de propiedades: masa, carga eléctrica,
simetría, junto con los cuatro índices o cifras cuánticas reconocidas por la
mecánica cuántica: extensión, forma, orientación y spin (movimiento angular que
posee la partícula cuando está en reposo). 2. Respecto a la carga eléctrica,
crearse, junto con su par, a partir de energía, y aniquilarse, junto con su
par, disolviéndose en energía.
A la fecha, son más de doscientas las partículas
subatómicas que han sido descubiertas por el análisis de los rayos cósmicos y a
través de los aceleradores de partículas que tienen por objeto destruirlas y,
en una cámara de burbujas, observar y medir los restos de las colisiones,
muchos de los cuales son extraordinariamente efímeros. En esta actividad que
consume tanto gran cantidad de energía como enormes recursos económicos los
físicos han descubierto muones, piones, hiperones, mesones, mesones K, bosones,
bariones, taquiones, conformando un complejo y caótico sistema de partículas.
Ya en 1964, Murray Gell-Mann (1929-), buscado dar un
panorama más unificado y ordenado en este enorme caos, sugirió que las
partículas se reducen a quarks y leptones. Ahora se cree que se reducen a seis
quarks (arriba, abajo, extraño, encantado, superior e inferior, nombres que
evocan una era psicodélica), seis leptones (electrón, mesón mu, mesón tau y
tres neutrinos) y tres de las cuatro fuerzas físicas: las fuerzas nucleares
fuerte y débil y el electromagnetismo. Asimismo se cree que los quarks son los
bloques de construcción fundamentales de la materia. Éstos se mantienen unidos
por unas partículas denominadas gluones. Los quarks y los gluones unidos formas
hadrones, habiendo dos tipos: protones y neutrones. Ambos conforman el núcleo
de los átomos. También son hadrones los bariones de masa 2 (partículas cuyos
productos de desintegración incluyen un protón), como los mesones (pión y
kaón). Esta agrupación de partículas es llamada el Modelo Estándar y distingue
a tres grandes familias: electrónica, muónica y tauónica. Cada una comprende
cuatro miembros: dos quarks y dos leptones. Uno de estos leptones es un
neutrino. Los neutrinos, en particular, no tienen ni masa ni carga eléctrica,
por lo que no ha sido posible detectarlos directamente, pero su existencia se
puede verificar por sus interacciones con las otras partículas. Los miembros de
las dos últimas familias se forman muy raramente en la naturaleza. Se los
fabrica artificialmente en el laboratorio y, salvo los neutrinos, su existencia
es muy breve.
La idea de los quarks proviene de considerar a las cargas
eléctricas, no como unidades enteras, sino que como fraccionarias, de modo que
combinando dos quarks para los mesones o tres para los bariones se obtienen las
conocidas partículas con carga eléctrica entera. En el presente, la teoría
quark está en sus inicios y falta mucho para llegar a una teoría que satisfaga
plenamente la realidad de las partículas fundamentales. Se requeriría un
acelerador gigantesco, bastante mayor que el Gran Colisionador de Hadrones, el
último construido y ubicado cerca de Ginebra, para poder llegar a conocer
experimentalmente las partículas fundamentales. No obstante, no han faltado
teorías bastante curiosas y curiosas para llenar el vacío de conocimiento, como
la teoría de las supercuerdas que incluye una multiplicidad de dimensiones
distintas. Esta teoría ha sido complementada con la teoría M que comprende unas
superficies llamadas membranas o simplemente ‘branas’.
Sea como sea, la realidad de las partículas más
fundamentales de todas, es posible que en el conjunto de las partículas
subatómicas se puedan distinguir más de dos escalas de magnitud que las
estructuren, siendo algunas partículas de escalas más pequeñas partes de
partículas de escalas mayores, y siendo las partículas de la escala más pequeña
a todas las partículas fundamentales. Éstas no estarían compuestas por
partículas de escala más pequeña todavía, sino únicamente por energía y
pertenecerían a ciertos estados estacionarios de la estructura fundamental del
universo. El principio subyacente es que esta estructura fundamental sería la
que sostiene el andamiaje estructural de absolutamente todo en el universo. El
problema es determinar cuáles son precisamente las partículas fundamentales de
las que se conocen y cuáles quedan por descubrir. Es posible que tanto el fotón
como los neutrinos sean partículas fundamentales, pero no se podría decir lo
mismo del electrón y de su contra parte, el positrón, considerando que
contienen tanto masa como carga eléctrica. Ambas funciones podrían responder a
partículas fundamentales distintas.
En la búsqueda de la simpleza
La heterogeneidad de las partículas subatómicas
constituye un caos que ni el Modelo Estándar de Gell-Murray logra ordenar,
careciendo de la elegancia y la sencillez, que serían supuestamente las
características esenciales de una teoría unificadora. Además se sospecha que es
una teoría al menos incompleta, pues no se ha llegado al límite de lo ínfimo,
faltando la construcción de un súper-colisionador de partículas que logre
detectar las partículas más fundamentales, pertenecientes a una escala aún
inferior. Es como la frustración de un niño que rompió su juguete para saber
cómo funcionaba, pero se encontró que el mecanismo no era mecánico, sino que
electrónico. Al parecer, la unión de la masa con la carga eléctrica se efectuó
poco después del big bang absorbiendo ingentes cantidades de energía en la
escala fundamental.
Imbuidos en el deseo de desentrañar lo fundamental de la
materia en la suposición de que ello trata de lo ínfimo y, por tanto, de llegar
a determinar las partículas subatómicas mínimas y fundamentales, no debemos
perder de vista que el universo entero se reduce a cuatro componentes básicos:
masa, carga eléctrica, energía y velocidad. Estos componentes se relacionan
entre sí. La famosa ecuación einsteniana E = mc² combina tres de ellos. En
forma paralela la carga eléctrica, que es otra forma de concentración de
energía, combina también los componentes, exceptuando la masa, según se
desprende de la ley de Coulomb y de las ecuaciones de Maxwell.
De manera hipotética y sólo con el objeto de poder
visualizar un camino posible de estructuración de la materia fundamental,
podríamos suponer que si la existencia de las partículas ínfimas se da en la
escala más fundamental de todas, el binomio electrón-positrón pertenecería a
una estructura de una escala superior a la fundamental, la que sólo aparecería
tras la emergencia de un par de cargas eléctricas de distinto signo. Esto es,
estas cargas eléctricas, que podrían estar incluso fraccionadas, según la
teoría de Gell-Mann, en combinación con sus respectivas masas, provendrían
probablemente de las partículas más fundamentales de todas, pasando a una
escala superior. Para completar esta estructura de 2º orden, se debería incluir
tanto un par de partículas de intercambio que pudieran ejercer una fuerza para
unir las cargas eléctricas fundamentales de distinto signo con sus
correspondientes masas fundamentales como las mismas masas. Tanto el par de
cargas eléctricas como las correspondientes partículas masivas fundamentales y
las partículas de intercambio provendrían de la ccuantificación fundamental de
la energía.
Puesto que esta primera estructura electrón-positrón
resultaría inestable, debería pasar a una escala aún superior. Allí el
positrón, aún vinculado estructuralmente al electrón, se estructuraría como
protón al ser integrado a la masa. Las estructuras emergentes serían nucleones,
es decir, protones y neutrones. En efecto, se ha teorizado que cuando el
universo poseía una temperatura sobre unos diez mil millones de grados, la
agitación térmica era tal que la fuerza nuclear no era efectiva para conformar
núcleos atómicos. La materia entonces era un desorden homogéneo de nucleones,
electrones y neutrinos, gobernados por la fuerza débil. Los neutrinos se
intercambiaban entre los nucleones, transformándolos continuamente de protones
a neutrones y viceversa. La densidad de la materia a esa temperatura hacía que
ésta fuera opaca a los neutrinos.
Al seguir expandiéndose el universo y disminuir la
temperatura por bajo los diez mil millones de grados, los neutrinos dejaron de
interactuar con los nucleones, y comenzó a efectuarse la nucleosíntesis.
Empezaron a aparecer átomos de hidrógeno con un núcleo atómico conformado por
un protón. El electrón en esta escala adquirió una función diferenciada, como
es la de conformar una órbita electrónica en torno al núcleo. Esta estructura
atómica, perteneciente a una escala aún superior, llegó a alcanzar la gran
estabilidad conocida del hidrógeno.
Posteriormente, ya en el ámbito estelar, los átomos más
complejos se estructuraron a partir de este primer átomo, sumando más binomios
protón-electrón y adicionando neutrones en este proceso. Para estructurar un
neutrón un protón pudo incorporar un electrón en su propia estructura, por la
que se llegó a conformar la estructura del neutrón, funcionalmente distinta. En
este caso, la atracción que ejercen las cargas eléctricas contrarias
facilitaría la generación de esta estructura. No obstante, una partícula
particular, que no tuviera ni masa ni carga, como es el caso del neutrino,
debió ser necesaria para que actuara como partícula de intercambio y mantuviera
a esta estructura cohesionada.
Paralelismos
Masa y carga eléctrica
La energía no tiene existencia por sí misma, sino que es
un principio que es común a toda la materia. Tiene existencia porque es
mediatizada por la masa y la carga eléctrica. Ella es una propiedad de la masa
y de la carga eléctrica en dos sentidos. 1º La energía no sólo es
intercambiable con la masa, según la teoría especial de la relatividad, sino
que también de ella surge el par de cargas eléctricas de signos contrarios y en
ella este par se disuelve cuando se vence la resistencia de la repulsión entre
las cargas. 2º Para ejercer fuerza un cuerpo requiere de energía. El fotón, que
es energía, no puede ser identificado con la energía pura, pues es una
partícula que es mediatizada de modo cuántico según una determinada longitud de
onda y una determinada frecuencia; ambas determinan que pertenezca a los
fenómenos electromagnéticos y tenga además la particularidad de transportarse a
la velocidad de la luz. La energía mediatizada por la masa y la carga eléctrica
resulta en funciones específicas que se presentan en fuerzas. La masa posee dos
tipos específicos de funciones: la inercia y la fuerza de gravedad; y la carga
eléctrica posee la fuerza electromagnética que posee dos signos antagónicos.
Entonces un cuerpo no es sólo masa. La materia se
presenta también como carga eléctrica. Estas manifestaciones de la materia
producen fuerzas correlativas. Siempre que la materia esté considerada como
masa, está referida a las fuerzas gravitacionales y genera un campo
gravitacional. Pero si la materia está considerada como carga eléctrica, está
referida a las fuerzas electromagnéticas y genera un campo electromagnético.
Puesto que estas dos fuerzas generan campos de alcance infinito, éstas son
decisivas en la estructuración de la materia en todas sus escalas posibles.
Partiendo de la base que el tiempo y el espacio son productos de la interacción
de las partículas fundamentales de masa y carga eléctrica, dichas partículas
deben ser puntos atemporales y adimensionales, siendo cuantificaciones de
energía, que se comporta naturalmente según las leyes propias de la energía.
En el estudio de las partículas subatómicas, se observa
que la materia se presenta activa de otras maneras. Así, si la materia está
considerada como núcleo atómico, está referida a la fuerza llamada “nuclear
fuerte”, que mantiene a los protones y neutrones firmemente unidos en el núcleo
atómico, le da estabilidad y evita que los protones, por poseer el mismo tipo
de carga eléctrica, se repelan entre sí y tiendan a separarse. El radio de
acción de esta fuerza es de corto alcance. En las reacciones en que intervienen
leptones (electrones, positrones, neutrinos y muones), aparece una nueva clase
de interacción que es más débil que la fuerza electromagnética, aunque
muchísimo más fuerte que las fuerzas gravitatoria y de alcance muy corto. Se la
conoce como fuerza de “interacción débil”.
También pudiera ser considerada, además de las cuatro
fuerzas mencionadas, una fuerza que estaría actuando en la escala fundamental,
que daría cuenta de la unión de la masa con la carga eléctrica, pues es claro
que una carga eléctrica no puede existir sin estar asociada a masa. Esta fuerza
debiera ser poderosísima, pues tanto los electrones como los protones son
extremadamente estables. Ambos poseen masa y carga eléctrica, y son también las
partículas que siempre aparecen después de la desintegración de partículas con
mayor masa. Hasta ahora no se ha construido ningún acelerador de partículas lo
suficientemente poderoso como para desintegrarlos y separar la masa de la carga
eléctrica.
La estructura del átomo, por la cual éste es tan
funcional para combinarse con otros átomos y formar moléculas, contiene, como
sus propias unidades discretas, ambas formas de la materia fundamental, esto
es, masa y carga eléctrica. Por la funcionalidad de los átomos las moléculas
son estructuras altamente funcionales. Ello permite la estructuración de la
materia en escalas cada vez superiores.
Vimos ya que adicionalmente a la masa, la materia que se
cuantifica a partir de la energía es también carga eléctrica. Ésta no está
vinculada en modo alguno con la masa, sino que con la energía. No obstante, el
paralelismo que existe entre la masa y la carga eléctrica con respecto a la
energía es tan grande que permite la conversión entre la energía mecánica y la
energía eléctrica. Ello es posible porque una buena parte de las partículas que
componen un mismo cuerpo poseen masa y carga eléctrica a la vez. Sin embargo,
no todas ellas tienen la capacidad para adquirir carga eléctrica. Así, el
neutrón es una partícula que sólo tiene masa, pero nada de carga eléctrica (el
neutrón se desintegra en un protón, un electrón y un neutrino, por lo que la
carga positiva del positrón del protón emergente anula la carga negativa del
electrón que aquél contiene); el electrón tiene carga eléctrica y una mínima
masa, y el fotón y los neutrinos son partículas que no tienen ni masa ni carga
eléctrica. La diferencia entre masa y carga eléctrica es representada mejor con
relación al peso y al número atómico de los átomos; así, el peso atómico se
refiere a la masa de un átomo, en tanto que su número atómico representa su
carga eléctrica; y el peso atómico duplica generalmente el número atómico.
Mientras la fuerza de gravedad, que es el objeto de la
física clásica, explica la funcionalidad de la masa, las otras tres fuerzas
fundamentales conocidas –la electromagnética, la nuclear débil y la nuclear
fuerte o corta– son el objeto de la física cuántica, de la física nuclear, de
la electricidad y la electrónica, y explican la funcionalidad de la carga
eléctrica. La explicación de la gravedad está descrita en la monografía “Sobre
la forma y el tamaño del universo”.
La carga eléctrica puede tener valor positivo o negativo.
La carga eléctrica de un cuerpo en sí es estable, pero aparece cargado positiva
o negativamente cuando se relaciona con otro cuerpo. En realidad, la ley de la
fuerza electromagnética se diferencia de la de gravedad porque se refiere a
cargas eléctricas en vez de masas y por la propiedad de los signos de las
respectivas cargas eléctricas. Ella establece que es la fuerza que atrae o
repele directamente dos cuerpos cargados eléctricamente, según tengan
respectivamente cargas eléctricas de signo opuesto o igual, con una intensidad
inversamente proporcional al cuadrado de la distancia que los separa. La
designación de estas cargas como positivas o negativas es puramente
convencional. La magnitud y la distribución de la carga eléctrica de un cuerpo
dado están determinadas por sus formas geométricas, por su vecindad a otros
cuerpos cargados eléctricamente y por la tensión eléctrica.
El movimiento de las cargas eléctricas es la corriente
eléctrica y consiste en un flujo de electrones. Éstos son partículas
subatómicas que tienen una pequeña masa (1/1838,65 del neutrón) y que están
cargadas negativamente con una apreciable carga eléctrica. La intensidad de la
corriente es la cantidad de cargas por unidad de tiempo que contiene la
corriente. La tensión es igual al diferencial de carga entre dos cuerpos. Toda
carga eléctrica en movimiento no rectilíneo y uniforme emite constantemente
energía en forma de radiación con una frecuencia que puede tener cualquier
valor. También el movimiento de los electrones genera la aparición de un campo
electromagnético, análogo al campo gravitacional que genera la masa. Tal como
este segundo campo, el mantenimiento de este primer campo no demanda energía
adicional. A través del campo electromagnético, la energía puede ser inducida y
afectar a otro cuerpo, siendo los requerimientos energéticos del cuerpo
inducido igual al consumido. La fuerza eléctrica es análoga a la fuerza
mecánica. Pero en lugar de la aceleración mecánica, aparece la variación de la
intensidad de la corriente por unidad de tiempo, y en vez de la masa, figura el
coeficiente de autoinducción que está ligado con la aparición y la variación
del campo electromagnético. Mientras la masa convierte la energía infinita de
la expansión del universo en fuerza gravitacional, la carga eléctrica convierte
usualmente la energía que se puede obtener de la fuerza de gravedad en fuerza
electromagnética.
La fuerza electromagnética es ejercida únicamente en
función de la carga eléctrica de la materia. Se ejerce directamente por el
intercambio de partículas con carga eléctrica, o por inducción a través del
campo electromagnético. Como lo es para el caso de almacenar energía en la masa
de un cuerpo, es posible la acumulación directa de la energía eléctrica,
siempre que el cuerpo se mantenga completamente aislado de otros cuerpos. Pero
a diferencia de la masa, que adquiere energía en función de la velocidad, la
carga eléctrica en sí no es capaz de acumular energía. Puesto que algunas
partículas fundamentales tienen masa y carga eléctrica a la vez, la acumulación
práctica de energía aprovecha la masa de las partículas cargadas
eléctricamente, como es el caso de la energía electroquímica. Además, la fuerza
electromagnética puede aprovechar la fuerza gravitacional de una partícula con
masa y carga eléctrica a la vez para producir el efecto magnético. Este es
utilizado en motores eléctricos y en tecnologías que emplean el campo
electromagnético generado, como en el caso de vehículos que levitan en forma
magnética, contrarrestando la fuerza de gravedad al igualar la acción de esta
fuerza con la fuerza electromagnética.
Si la masa es producto de la condensación de energía, la
carga eléctrica es producto de la energía que, al momento de generarla, produce
simultáneamente una carga eléctrica de signo contrario. La denominación de
antimateria se debe referir únicamente a la forma que adquiere la materia con
las cargas eléctricas, y de ninguna manera a la forma que ésta adquiere con la
masa. La masa no tiene antimasa. La materia de carga eléctrica de un signo
tiene su correspondiente antimateria de signo contrario. Ambas formas de
materia se anulan cuando colisionan, cuando ocupan el mismo espacio al mismo
tiempo, liberando gran cantidad de energía, que es la misma que se requirió en
primer lugar para separarlas. De este modo, si la masa puede convertirse en
energía, desapareciendo, la carga eléctrica se convierte en energía cuando es
obligada a unirse a una carga eléctrica de signo contrario, mientras
desaparecen ambas cargas eléctricas.
En el caso de la masa la aplicación de la fuerza (gravitacional
y/o inercial) no sólo altera el movimiento de un cuerpo, sino que produce una
alteración en el cuerpo mismo. La fuerza transfiere la energía desde el cuerpo
causa al cuerpo efecto, transformando a ambos, ya sea alterando la dirección y
sentido del movimiento o cambiando internamente a los cuerpos. La relación
causal producida por la aplicación de la fuerza es más amplia que la alteración
del movimiento. Del mismo modo como la estructura se presenta como una entidad
que incluye tanto a la masa como a la energía, la fuerza aparece como una
entidad que actualiza la energía que posee la masa para producir algún tipo de
relación causal.
En el caso de la carga eléctrica, que ocurre en la escala
más fundamental de todas, la de las partículas subatómicas fundamentales, la
fuerza (electromagnética) produce el cambio a través de un intercambio de
partículas con niveles cuánticos de energía. Una partícula subatómica es
emitida por la causa, y el efecto que se opera es la estructuración de otra
partícula. Si la partícula estructurada es más compleja, se produce absorción
de partículas con energía (fotones, electrones o positrones) o también
conversión de energía en masa; a la inversa, si se opera la desintegración de
una partícula, se emiten partículas energéticas más simples o se convierte masa
en energía.
Lo que puede concluirse de lo anterior es que la energía
no es una capacidad indiferenciada y amorfa que posee un cuerpo, sino que es un
germen que puede transformarse en masa y carga eléctrica o ser usada por la
masa o la carga eléctrica de manera tan distintiva que llega a poseer un
comportamiento absolutamente determinado, y de este comportamiento se pueden
reconocer leyes naturales. Desde el mismo comienzo del universo la energía se
ha condensado en determinadas partículas fundamentales distintivas, siendo las
pertenecientes a cada tipo idénticas entre sí y funcionando del mismo modo.
Adicionalmente, éstas han podido interactuar e interactúan de modo
absolutamente determinado en su propia escala y pueden estructurar cosas en
escalas superiores también de modo determinado. Esto resulta evidente en cosas
de escalas primitivas, como partículas subatómicas, átomos y moléculas. La
complejidad de las estructuras de escalas superiores opaca este hecho de una
funcionalidad específica y determinada, pero posible de conocer, hecho que
resulta fácil de reconocer en, por ejemplo, automóviles del mismo modelo e
incluso en organismos vivos con la misma dotación genética, como individuos
gemelos.
Fuerzas forzadas
Fuerzas fundamentales
Las partículas de la estructura subatómica explican (o
son explicadas por) los tipos de fuerzas básicas descubiertas (o postuladas)
hasta ahora por la ciencia y que vemos operar en nuestro universo. Hasta ahora,
en el desentrañamiento de la materia, se han encontrado cuatro tipos distintos
de fuerza, que corresponden a la interacción de las partículas subatómicas: la
gravitacional, que se manifiesta en la masa, la electromagnética (Faraday
dedujo que las ondas luminosas no son sino ondas electromagnéticas), la nuclear
débil, que es causante de la desintegración radiactiva, y la nuclear fuerte o
corta que, como la anterior, también actúa dentro del núcleo atómico, pero para
mantener a los protones y neutrones unidos. La fuerza gravitatoria y la fuerza
electromagnética se dejan sentir a gran distancia. La fuerza nuclear y la
fuerza débil son, a la inversa, fuerzas de corto alcance y sólo entran en
acción cuando las partículas se integran. Las cuatro fuerzas poseen
intensidades muy distintas. Si la intensidad de la fuerza de gravedad se
especifica como uno, la de la fuerza nuclear fuerte vale 1038, la
intensidad de la fuerza electromagnética es 1036, y la de la fuerza
débil equivale a 1025.
Las fuerzas son los agentes estructuradores del universo.
A muy gran escala, es la gravedad la que actúa. A escala más pequeña, la fuerza
electromagnética suelda los átomos y las moléculas. En dimensiones aún más
restringidas, la fuerza nuclear cambia el color de los quarks y, por
consiguiente, los fija a los nucleones y agrupa a éstos en núcleos. La fuerza
débil cambia los electrones en neutrinos y viceversa. Modifica igualmente el
“sabor” de los quarks: los quarks u en quarks d, etc. Es probable que existan
otros tipos de fuerzas más en lo más ínfimo de la materia. Ciertamente no nos
son conocidas porque no tenemos ninguna evidencia empírica de ellas, lo que no
sería extraordinario considerando que los aceleradores existentes de partículas
no son tan poderosos como para conocer aún la estructura fundamental. Sospecho
que faltaría por conocer la fuerza que una la carga eléctrica con la partícula
fundamental de la masa. Además, se supone que las interacciones entre
partículas en las escalas más pequeñas tienen lugar por el intercambio de
ciertas partículas y éstas se afectan entre sí cuando se encuentran dentro del
campo de influencia mutuo. Éste sería el caso de los quarks, que se combinarían
entre sí gracias al gluón, partícula postulada que no tendría masa ni carga
eléctrica, pero que sería capaz de mantenerlos firmemente unidos para conformar
estructuras subnucleares mayores, como los hadrones.
Otra partícula similar al gluón que ha sido postulada,
que no ha sido encontrada en la cámara de burbujas, pero que explicaría la
fuerza gravitacional, satisfaciendo otra función fundamental, es el gravitón,
que tendría únicamente masa, supuestamente en forma cuántica, y que la fuerza
gravitacional ocurriría por el intercambio de estas partículas entre los
cuerpos. Sospecho asimismo que esta partícula no tendría existencia, habida
cuenta que la gravedad sería una de las dos funciones que posee la masa, siendo
la otra la inercia, y que la gravedad se explicaría gracias a la expansión del
universo a causa de que la masa que fue disparada radialmente a la velocidad de
la luz a partir del big bang (ver mi
monografía “Sobre la forma y el tamaño del universo”).
Sin embargo, es muy probable que el bosón de Higgs tenga
existencia real, aunque no haya podido ser detectado aún en el Gran
Colisionador de Hadrones del CERN por requerir aún más energía hasta conseguir
que aparezca esta ínfima pero fundamental partícula masiva. Y así se podría
encontrar una fuerza para explicar la unión entre una carga eléctrica y la
pequeña cantidad de masa del bosón de Higgs. Casi todas las partículas
subatómicas tienen masa. La masa es la propiedad de la materia para ejercer
fuerza gravitacional e inercia. Asimismo, muchas de las partículas tienen carga
eléctrica. La carga eléctrica es la propiedad de la materia para ejercer fuerza
electromagnética, ya sea para unir o para repeler.
Aquí es pertinente sugerir que tanto la fuerza nuclear
fuerte y la nuclear débil como también las otras fuerzas que podrían estar
actuando en las escalas más fundamentales no requieren continuamente energía
para actuar, de la misma manera que un cerrojo no requiere energía adicional
para mantener una puerta cerrada más allá del acto de actuarlo para cerrarla.
Asimismo, la fuerza que uniría una carga eléctrica con una cantidad de masa
para conformar un electrón o un positrón, o también el mismo gluón mencionado
más arriba, no requeriría consumir energía permanentemente. En cambio, la
fuerza gravitacional y la fuerza electromagnética requieren constantemente de
energía para poder actuar, aunque el puro mantenimiento del respectivo campo no
la necesite. En este caso, estas dos últimas fuerzas son esencialmente
distintas de las restantes.
Es pertinente sugerir también que únicamente las fuerzas
gravitacional y electromagnética, a causa de sus características para generar
campos espaciales de alcance infinito, son relevantes en la estructuración de
la materia en escalas superiores. Por el contrario, debido al corto alcance,
las fuerzas débil y corta tienen influencia sólo dentro del núcleo atómico y no
son, por lo tanto, significativas en la progresiva estructuración de las cosas
una vez conformado el núcleo atómico.
Por último, es pertinente sugerir que una partícula
fundamental es una estructura cuya existencia surge directamente de la
condensación de la energía, mediatizándola y siendo su objeto ejercer alguna de
las distintas funciones fundamentales. “Función” debe entenderse como la
capacidad para ser parte de una relación causal, ya sea como causa o como
efecto. Así, pues, una partícula fundamental se caracteriza porque tiene una
funcionalidad fundamental que permite a su poseedor (una partícula subatómica,
o un componente de ésta) una capacidad para interactuar con otras partículas
similares. El conjunto de las funciones fundamentales constituye la base para
toda la estructuración existente en el universo, y su conocimiento no se agota
aplicando únicamente las mecánicas de Newton y Einstein.
El centro de gravedad de un cuerpo es el punto de
equilibrio del conjunto de puntos espaciales, origen de fuerzas gravitacionales
individuales, que contiene dicho cuerpo, y su masa resulta de la sumatoria de
las partículas masivas individuales. Asimismo, la carga eléctrica de un cuerpo
es la sumatoria de cargas positivas y negativas de los puntos espaciales
originarios de cargas eléctricas individuales que contiene dicho cuerpo. Esta
sumatoria genera un cuerpo eléctricamente neutro. Los viajes espaciales podrían
estar demostrando que el equilibrio de cargas eléctricas contrarias es similar
entre los distintos cuerpos del espacio, pues no se ha medido descargas
eléctricas entre un cuerpo viajero que llegue a posarse en otro.
Podemos comprender la diversidad de funciones, derivadas
de las fuerzas fundamentales, de una partícula subatómica que contenga las
distintas partículas fundamentales como sus unidades discretas con el siguiente
ejemplo: para ser efectivo, un cañón de ciclotrón debe disparar un protón, que
es una partícula que posee en primer lugar la fuerza nuclear fuerte, la cual le
permitirá interactuar con la partícula del blanco, que también debe poseerla;
además, deberá poseer la fuerza gravitacional que le permitirá adquirir mayor
masa con el aumento de la velocidad que le imprima el acelerador de partículas,
e igualmente la partícula del blanco deberá poseer tal función; por último,
deberá poseer la fuerza electromagnética que permitirá al acelerador de
partículas precisamente acelerarla mediante fuerzas electromagnéticas. La
colisión que llega a producirse entre ambas partículas las desintegra y las
huellas de sus componentes son detectadas en la cámara de burbujas, aunque con
toda probabilidad lo que se llega a detectar con los actuales aceleradores no
son sus componentes fundamentales, sino partes que ya han sido estructuradas en
escalas mayores.
Campos unidos
Tanto la fuerza electromagnética como la gravitacional se
extienden desde una fuente de origen, donde se encuentra la partícula en
cuestión, y generan un “campo”. En teoría éste permea el universo entero. La
velocidad de recorrido por dicho campo es la de la luz, de modo que quienes
transiten por éste están sujetos a los principios de la teoría especial de la
relatividad. Tanto el campo de fuerza electromagnético como el gravitatorio
decrecen con el cuadrado de la distancia y se extienden al infinito. El campo
gravitatorio es extraordinariamente más débil que el electromagnético. Se
calcula que sólo 100.000 electrones reunidos en un punto ejercerían la misma
fuerza que toda la masa existente en la Tierra. Además, el
campo electromagnético resulta en una atracción entre dos polos de distinto
signo y en una repulsión entre dos polos del mismo signo. Por el contrario, el
campo gravitatorio produce únicamente fuerza de atracción. Así, cualquier
cuerpo que posea masa atrae y es atraído por cualquier otro cuerpo que posea
masa.
Desde que emergieron las teorías cuántica y de la
relatividad, cada una postulando un campo de fuerza distinto, surgió también el
esfuerzo por la unificación de los campos. Así, después de enunciar la teoría
de la relatividad, Einstein dedicó su vida posterior a la tarea de unificar
teóricamente los distintos campos que generan las fuerzas fundamentales del
universo. Quería conseguir una gran teoría que contuviera un sistema de leyes
que interpretaran las teorías de la mecánica cuántica y de la relatividad como
una sola, y, de paso, llegar a la comprensión de la unidad del universo. Para
él este propósito era necesario, en parte porque no podía concebir que la
indeterminación, producto de la mecánica cuántica, estuviera precisamente en la
causalidad. Pero, como se sabe, Einstein nunca consiguió llegar a una teoría
unificada. Se puede suponer que no pudo hacerlo porque no aceptó que la
causalidad dentro de una misma escala no fuera determinista. Simplemente no
aceptó el indeterminismo propio de la mecánica cuántica.
En la actualidad, muchos suponen que el problema de la
unificación de las fuerzas fundamentales es de absoluta relevancia en el campo
de estudio de la ciencia. En este intento Weinberg, Glashow y Salam, ganadores
del premio Nobel de Física, en 1979, sugirieron que la fuerza nuclear débil
podría ser parte de la fuerza electromagnética, llegando a establecer el Modelo
Estándar que describe la fuerza unificada que ha recibido el nombre de
electrodébil. Algunos científicos empeñados en esta senda intentan buscar la
unidad de las fuerzas y sus campos en el fotón, aquella única partícula que
posee sólo energía y nada de masa. Así, exceptuando la gravitacional, las otras
tres fuerzas conocidas habrían sido unificadas teóricamente en torno a la
mecánica cuántica y, en último término, al fotón, dando origen a la Gran Teoría Unificada
que persigue describir la unificación de las fuerzas electromagnética, fuerte y
electrodébil.
Otros científicos han postulado una sofisticada y
compleja teoría de cuerdas y membranas que tiene nada menos que once
dimensiones espacio-temporales como camino hacia la teoría unificadora de las
cuatro supuestas fuerzas fundamentales. Estas diversas formas geométricas que
tienen un mismo origen explicarían supuestamente las distintas estructuras que
generan las fuerzas fundamentales, en persecución de la Teoría del Todo que intenta
producir una teoría en la que las cuatro fuerzas se hallan unificadas. También
para algunos científicos es posible que estas cuatro fuerzas definidas hasta
ahora no sean exactamente las únicas, sino que, además, en la fuerza
electromagnética se podrían distinguir una fuerza que dé cuenta de la carga
eléctrica y otra que dé cuenta de la onda.
Al parecer, a pesar de enormes esfuerzos realizados por
los principales científicos del mundo, ninguna teoría ha surgido con el peso de
la mecánica cuántica o de la relatividad que pueda dar cuenta del origen común
de las cuatro fuerzas del universo. Sin embargo, la empresa que Einstein se
había propuesto es absolutamente necesaria para llegar a comprender los
fundamentos del universo. El problema que quería resolver se puede expresar de
la siguiente manera: ¿cómo ocurre la condensación de la energía primigenia para
que surjan precisamente cuatro fuerzas fundamentales distintas (y probablemente
otras fuerzas adicionales) que gobiernen la totalidad del universo? Primero
debe aparecer una teoría coherente que explique el mecanismo de la gravitación
universal, y segundo debe explicarse cómo se une la carga eléctrica a la masa.
Partículas mediadoras
A modo de entrar en el tema de una gran teoría
unificadora de fuerzas se puede decir que si concebimos que las partículas
fundamentales no son únicamente materia condensada a partir de energía, sino
que éstas son principalmente mediadoras de la energía, constituyéndose en
causas y efectos, habremos dado un importante paso conceptual. Desde este punto
de vista, las partículas fundamentales, componentes de las partículas nucleares
y subatómicas, pueden ser entendidas como especificadores de la energía
primigenia para ejercer las fuerzas fundamentales por las cuales ellas
interactúan en relaciones de causa-efecto. De este modo, la fuerza
gravitacional estaría dependiendo de la masa de las partículas fundamentales; la
fuerza electromagnética haría lo propio de la carga eléctrica que posean éstas,
y las fuerzas nucleares débil y fuerte dependerían de propiedades específicas
de ciertas partículas, o relaciones de partículas del núcleo atómico. Lo
anterior nos conduce a la idea de que la mediación de la energía permitiría a
las partículas fundamentales ser funcionales a través del ejercicio de las
fuerzas fundamentales, lo cual les permitiría estructurarse en sistemas cada
vez más complejos y en escalas cada vez mayores. La unidad de un universo
determinista que Einstein buscaba en la unidad de los distintos campos de
fuerza sería un camino incorrecto, pues anula la explicación que por justamente
la diferenciación de estos cuatro distintos campos el universo posee la complejidad
y la exuberancia propias de estructuraciones a escalas cada vez más complejas y
funcionales.
No deja de llamar la atención que tres de las principales
teorías de la física se desarrollaron en torno al fotón. Éstas, que se basaron
ya sea en la velocidad o en la energía del fotón, son: la teoría del
electromagnetismo de Maxwell, que describe la fuerza electromagnética, de la
cual el fotón es la unidad de la radiación (aunque no de las fuerzas que actúan
entre partículas cargadas eléctricamente, o entre imanes); la teoría de la
relatividad de Einstein, que surgió a partir del hecho de que la velocidad del
fotón es constante y máxima, y la teoría cuántica, que nació del hecho de que
la energía del fotón es discreta.
Sin embargo, si bien la física contemporánea ha surgido
principalmente del estudio de la luz, la diversidad de fuerzas que son
explicadas por otras tantas teorías no debiera obligarnos a unificarlas en
torno al fotón, la unidad fundamental de la luz. Otras partículas distintas al
fotón podrían ser también fundamentales para explicar las fuerzas, en especial
la gravitacional, que se explica por la masa. Tampoco se puede concluir en
forma reduccionista que, siendo el fotón una unidad fundamental de energía, sea
igualmente el constituyente de toda energía y esté consecuentemente presente en
toda manifestación de energía. Por otra parte, otras fuerzas podrían ser
posiblemente descubiertas y sus orígenes podrían ser trazados también a otras
partículas fundamentales. En cambio, la unidad del universo proviene del hecho
de que las cosas que contiene son estructuras funcionales que están compuestas
por un conjunto muy particular y funcional de partículas fundamentales, las
cuales tuvieron un origen común en la energía cuantificada surgida con el big
bang.
Teoría de las partículas fundamentales
Sugiero que si se quiere proponer una teoría general de
la partícula fundamental habría que concebirla, aunque nos sea imposible de
imaginar, como un punto que crea su propio espacio-tiempo (campo) de interacción,
siendo centro y origen de al menos una (o quizás más) de las fuerzas
fundamentales. Al ejercer las fuerzas que le permiten interactuar con otras
partículas fundamentales, en la escala estructural fundamental, cada partícula
adquiriría características cuánticas que dependen del tipo de fuerzas que
ejerce. Si la fuerza que ejerce fuera del tipo gravitacional, su comportamiento
resultaría ser de masa y su alcance infinito. Si es del tipo electromagnético,
su comportamiento resultaría ser de carga eléctrica y también su alcance
resultaría ser infinito, y si dos partículas de carga contraria coinciden en un
punto espacial a causa de una colisión que anule las respectivas fuerzas
nucleares fuertes, desaparecerían ambas, pero produciendo probablemente uno o
más puntos espaciales con dimensión mínima, fuentes de las fuerzas que existían
antes de la colisión, pero ahora sin carga eléctrica. Si la fuerza originada
por la partícula es del tipo fuerte, su corto alcance determinaría tanto su
alcance como su volumen, siendo este último el tamaño mínimo que puede tener
una partícula subatómica que la contenga.
Incidentalmente, como ya muchos han anotado, lo que desde
esta perspectiva debiera llamarnos la atención es que toda esta materialidad y
solidez que sentimos en las cosas al tocarlas y golpearlas, sea una piedra o un
pedazo de hierro, en su fundamento hay muy poco de lo que nos parece sólido.
Principalmente se trata de una o más fuerzas fundamentales que tienen origen en
puntos espaciales de dimensión cuántica que se mueven entre sí. Sin duda, un
gran avance de la investigación científica sería la forma cómo se producen las
partículas dimensionales para determinar centros espacio-temporales, el modo
cómo se constituyen éstas en centros de una de las fuerzas fundamentales a
partir de la energía primigenia desencadenada por el Big Bang y la manera cómo
integran las partículas fundamentales en las partículas subatómicas a partir de
las escalas más pequeñas.
De lo anterior, se puede sugerir lo siguiente: las partículas
fundamentales son sorprendentemente las cuatro fuerzas fundamentales (se podría
agregar al menos una quinta fuerza que respondería a la unión de masa y carga
eléctrica). Este enunciado, que parece una locura, tiene no obstante una
sensata explicación. Podemos partir con la idea de que una partícula
fundamental contendría o sería una cantidad de energía muy determinada, es
decir, un cuanto de energía. En segundo lugar, una partícula fundamental sería
la concentración de esta energía en un punto sin dimensión alguna, pues la
energía no ocuparía espacio; sería por tanto inútil intentar descubrir una
partícula fundamental en la cámara de burbujas. En tercer término, una
partícula fundamental tendría la función de transformar la energía en una de
las fuerzas fundamentales, lo que realizaría de manera cuántica. En cuarto
lugar, una partícula fundamental representaría una cantidad de energía muy
determinada y poseería un modo muy específico de funcionar que la
caracterizaría como una de las cuatro fuerzas fundamentales; en consecuencia,
las fuerzas fundamentales serían los modos particulares que tiene la energía
cuantificada para manifestarse en la escala fundamental. La concentración de
energía para ejercer fuerza y funcionar como masa –gravitación e inercia–
obedecería a las reglas de la relatividad especial de Einstein. La
concentración de un cuanto de masa en un punto adimensional puede tener un
valor energético enorme respecto a otro si se desplazara del otro a la
velocidad de la luz, según la famosa fórmula E = m c².
Es necesaria la concurrencia de dos o más partículas
fundamentales para una interacción, y posiblemente es necesaria la existencia
de sólo una partícula fundamental para que eduzca una distinta –una hija de
otra naturaleza– y pueda de este modo relacionarse. Por ejemplo, la
concurrencia de una partícula fundamental masa y de una partícula fundamental
carga eléctrica negativa educen la partícula fundamental nuclear fuerte o corta
y producen un electrón, que viene a ser una partícula en una escala superior.
La interacción de dos o más partículas fundamentales genera una estructura
fundamental, que sería la estructura de la escala más fundamental e inferior de
todas las posibles.
Una partícula fundamental es en sí misma adimensional. La
dimensión y, por tanto, el espacio se generan o existen por la interacción –la
relación causal– entre dos o más partículas fundamentales distintas. El espacio
generado sería la distancia que media entre dos partículas que interactúan. Una
distancia menor a ésta no puede tener existencia. El tiempo tendría también un
intervalo mínimo que es marcado por una oscilación cuántica, un spin, un ciclo
o una longitud de onda. Esto desvirtuaría de paso el continuum espacio-temporal de Einstein.
Resultaría
necesario reformular la idea tradicional de campo. El campo no sería un
espacio-tiempo preexistente donde los cuerpos y los corpúsculos interactúan.
Por campo debería entenderse la predicción o el establecimiento de las reglas
de comportamiento espacio-temporales de la relación causa-efecto entre dos
cargas eléctricas o entre dos partículas masivas. Cuando dos cargas eléctricas
o dos partículas masivas interactúan generan un espacio-tiempo según un patrón
determinado. La totalidad de espacio-tiempos generado por la interacción de
todas las partículas eléctricas y masivas es el espacio-tiempo que
experimentamos. La unidad del espacio-tiempo observado provendría del origen
común de la materia y de la energía en el Big-Bang.
Espacio-tiempo cuántico
Teoría de lo fundamental
Nosotros tendemos a concebir el espacio-tiempo como un
continuo anterior a las cosas. Suponemos que si quitáramos las cosas del
entorno, subsistiría un espacio-tiempo vacío y sin movimiento de objetos.
Tendemos a pensar que el espacio-tiempo está subyacente al devenir y es eterno.
Sin embargo, esta noción del espacio-tiempo no es real. El espacio-tiempo no es
preexistente a las cosas, ya que tuvo su comienzo con el Big Bang, cuando la
energía fue cuantificada, y depende de la interacción de la materia. No tiene
por tanto existencia propia e independiente. No hay espacio vacío ni tiempo
absoluto. Menos aún, de la concentración de espacio no se obtiene tiempo, como
tampoco el tiempo se puede convertir en masa. La base para la existencia del
espacio-tiempo es la actividad de la energía a través de la causalidad
específica de la materia. La materia no es inerte, sino que es altamente
funcional, y el espacio-tiempo no es el medio para la actividad de la materia,
sino que es el producto de esta actividad.
El espacio es la distancia que media entre una causa y su
efecto, y el tiempo es la duración que en la relación causal la causa tiene
para actualizarse en el efecto. Desde luego, la velocidad de la luz es el modo
más rápido que tiene la materia de trasmitir energía en cualquier relación
causal. De manera que la realidad no consiste en un espacio-tiempo ocupado por
determinadas concentraciones de materia, quedando su mayor parte completamente
vacío. Primeramente, todo lo fundamental de lo existente en el universo se
presenta en dos estados, como materia (masa y carga eléctrica) y como energía,
siendo ambos estados interconvertibles. Segundo, la energía cuantificada no
existe por sí misma, sino como materia en sí y como una propiedad de la misma,
en otras palabras, necesita un sujeto material para su existencia. Por último,
la velocidad es lo que media entre materia y energía. En consecuencia, lo
fundamental es, como ya se expresó más arriba, la energía, la masa, la carga
eléctrica y la velocidad.
Para comprender esta teoría debemos primero aceptar que
la existencia del espacio-tiempo no es anterior a la existencia de la
cuantificación de la energía en masa y carga eléctrica y su posterior
estructuración. Es precisamente esta estructuración la que hace posible el
espacio-tiempo. En el principio del universo sólo existió una energía
primigenia e infinita contenida en un no espacio-tiempo. Con el Big Bang, sólo
cuando la energía primigenia se cuantificó y comenzó a estructurarse, fue
posible tanto la expansión del universo como espacio-tiempo. La razón es que
sólo cuando la materia comenzó a interactuar transfiriendo energía, ella creó
el espacio-tiempo. El espacio-tiempo es una propiedad de la materia que le
permite ser funcional y no tiene existencia independiente de las partículas
fundamentales. La misma funcionalidad de las unidades de materia genera su
propio espacio-tiempo que permite a dichas unidades interactuar entre sí. El
conjunto de espacio-tiempo particulares de las casi infinitas unidades de materia
origina el espacio-tiempo que percibimos como un todo.
Origen del campo
El problema de considerar el espacio-tiempo como
preexistente a la materia y la energía proviene de la concepción que se tiene
habitualmente del campo. De este modo, el campo no es realmente el espacio
influenciado por la materia, sino que es el espacio donde la partícula puede
relacionarse causalmente con otra partícula, o, mejor aún, es el espacio creado
por dos partículas a través de su interrelación. Dos partículas no se relacionan
mutuamente de cualquier modo, sino que lo hacen según parámetros
espacio-temporales muy determinados que surgen de la funcionalidad específica
de ellas. En esta relación de causalidad ambas partículas crean su propio
espacio-tiempo. Sólo las fuerzas que originan un campo crean un espacio-tiempo.
Esto es, el campo originado es precisamente el espacio-tiempo generado. El
campo es una función de cada partícula masiva y de cada carga eléctrica, y no
del espacio-tiempo donde las oscilaciones en este continuo se podrían
interpretar como partículas o cargas. El campo no preexiste a la partícula (de
masa o carga eléctrica), sino que es su creación cuando interactúa con otra
partícula, corpúsculo o cuerpo. Más precisamente, el campo es el espacio-tiempo
creado por dos partículas dentro del cual tienen la posibilidad de interactuar.
En consecuencia, cuando se habla de campo, no es propio referirlo a una
partícula, sino que a la acción mutua de dos partículas. Como fue anotado más
arriba, el campo predice el comportamiento de la causalidad entre dos
partículas. No obstante, por simplicidad, se puede definir el campo desde el
punto de vista de una partícula y suponer que es el espacio al que logra
influenciar para transferir o recepcionar energía.
En el caso de la masa, dos cuerpos o corpúsculos
afectados por el campo mutuo que generan pueden moverse al encuentro uno de
otro, o alejarse entre sí, según sea su propia naturaleza, y además lo harán
con una aceleración que depende de la masa y la distancia entre ambos. En el
caso de la carga eléctrica, ellos interactúan mediante la emisión y captación
de radiación electromagnética y también mediante la inducción eléctrica. Estas
aceleraciones y radiaciones son producidas por fuerzas, por lo cual se habla de
campos de fuerza. Los campos de fuerza tienen siempre su origen en puntos
espaciales que crean las partículas debido a sus interacciones, no existen en
ausencia de éstas y se validan por la presencia de al menos otro cuerpo o
corpúsculo. Existen tantos campos de fuerzas como existen puntos de origen.
Ciertamente, una interacción entre dos partículas
fundamentales genera un espacio-tiempo limitado a la misma. Pero el universo
contiene un infinito de interacciones, producto del sinnúmero de cuerpos y
corpúsculos en sus diversas escalas de estructuración. La estructura de éstos
produce el espacio-tiempo que experimentamos y que concebimos como preexistente
a la interacción. Las unidades discretas del espacio-tiempo estructurado como
un todo son los espacio-tiempos generados por el sinnúmero de partículas
fundamentales. La unidad del espacio-tiempo proviene de que los componentes de
la materia condensada son altamente funcionales para interactuar y se comportan
según pautas (las leyes naturales) muy rígidas y definidas, pues tienen el
mismo origen primigenio. Por ejemplo, todo fotón viaja a una velocidad
constante, posee una muy determinada dosis de energía que está relacionada con
su longitud de onda y su frecuencia y, dependiendo de éstas, puede interactuar
con el manto electrónico de cualquier átomo; por su parte, toda unidad de masa
ejerce una muy determinada fuerza de gravedad y requiere de una fuerza muy
determinada para cambiar de una trayectoria a otra. También la unidad del
espacio-tiempo proviene del hecho, que veremos en el próximo capítulo, de que
los campos de fuerzas distintas (gravitacionales y electromagnéticas) son
equivalentes.
Límites mínimos
Hemos visto que el espacio-tiempo es producto de la
funcionalidad de la materia para transferir energía. Pero esta capacidad de la
materia para relacionarse causalmente tiene un límite inferior. Se puede
establecer que todo el extraño comportamiento de los fenómenos de la mecánica
cuántica, que rompen con todas las leyes continuas y deterministas de la
mecánica clásica y de la relatividad, se debe a que la energía se actualiza y
se materializa a partir de una escala que, aunque muy pequeña, es muy
determinada en su dimensión de alrededor de 1 cm x 10-22, y que
es precisamente la dimensión cuántica de la constante de Planck. Si Einstein no
aceptó el indeterminismo de la mecánica cuántica, tampoco él y los seguidores
de su teoría general han aceptado que la continuidad del universo sólo comienza
a partir de una escala determinada de dimensión cuántica.
La física contemporánea se encuentra enredada al
considerar al espacio-tiempo como separado de la realidad de las estructuras y
las fuerzas fundamentales. Por el contrario, sugiero que la geometría comienza
a surgir en la escala de las partículas fundamentales y no a partir de una
dimensión de magnitud cero. Así, pues, no existe en la realidad el punto
definido como una magnitud sin dimensión, y las líneas reales tienen una
sección mínima igual a la dimensión cuántica. Lo demás es abstracción mental.
El continuo espacio-tiempo no tiene existencia en dimensiones menores que el
tamaño de las partículas fundamentales, las que tienen la dimensión cuántica.
Así, pues, no hay espacio-tiempo infinitesimal ni preexistente. El
espacio-tiempo no es, en consecuencia, continuo, sino que es cuántico. De este
modo, la presente teoría, que la llamaré del espacio-tiempo cuántico, llega a
explicar la dualidad onda-partícula, el problema del gato de Schrödinger, el
teorema de Bell acerca de la respuesta instantánea a cambios de polaridad entre
dos partículas fundamentales cargadas eléctricamente con signos opuestos,
aunque ambas estén separadas espacialmente, el fenómeno de la dualidad de
lugares para una misma partícula enfriada y tantos otros fenómenos observados
en esta pequeña escala cuántica.
Resulta que el estado de superposición, en el que una
partícula puede existir o no, es precisamente el límite crítico entre la
energía y su condensación en partícula fundamental. Se ha observado
experimentalmente que en dicho límite los electrones pueden ocupar
simultáneamente varios niveles de energía y de órbitas correspondientes.
También que un fotón, después de pasar por un divisor de rayo, aparece
atravesando dos caminos al mismo tiempo. De manera que bajo el límite impuesto
por la constante universal de Planck se da la superposición y se puede esperar
que ocurran cosas que rompen con los postulados más sólidos de la física
clásica. Lo que estos experimentos señalan es que por debajo del mencionado
límite, cuando la energía está en transformación para estructurar una partícula
fundamental, se violan las leyes de la naturaleza que operan por sobre dicho
límite.
Sistema de referencias
En
este punto de la exposición entramos en el problema de la existencia o no de un
sistema de referencia absoluto para las relaciones espacio-temporales entre los
sucesos. Ya la teoría especial de la relatividad demostró la imposibilidad de
dicho tipo de sistema cuando estableció que todos los sistemas inerciales son
equivalentes. En las interacciones de los cuerpos y corpúsculos la contracción
de los cuerpos y la dilatación de las longitudes son recíprocas. Pero si esta
equivalencia es válida en la escala de las interacciones particulares, la
negación de un sistema de referencia absoluto para la escala del universo como
un todo no puede sustentarse.
En
el caso de la teoría general de la relatividad, donde la gravitación es
sustituida por sistemas de referencia particulares de carácter acelerado y
donde la masa modifica la estructura geométrica del espacio y el ritmo del
transcurrir del tiempo, la misma demanda la unidad de los campos de fuerza para
que las interacciones puedan ser ejercidas en el mismo referente
espacio-temporal. Pero esta necesidad no está sino subrayando el carácter
absoluto para dicho referente. De este modo, la teoría general está concibiendo
en forma tácita el espacio-tiempo como una existencia preexistente a la
presencia de cuerpos masivos. Esto quiere decir que el concepto de que la
presencia de centros masivos altera la estructura y el ritmo del espacio-tiempo
supone su propia preexistencia. En consecuencia, el espacio-tiempo se
identifica con un tácito sistema de referencia absoluto. Lo anterior se explica
porque en la época cuando Einstein formuló su teoría general, el universo parecía
ser bastante estático. Además, si nos remitimos a su teoría especial, donde
todos los sistemas inerciales son equivalentes, basta la existencia previa de
campos de fuerza autónomos para determinar las relaciones espacio-temporales de
las interacciones.
En
la teoría del espacio-tiempo cuántico el espacio-tiempo es naturalmente
posterior a la existencia de la materia. Sin embargo, para que todos los
cuerpos puedan existir en un allí y ahora propio, centro de causas y efectos, y
relacionados entre sí, se requiere de un sistema de referencia absoluto de
escala universal que garantice la inviolabilidad de ocupación espacio-temporal
de los distintos cuerpos y también su funcionalidad. Lo absoluto de este
sistema de referencia está constituido por dos elementos: 1. el Big Bang como
origen del universo; 2, el tiempo presente de cada cuerpo o corpúsculo
particular. Estos dos elementos son analizados en mi monografía “Sobre la forma
y el tamaño del universo”. Un sistema como el enunciado permite que todo cuerpo
ocupe un lugar distintivo del espacio y actualice en el presente las causas y
los efectos. De este modo, el espacio separa una causa de un efecto y el tiempo
corresponde a la duración que tiene la causa para actualizarse en un efecto.
Estructura-fuerza
En la estructuración de las cosas, aparece la estructura
y la fuerza como las dos caras de la misma cosa y que surgen respectivamente a
partir de la organización de la materia y la actualización de la energía. La
estructura desarrolla el espacio y la fuerza el tiempo. El universo no es el
espacio-tiempo donde juega la fuerza y la estructura, sino que el juego mismo
es el espacio-tiempo desarrollado por la fuerza y la estructura. Por su gran
funcionalidad las partículas fundamentales están ávidas para interactuar, para
ser causas y efectos. Cuando dos de ellas interactúan dentro del campo que
generan, producen un espacio o una distancia para relacionarse. La fuerza
desarrollada para el intercambio energético toma un tiempo para viajar (al
menos a la velocidad de la luz) desde la causa al efecto. La relación producida
por estas dos partículas constituye una estructura y éstas pasan a ser sus
unidades discretas. Una estructura está compuesta al menos por dos unidades
discretas y adquiere una nueva funcionalidad, la que le permite interactuar al
menos con otra estructura de su misma escala y constituir una nueva estructura
de una escala superior, de la cual las estructuras de la escala inferior, ahora
sus subestructuras, pasan a ser sus unidades discretas, y así progresivamente a
través de sucesivas escalas de magnitud.
La interacción fuerza-estructura produce la relación
causal. La relación entre la estructura causa y la estructura efecto tiene como
nexo la fuerza. El resultado de la relación causal es la estructuración de la
materia. Esta relación se da entre dos límites. El superior es la velocidad de
la luz y el inferior es el número de Planck, que es la dimensión del cuanto de
energía. La mecánica cuántica nos dice que el espacio-tiempo tiene una
dimensión mínima y la energía se transmite en unidades discretas mínimas.
Luego, la conclusión que se impone es que por debajo de la dimensión de la
escala cuántica no existe el espacio-tiempo. Por debajo de dicha escala suceden
los fenómenos cuánticos de la incertidumbre, de la indeterminación, de la no
continuidad, que son propios de la transformación de la energía en estructuras
y fuerzas fundamentales. Esta conclusión debiera compatibilizar las teorías de
la mecánica cuántica y de la relatividad.
De lo visto, el universo resulta ser una realidad mucho
más intrincada de lo que suponía la física clásica. Allí actúan fuerzas que no
solamente provienen de puntos espaciales con dimensión y que generan espacios,
que llamamos partículas fundamentales, y que en combinación con otras conforman
cuerpos que afectan directamente otros cuerpos en espacios materiales creados
por las influencias de infinidades de masas y cargas eléctricas, al tener las
estructuras extensión en sus propios campos espaciales, sino que las fuerzas surgen
también por la conversión de las masas y cargas eléctricas mismas en energía y
viceversa. Resulta ser así que la materia condensada y la energía son dos
aspectos distintos y complementarios de la materia y específicamente de todos
los seres del universo.
A partir de las características de las partículas
fundamentales y las fuerzas fundamentales que las acompañan, que explican su
funcionalidad fundamental, sería teóricamente posible deducir las estructuras
de escalas mayores, como quarks, hadrones, núcleos atómicos, átomos, moléculas
y así sucesivamente. Pero, en la medida que la escala aumenta, las estructuras
se hacen más complejas y las funciones se vuelven más heterogéneas, hasta
llegar a la multiplicidad de posibilidades abiertas a estructuras tan complejas
como multifuncionales, como somos
los
seres humanos.